lunes, 14 de junio de 2010

Sudáfrica 2010: El fútbol según Palanca


El fútbol según Palanca*

En la cancha se ven los pingos y a los burros, los domingos.
Así sentenció Palanca cuando escuchó al arquero subestimar al equipo adversario del próximo partido. Luego se unió al ruedo de tereré que hacían los muchachos en la sombra del naranjal, mientras esperaban que amaine el implacable sol de enero para comenzar la práctica.

(Foto de Julio González Ferreira
y Leonardo "Nino" Ramírez Acuña)


Pero respondió uno de los jugadores, como haciendo contrapunto al técnico que ironizó el optimismo de su equipo, quedando abierto el juego de recuerdos y comentarios que tanto gustaba a Palanca pero simulaba no interesarle.
- Se cumple 20 años de aquél clásico con el Club Sport, tal vez repitamos la hazaña con nuestro equipo de aquella campaña.

Aunque haya perdido aquél partido memorable, Palanca salió como héroe para la afición, pero con una herida que nunca le cicatrizó, según El back, como le conocían todos. Era digno de admiración ver a Palanca, como capitán del Club 1º de Mayo, en aquella final inolvidable del Campeonato Interligas de 1970, jen la Cancha Central de la Liga Gobernador Rivera, frente al Club Sport, con su figura grotesca que resultaba de tener las piernas tan arqueadas, las cuales conformaban una argolla casi perfecta. De tan chueco tenía los pies torcidos y como enfrentados de punta, y parecía un milagro que Palanca pudiera patear, como él sólo sabía hacer, dirigiendo la pelota como si hubiese lanzado con la mano y colocarla en cualquiera de los ángulos que elegía.
Por dicha condición tan especial de las piernas no podía usar botines y fue todo un dilema conseguir algo para sus pies a la hora de ponerles funda. Aunque en los torneos locales no había problemas, porque se podía jugar tranquilamente descalzo y a nadie llamaba la atención, ya que otros jugadores hacían lo mismo por no poder comprarse las zapatillas. Pero cuando llegó el Campeonato de Interdigas no era posible jugar descalzo, era estrictamente obligatorio el uso de botines con taquillas e indumentaria acorde a la reglamentación impuesta por la Asociación Paraguaya del Fútbol.
La solución vino de parte del único zapatero del pueblo, don Juan de la Cruz, un fanático del equipo, y en particular de Palanca que corría peligro de no jugar. Le fabricó especialmente un simulacro de botín, totalmente flexible, con cuero y suela de nonato, tapones de goma y puntines dibujados, de modo que pudiera superar cualquier inspección del árbitro. Palanca jamás había usado un calzado, le decían “pies bolos” de tan redondeados que los tenía, pero eso nunca impidió que fuera el mejor jugador del pueblo de Tatakua y aledaños.
El día del partido, después que superó la revisión del referí, en la cancha comentó con ironía el mismo zapatero don Juan:
- Por las piernas lamentablemente no se pudo hacer nada, salvo que se cambie el reglamento y permitan usar pantalones largos.

Palanca seguía su precalentamiento segundos antes de que comenzara el partido, lejos del árbitro y de los lineman, tratando de no parar los pies para que nadie viese sus simulados botines.
La sufrida derrota de 2 a 1 contra el Sport nunca fue tema favorito para Palanca, a la hora de revolver el pasado de futbolista, aunque tuviera guardados como jirones de una prenda y en el fondo del baúl de los recuerdos. Siempre se sintió culpable de aquella derrota, porque participó de los tres goles del partido, aunque dos fuesen en contra. El primero de los goles fue olímpico y lo convirtió de una forma inexplicable. Tiró desde el corner un centro pasado, el arquero no pudo alcanzar y el arco de repente chupó la pelota que seguía la línea del área chica hasta la red. La gente hasta hoy recuerda el chanfle inimitable que puso en ventaja al 1º de Mayo durante el primer tiempo. Los otros goles Palanca prefería no comentar porque los consideraba venganzas del destino.

