sábado, 30 de diciembre de 2017

¡El fútbol según Palanca...!

El fútbol según Palanca*

“Después de la misa se reparten las faenas
de toda la semana, y se van a comer 
y a jugar a la pelota, que es casi su único juego. 
Pero no la juegan como los españoles (y europeos): 
no la tiran y revuelven con la mano. Al sacar, 
tiran la pelota un poco en alto, y la arrojan 
con el empeine del pie del mismo modo que nosotros
con la mano. Y al volverla, los contrarios lo hacen 
también con el pie; lo demás es falta. Su pelota es de 
cierta goma, que salta mucho más que nuestras
 pelotas. Júntanse muchos a este juego y ponen 
sus apuestas de una y otra parte…”
P. José Cardiel 
Breve relación de las Misiones del Paraguay (1771).
    
“En la cancha se ven los pingos y a los burros, los domingos”, dijo Palanca como sentenciando sobre la marcha, en clara respuesta al arquero cuando le escuchó subestimar al equipo adversario del próximo partido. Luego, como si nada hubiera dicho, se unió al ruedo de tereré que formaban los jugadores del Club 1º de Mayo en la sombra del frondoso naranjal, mientras aguardaban a que amaine el implacable sol de enero para comenzar la práctica y ensayar una vez más “las jugadas preparadas” de las que tanto se jactaban los pupilos y compañeros de Ildefonso Irala, más conocido como Palanca.
    Pero al parecer la piedra no cayó en un estanque vacío, porque uno de los jugadores, Papito Gavilán, recogió de inmediato y la devolvió al maestro tirador, como haciendo contrapunto al técnico que ironizó el optimismo ingenuo de su equipo y, como era ya costumbre entre ellos, dejando abierto el juego de recuerdos y comentarios que tanto gustaba al memorioso Palanca, aunque él se empeñaba en simular que no le interesaba hablar de su propia historia, al barajar del pasado un inolvidable cotejo, que por partida doble lo tuvo como protagonista principal, y quedó tirado el cascote en la ronda para quien quiera continuar con su trayecto.
   — ¡Se cumplen 20 años de aquél clásico con el Club Sport de San Juan, tal vez repitamos con nuestro equipo la hazaña de aquella temporada que se volvió memorable!
   Aunque haya perdido aquel partido inolvidable, Palanca salió como héroe para la afición, inexplicablemente, pero con una herida que nunca le cicatrizó, según el propio Back o “punta karaja”, otros de los tantos nombres como le conocían popularmente en Tatakua. Sin duda, era un jugador notable y muy digno de admiración al verlo jugar, solo como capitán del Club 1º de Mayo entonces y no jugador y técnico al mismo tiempo después, pero en aquella final, imborrable para la memoria, el Interligas de 1970, en la Cancha Central de la Liga Gobernador Rivera, frente al Club Sport, se lució con su figura grotesca que resultaba de tener las piernas tan arqueadas, las cuales conformaban una argolla ovalada con las medialunas de su entrepierna. Y, para imaginarlo mejor, de tan chueco que era tenía los pies torcidos y como enfrentados de punta, parecía un milagro que Palanca pudiera patear tan bien de punta y de taquito, como sólo él sabía hacerlo, dirigiendo la pelota a su destino como si la hubiese lanzado con la misma mano y colocarla en cualquiera de los ángulos que elegía. Podía integrar, tranquilamente, la selección élite de rengos, chuecos, pies planos y bolos como Erico, Garrincha, Rivelino, Sócrates, Cococho Álvarez, entre otros, que demostraron en su trayectoria de estrellas que la aptitud física requerida para el fútbol profesional es para jugadores normales, no para genios que pusieron la pelota como un globo terráqueo en las manos y en los pies de un niño con magia.
    Palanca, por dicha condición tan especial de las piernas, no podía usar botines y fue todo un dilema conseguir algo para sus pies a la hora de calzarlo y de ponerles una funda al menos. Aunque en los torneos locales no había problemas, porque se podía jugar tranquilamente descalzo y a nadie llamaba la atención, ya que otros jugadores hacían lo mismo por no poder comprarse las zapatillas o por deformes también de los pies o de “pychâi”. Pero cuando llegó el riguroso Interligas no era posible ya jugar descalzos, era estrictamente obligatorio el uso de botines con taquillas e indumentaria acorde a la reglamentación impuesta por la Asociación Paraguaya de Fútbol.