En esos años, descollaban en el mundo la orquesta de genios que dirigía Pelé en el Santos y en Paraguay, reinaban los Nino Arrúa, Carlos Lobo Diarte y Jara Saguier. En Tatakua, la varita mágica portaba el incomparable jugador de la vida y filósofo del fútbol, Ildefonso Irala, más conocido en el pueblo como Palanca. Sin embargo, quiso el destino que él mismo pisara el césped del Estadio Sajonia en un octogonal de Interligas, que también le dejó malos recuerdos. Porque jugaron cuatro partidos y ganaron todos durante el primer tiempo, algunos hasta por tres goles de diferencia, hasta que se encendían las luces y no encontraban más la pelota, porque no conocían las luces eléctricas en Tatakua. Palanca había comentado al respecto, como de paso, que fue una conspiración para eliminarlos, porque los demás habían jugado a la luz del día y ellos que a lo sumo habían aprendido a jugar en plenilunio o con iluminación de luciérnagas, pero nunca con el neón artificial.

Nadie sabía con precisión el porqué de su apodo. Algunos sostenían que era por la fuerza con que impulsaba el balón, tal vez en una analogía involuntaria con Arquímedes que pidió una palanca y un punto de apoyo para mover el mundo. En más de una oportunidad, con un saque de arco había convertido goles ante el descuido del arquero contrario, con la ayuda de una cancha despareja o algún viento cómplice que respondía al conjuro de aquel maravilloso personaje que era Palanca. Era célebre su saque de punta en que la pelota salía rasgada por la uña del dedo grande y zumbando por el aire como una bola sonora.
Otros decían que era por los defectos de sus piernas y las virtudes de su corazón de niño que nada le resultaba imposible en su imaginación, y menos en la realidad de su definición como un pequeño dios de la pelota. Palanca era una especie de creador de un fútbol muy personal, cuya historia siempre fue sospechosa y sospechada de haberla inventado él mismo. Negaba rotundamente que fuesen los ingleses sus autores, aunque sí aceptaba su profesionalización y de ahí justificaba que su reglamentación fuera en inglés.
Palanca historiaba a su manera el fútbol a los jugadores y compañeros, dejando escuchar a los chicos que miraban de curiosos y parecían soñar con la magia del Back más renombrado de la región.
—El origen del juego de la pelota se pierde en el tiempo de la humanidad, hay antecedentes casi en todas las culturas, inclusive en las indígenas precolombinas. Pero lo que no se duda es que fue creado por niños y el sello del juego es la alegría. Quien juega sin alegría no juega, mata el alma de la pelota. Debe dedicarse a otras cosas más serias.

Recuerdan en el pueblo que, además de la práctica habitual de gimnasia y juegos de pelota, Palanca enseñaba a reír y sonreír a sus jugadores, como un ejercicio más dentro de la cancha. Perseguía a los que presentaban un aspecto recio y tomaban el fútbol como algo parecido a una obligación. Se obsesionaba con el tema de la alegría en el juego y su prédica volaba a los cuatro vientos, incansable repetía “jueguen felices”.

Palanca exigía al jugador que dominaba un juego que aprendiera cada día algo distinto, reprendía hasta al que convertía goles sin variar la jugada. A menudo, decía que hacer goles de la misma manera todos los días era igual a fabricar galletas siempre con la misma fórmula. Y como si todo fuera poco, exigía también mucha velocidad pero no a los jugadores sino en el pase del balón. Estaba convencido de que la velocidad debía llevar la pelota y el jugador sólo tenía que pasarla de primera. Pero para entrenar ese aspecto trazaba su famosa rayuela en la cancha, donde cada jugador ocupaba un recuadro con el número de su camiseta o puesto, y no debía nunca salir de su límite a la espera del balón para pasar a otro compañero hasta el alcance de los delanteros, que sí podían moverse libremente hacia el arco contrario todo lo necesario.
Palanca para cada táctica de juego no ahorraba reflexiones ni retaceaba la imaginación:
-Cada jugador que recibe el esférico no debe preocuparse en buscar a su compañero, éste debe aguardar en su puesto exacto y enlazar el juego con la pelota hasta anidarla en la red adversaria. Con ojos cerrados un jugador debe pasar el balón y llegará a buen destino si el compañero respeta su lugar encomendado. Porque al principio el fútbol y el rugby se jugaban como un solo juego, con los pies y con las manos, luego con el tiempo fueron diferenciándose pero quedaron algunos resabios en uno y en otro. En el fútbol, por ejemplo, el jugador que quiere llegar al arco con la pelota, después de cruzar toda la cancha, es típico del rugby, pero la velocidad se debe imprimir la pelota con el pase rápido y preciso dentro de un plan de juegos aprendido de memoria en los entrenamientos.

Por momentos, en Palanca parecía mezclarse el papel de técnico y jugador en la cancha, indicando jugadas y posiciones a los dirigidos al mismo tiempo que él se ubicaba como compañero y defensor infranqueable al ataque adversario, pero no antes de echar algunas ideas que reflejaban su filosofía de juego.
- El gol es una belleza, pero el placer está en la jugada. Los pases previos del gol son como las caricias para el clímax del amor.

La sola presencia de Palanca en la cancha era suficiente para atraer a la gente masivamente como con un imán, para ver el partido y su protagonista indiscutible, ya convirtiendo un gol olímpico o de chanfle de algún tiro libre, pateando con el talón del lado de afuera del pie torcido. Era un espectáculo aparte verle, por más entretenido que resultaba el partido. Parecía que jugaba, en primer lugar, para divertir a los espectadores y luego, si cabía dentro de la alegría, para la camiseta que lucía con el eterno número 2. Palanca era lo que se dice un jugador completo, funcionaba muy bien en todos los puestos, pero las demás posiciones en la cancha había aprendido sólo para reforzar el aprendizaje de su puesto. Hasta en el arco cumplía un buen papel y tenía algunas piruetas propias que los demás arqueros fueron copiando, como desviar un penal con la cabeza o colgarse del travesaño y rechazar con los pies.
Al respecto, Palanca tenía su propia teoría y trataba de imponer a pesar de la resistencia de un delantero, por ejemplo, de ir al arco como práctica inherente a su puesto de goleador.
—Un buen centroforward debe conocer al dedillo las astucias de un buen arquero, para eso es recomendable aprender a ser arquero también, para ver el revés de un ataque de gol o mirar la trama del tejido en su reverso. Como también un buen arquero necesariamente debía ser un buen tirador de penales y delantero oportunista para abortar los desbordes ofensivos.

Aunque los jugadores trataban de seguir la imparable imaginación de Palanca, se resignaban a escuchar y tratar de asimilar lo máximo de la lección, pero decididamente no se ilusionaban con lograr las piruetas inimitables y jugadas mágicas del maestro que parecía por momentos irreal o imaginario.
Para romper esa incredulidad de sus jugadores, Palanca traía siempre a mención las palabras del legendario jugador argentino Alfredo Di Stéfano sobre el paraguayo saltarín Arsenio Erico:
- Saltaba tan alto en busca de la pelota que temíamos que se quedara en el cielo y nos dejase solos en la tierra sin la alegría de su juego.