    La solución posible vino de parte del único zapatero del pueblo, don Juan de la Cruz, un fanático del equipo, y, en particular, de Palanca que corría peligro de no jugar por dicha falencia. Entonces, le fabricó un simulacro de botines, totalmente flexibles, con cuero y suela de nonato, tapones de goma y puntines dibujados, de modo que pudiera superar cualquier inspección del árbitro. En verdad, Palanca jamás había usado un calzado ni alpargatas siquiera, le decían “pies bolos” de tan redondeados que los tenía, pero eso nunca impidió que fuera el mejor jugador del pueblo de Tatakua y aledaños.
   Entre tantas anécdotas que giran alrededor de Palanca, decían que el día del recordado partido, después que superó la revisión del referí y se retiró a su puesto a esperar el inicio del juego, en la cancha comentó con ironía el mismo zapatero don Juan:
    — Por las piernas, lamentablemente, no se pudo hacer nada, salvo que se cambie el reglamento y permitan a los jugadores usar pantalones largos, sólo así podríamos inventar algo para tapar el arco de su naturaleza.
    Palanca seguía moviéndose y precalentando segundos antes de que comenzara el partido, lejos del árbitro y de los jueces de línea, tratando tal vez de no detener los pies para que nadie viera y así percatarse de sus simulados botines.
   Cuentan hasta hoy los que le conocieron que la sufrida derrota de 2 a 1 contra el Sport nunca fue tema favorito para Palanca, a la hora de revolver su pasado de futbolista, aunque siempre los tuviera bien guardados como jirones de una prenda querida y en el doble fondo de su baúl de los recuerdos. A menudo, se sentía culpable de aquella derrota y le angustiaba no poder remediarlo, porque participó de los tres goles del partido, curiosamente, aunque dos fuesen en contra. El primero de los goles fue a favor y olímpico, lo convirtió de una forma inexplicable. Tiró desde el córner, envió un centro pasado, el arquero no pudo alcanzar y el arco de repente, desde el segundo palo, chupó la pelota que seguía la línea del área chica y hasta que la devoró contra la red. La gente hasta hoy recuerda aquel chanfle inimitable del Back que puso en ventaja al 1º de Mayo durante el primer tiempo. Los otros dos goles Palanca los prefería no traer a cuento porque los consideraba “perlas de la mala suerte” y “venganzas del destino”.
   En esos años en que brilló la estrella de Palanca, descollaban en el mundo la orquesta de genios que dirigía Pelé en el Santos, Pontoni, Scotta y Bianchi en el fútbol argentino, y en Paraguay, reinaban los Nino Arrúa, Carlos Lobo Diarte y los Jara Saguier. En Tatakua, en cambio, la varita mágica la portaba el incomparable jugador de la vida y filósofo del fútbol, el gran Ildefonso Irala, renombrado como Palanca por los aficionados, discípulos y fabuladores de su historia. Con su filosofía de vida y de fútbol Palanca hizo una escuela y discípulos que siguieron su ejemplo, entre ellos, su propio hijo Troadio Ayala, rebautizado como Palanguillo en honor a su padre, que logró en gran medida aprender el arte de jugar al fútbol, pero no el arte de contar el fútbol en que mejor se lucía su progenitor. Sin embargo, quiso el destino que el mismo Palanca pisara el césped del Estadio Sajonia de Asunción, en un octogonal de Interligas, que también le dejó malos recuerdos y peores cosechas. Para la curiosidad, jugaron cuatro partidos y ganaron todos durante el primer tiempo, algunos hasta por tres goles de diferencia, hasta que se encendían las luces de neón y no encontraban más la pelota, se volvían miopes cuando no ciegos, porque no conocían la luz eléctrica en Tatakua. Como excusa, Palanca había comentado al respecto, como de paso, que fue una conspiración para eliminarlos, porque los demás habían jugado a la luz del día y ellos que, en desventaja deportiva, a lo sumo habían aprendido a jugar en plenilunio o con iluminación de las luciérnagas, pero nunca con el neón artificial.