También Palanca hablaba de Erico como si fuera un dios del fútbol y como si fuera al mismo tiempo un viejo conocido. Todos sabían que cuanto refería Palanca sobre el crack de los Diablos de Avellaneda había obtenido de oídas nomás, pero lo contaba con tantos detalles que cualquiera hubiera pensado al escucharle que fue testigo en cada hazaña deportiva.
Palanca se repartía equitativamente entre su papel de técnico y jugador, para configurar su personaje de director se quitaba del bolsillo un quepis, se calzaba en la cabeza, y arengaba a sus dirigidos. Luego volvía a guardar su gorra y se ubicaba en el equipo como un jugador más. Así iba impartiendo su lección de fútbol mezclada en todo momento con una filosofía de vida que sólo él conocía o existía en su imaginario de futbolista.
Palanca era amado y admirado por todos pero totalmente incomprendido, porque no valoraba el resultado de los partidos y restaba importancia a las derrotas, que muchos sospechaban que era una excusa pícara para exculparse de cualquier fracaso. Palanca más bien rescataba las jugadas inolvidables de los jugadores, describiendo con exquisitos detalles, como si fueran joyas del aire, un buen salto o la estirada brillante de su arquero. Le favorecía un poco la costumbre de no mostrar mucho entusiasmo a la hora de ganar, más destacaba el buen juego.
Después de algún partido mal jugado o resultado adverso, sentenciaba algo siempre. ante la disconformidad de la hinchada y para el desconcierto de sus oyentes, como dijo en una oportunidad:
— Los goles son como los caramelos para los chicos, sólo sirven para los que no entienden de fútbol, y son también entretenimiento fácil para los que buscan un triunfalismo con poco esfuerzo.

Palanca apoyaba su tesitura de acuerdo a la historia de fútbol que él contaba. Nunca dio fechas ni épocas para el fundamento de sus aseveraciones sobre las cuestiones históricas del fútbol y las modalidades que fue adquiriendo a través del tiempo. Pero defendía con pasión cada una de sus teorías y estaba dispuesto a llevar su defensa todo el tiempo necesario para rebatir y convencer a su interlocutor de turno. Se explayaba muy suelto de cuerpo sobre su extraña teoría sobre su deporte favorito y no perdía ocasión para machacar sobre la pérdida del buen gusto en los juegos, y el olvido permanente de que el fútbol tiene vocación de arte.
— Al principio, no existían los arcos, éstos fueron inventos de los mercaderes del fútbol, para engatusar a los desprevenidos espectadores. Quieren hacer creer que los goles son la coronación de un partido, al contrario de lo que son realmente, efectismos de dudosa cualidad moral. De ahí que los jugadores hoy en día los podrían hacer de cualquier manera, con la mano y todo, con tal de que no lo advierta el referí; porque el fin justifica plenamente los medios: lo que importa es el resultado, no el fútbol en sí, sino el negocio.

Palanca abundaba en detalles para reforzar su argumento, ya recurriendo a ejemplos, ya tomando imágenes poéticas o comparando el partido con hazañas heroicas, casi siempre rematando a algún aspecto del inevitable cotejo entre Club Sport y 1º de Mayo.
- El fútbol debe sostenerse en la cancha con las jugadas, sin perder interés ni belleza, no debería depender de los goles para levantar el pesado trasero de la tribuna. Una jugada debe ser capaz de conmover hasta las lágrimas de emoción o provocar el grito victorioso de una batalla digna de ser contada por poetas como Homero, Ovidio o Emiliano.

Al futbolista Palanca exigía cualidades casi sobrenaturales, como un espíritu épico, una garra de héroe y un pecho de lanzallamas. Aprovechaba las fiestas de San Juan para organizar un partido con pelota tata —pelota de fuego—, donde cada jugador debía demostrar sus destrezas con el balón en llamas como si tuviese la mejor número 5 a sus pies. El que llevaba la peor parte era el arquero, que debía rechazar o embolsar como si fuera simplemente el balón de cuero.
El pueblo disfrutaba como nunca del partido con pelota tata que realizaba Palanca en honor a San Juan, entre otros tantos juegos tradicionales, como el palo engrasado o enjabonado (yvyra syïn), caminata sobre brasas (tatapyïn ári jehasa), quema de Judas (Judas kái), sortija y corrida de toros (toro ñemoñarö o torín). El partido con pelota tata era la mayor atracción de todos los juegos, porque además los jugadores se disfrazaban de fantasmas o genios de la noche (kambá o póra), pero sólo a Palanca se lo distinguía entre ellos por el arqueo de sus piernas. Pero esta costumbre de disfraces en el Paraguay ya venía de las épocas coloniales, según algunos, heredada de alguna contingencia de esclavos venida de Africa; aunque otros, afirman que la historia data de más recientes hechos que dejó el genocidio de la Triple Alianza, en manos de los brasileros y bandeirantes que usaron de carne de cañón a los negros esclavos contra el Paraguay.

Pero había pasado una hora larga y el calor de la siesta en Tatakua hacía honor a su nombre, horno de fuego en guaraní. Los jugadores no parecían con ganas de dejar la sombra fresca de los naranjos, aunque Palanca ya picaba la pelota con el arquero y pitaba de vez en cuando el silbato para cortar la modorra pueblerina. Algunos jugadores seguían buscando pretextos para conversar y demorar un poco más el entrenamiento.
De pronto, el jugador Juancho Portillo inquirió, aprovechando la curiosa predisposición de Palanca al diálogo, impulsado quizá por el intenso calor que derretía todo, hasta la memoria, hizo saltar al pregunta:
— Pero cómo fueron realmente los goles de Sport, la gente en el pueblo dice cualquier cosa y nunca supimos la verdad.

Palanca, sorprendido por la pregunta punzante, se dispuso a contestar haciendo gambetas como siempre. Habló, primero, de otros temas que les desvelaba y hacía a la formación del buen deportista. En un salto inesperado se instaló en la antigüedad, hablando del origen del gimnasio y el liceo, el cuerpo y el alma como una unidad y armonía. Habló con naturalidad y en tono sentencioso olvidando por completo echar luz sobre los goles de Sport.
- En Grecia, el ganador de las Olimpíadas se convertía en un pequeño dios para la gente, no por el hecho de triunfar, sino por reunir la suma de las virtudes, pero sin confundir con guerreros o patriotas a la hora de valorar al deportista. El deporte es universal y generoso, debe engrandecer a una nación y añadir paz al mundo. El deporte tiene una camiseta que defender y la patria, la bandera.

Los jugadores notaron la incomodidad y las vueltas de Palanca para abordar la respuesta esperada. Pero no cortó de cuajo, siguió el hilo de su exposición un rumbo incierto. Aunque entre consejos y reproches parecía encaminarse hacia la incógnita.
- El deporte persigue la virtud, no sólo el triunfo. El futbolista debe estar preparado de buena forma, jugar bien y saber valorar el buen juego. Por eso siempre les exijo felicitar al adversario cuando nos gana con altura y arte, que Uds. tanto resisten.
El jugador Eusebio Flecha, le notó indeciso a Palanca, allanó el camino con ansiedad y clavó la espina.
— El gol del Sport, el empate, ¿fue de contra?
Respondió en seco:
— No, no. Fue de culo.

Luego Palanca explicó que uno de sus saques de arco, de punta violenta, dio en el trasero de un wing que se interpuso y mandó de rebote al fondo de la meta.
A esta altura, Palanca estaba desvencijado y no podía disimular el resquemor que sentía ante los muchachos, al recordar un partido que le marcó para siempre su trayectoria, como si él fuera realmente un astro del firmamento.
Pero el gol de la victoria, el segundo de Sport, nunca fue misterio en Tatakua. Se sabe que, al salir el arquero, en un ataque contrario, Palanca quedó como último hombre para defender el arco y lo defendió, imaginariamente al cerrar las piernas, pero la pelota siguió su itinerario: primero, pasó de caño por su sortija de chueco y luego, se anidó en la red de 1º Mayo. Pero a Palanca nunca se le arrancó una palabra sobre éste gol, hasta aquella tarde en corro de tereré, en la sombra y esperando la piedad del sol para comenzar el entrenamiento.
Otro jugador de más confianza, Leoncio Bernal, insistió para escuchar de una buena vez, al límite de su paciencia, la respuesta del propio Palanca.
— ¿Entonces, el segundo gol fue en contra?.
Palanca, tomó la pelota, pitó el silbato, llamó a todos a la práctica y remató el asunto:
— No. Fue de concha.

Julio, 1998.-

*Cuento publicado en el libro "El maleficio y otras maldades del mundo", de Gilberto Ramírez Santacruz, Editorial ARANDURA, Paraguay 2008.-

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