    El nombre o apodo de Palanca nadie sabía a ciencia cierta y con precisión el origen, algunos sostenían que era por la fuerza con que impulsaba el balón o el arte con que alzaba el ánimo de su equipo, tal vez en una analogía involuntaria con el sabio Arquímedes que había pedido una palanca y un punto de apoyo para mover el mundo. Era experto en arengas y estimulación anímica de sus jugadores, traía a menudo la anécdota de Obdulio Varela, capitán de la Selección de Uruguay durante el Maracanazo, que, para sofocar la presión de los 200 mil brasileños que bramaban como una tormenta en la tribuna, acuñó la famosa frase “los de afuera son de palo y el partido se gana en la cancha sólo contra los 11 rivales…”  Y en más de una oportunidad, un optimista del gol, con un saque de arco había convertido goles ante el descuido del arquero contrario, con la ayuda de una cancha despareja o algún viento cómplice que respondía al conjuro de aquel maravilloso personaje que era Palanca. Era célebre su saque de arco con punta karaja que extraía de la torcedura de sus pies, tan célebre que se convirtió en uno de sus apodos también, en que la pelota salía rasgada por la uña del dedo grande, se iba zumbando por el aire como una bola sonora o pelota de fuego.
   Para la explicación de su marcante o apodo abundaban las teorías, algunos hasta decían que, para el desconcierto de muchos, su nombre se debía a los defectos de sus piernas y las virtudes de su corazón de niño que nada le resultaba imposible en su imaginación, y menos en la realidad de su definición como un pequeño dios de la pelota. Palanca era una especie de creador o recreador de un fútbol muy personal, cuya historia siempre fue sospechosa y sospechada de haberla inventado él mismo. Negaba rotundamente que fuesen los ingleses sus autores, aunque sí aceptaba su profesionalización y de ahí también justificaba que su reglamentación fuera “todo en inglés”.
    Palanca historiaba a su manera el fútbol a los jugadores y compañeros, dejando escuchar a los chicos que miraban, boquiabiertos, de curiosos y parecían soñar con la magia que transmitía el Back más renombrado de la región.
   —El origen del juego de la pelota se pierde en el tiempo de la humanidad, hay antecedentes casi en todas las culturas, inclusive en las indígenas precolombinas. Especialmente, entre los guaraníes, el juego de la pelota con los pies fue el entretenimiento preferido desde tiempos remotos. El “mangaysy popo” o “mangaysy ñemboharái”, el arte de jugar con la pelota hecha de la resina del árbol de  “mangay”, fue registrado ampliamente esta afición por los jesuitas como queja y prueba de la holgazanería de los indios, pero una vez expulsada la Compañía de Jesús en 1767 de los dominios de América, los padres fueron admitidos en Inglaterra y llevaron para su servicio muchos guaraníes que seguirían practicando en Londres su juego favorito, el “mangaysy popo”, luego pronto se difundiría en los potreros londinenses. Pero en lo que no se duda es que el fútbol fue creado por niños y el sello del juego es la alegría. Quien juega sin alegría no juega, mata el alma de la pelota. Para la solemnidad debe dedicarse a otras cosas más serias que no requieren de alegría ni devoción.
   Recuerdan en el pueblo que, además de la práctica habitual de la gimnasia y juegos con pelota, Palanca enseñaba a reír y sonreír a sus jugadores, como un ejercicio más dentro de la cancha. Perseguía a los que presentaban un aspecto recio y tomaban el fútbol como algo parecido a una obligación. Se obsesionaba con el tema de la alegría en el juego y su prédica volaba a los cuatro vientos, incansable repetía “jueguen felices y contagien de felicidad a los que les miran jugar”.
   Palanca exigía al jugador que terminaba de dominar un juego que aprendiera de inmediato algo distinto, reprendía hasta al que convertía goles sin variar la jugada. A menudo, decía que hacer goles de la misma manera todos los días era igual a fabricar galletas siempre con la misma fórmula. Y como si todo fuera poco, exigía también mucha velocidad pero no a los jugadores sino en el pase del balón. Estaba convencido de que la velocidad debía llevar la pelota y el jugador sólo tenía que pasarla de primera. Pero para entrenar ese aspecto trazaba con cal viva su famosa rayuela en la cancha, donde cada jugador ocupaba un recuadro con el número de su camiseta o puesto, y no debía nunca salir de su límite a la espera del balón para pasar a otro compañero hasta el alcance de los delanteros, que sí podían moverse, libremente todo lo necesario, hacia el arco contrario.
   Palanca para cada táctica de juego no ahorraba reflexiones ni retaceaba la imaginación:
   — Cada jugador que recibe el esférico no debe preocuparse en buscar a su compañero, éste debe aguardar en su puesto exacto y enlazar el juego con la pelota hasta anidarla en la red adversaria. Con ojos cerrados un jugador debe pasar el balón y llegará a buen destino si el compañero respeta su lugar encomendado. Porque al principio los ingleses jugaban el fútbol y el rugby como un solo juego, con los pies y con las manos, luego con el tiempo fueron diferenciándose, pero quedaron algunos resabios en uno y en otro. En el fútbol, por ejemplo, el jugador que quiere llegar al arco con la pelota, después de cruzar toda la cancha, es típico del rugby, pero la velocidad se debe imprimir a la pelota con el pase rápido y preciso dentro de un plan de juegos aprendido de memoria en los entrenamientos.
   Por momentos, decían los compañeros del club 1º de Mayo, en Palanca parecía mezclarse el papel de técnico y jugador en la cancha, indicando jugadas y posiciones a los dirigidos al mismo tiempo que él se ubicaba como compañero y defensor infranqueable al ataque adversario, pero no antes de echar algunas ideas que reflejaban su filosofía de juego.
  — El gol es una belleza, pero el placer está en la jugada. Los pases previos del gol son como las caricias para el clímax del amor.
    La sola presencia de Palanca en la cancha era suficiente para atraer a la gente masivamente como con un imán, para ver el partido y su protagonista indiscutible, ya convirtiendo un gol olímpico, de taquito o de chanfle de algún tiro libre, pateando con el talón del lado de afuera del pie torcido. Era un espectáculo aparte verlo, por más entretenido que resultaba el partido. Parecía que jugaba, en primer lugar, para divertir a todos los espectadores y luego, si cabía dentro de la alegría, para la camiseta que lucía con el eterno número 2. Palanca era lo que se dice un jugador completo, funcionaba muy bien en todos los puestos, pero las demás posiciones en la cancha él las había aprendido sólo para reforzar el aprendizaje de su puesto. Hasta en el arco cumplía un buen papel y tenía algunas piruetas propias que los demás arqueros fueron copiando, como desviar un penal con la cabeza o colgarse del travesaño y rechazar con los pies.
   Al respecto, Palanca tenía su propia teoría y trataba de imponer a pesar de la resistencia de un delantero, por ejemplo, de ir al arco como práctica inherente a su puesto de goleador.
  — Un buen centroforward debe conocer al dedillo las astucias de un buen arquero, para eso es recomendable aprender a ser arquero también, para ver el revés de un ataque de gol o mirar la trama del tejido en su reverso. Como también un buen arquero necesariamente debía ser un buen tirador de penales y delantero oportunista para abortar los desbordes ofensivos.
    Aunque los jugadores trataban de seguir la imparable imaginación de Palanca, se resignaban a escuchar y tratar de asimilar lo máximo de la lección, pero decididamente no se ilusionaban con lograr las piruetas inimitables y jugadas mágicas del maestro que parecía por momentos irreales o imaginarias.
Para romper esa incredulidad de sus jugadores, Palanca traía siempre a mención las palabras del legendario jugador argentino Alfredo Di Stéfano sobre el paraguayo saltarín Arsenio Erico:
   —Saltaba tan alto en busca de la pelota que temíamos que se quedara en el cielo y nos dejase solos en la tierra sin la alegría de su juego.
  También Palanca hablaba de Erico como si fuera un dios del fútbol, un apóstol de la pelota que dejó un evangelio de vida para las generaciones y lo nombraba al mismo tiempo como si fuera un viejo conocido del Club Independiente. Todos sabían que todo cuanto refería Palanca sobre el crack de los Rojos de Avellaneda había obtenido las anécdotas de oídas nomás, pero contaba cada una con tantos detalles que, cualquiera hubiera pensado al escucharle, que fue testigo ocular en cada hazaña deportiva del “Ángel que jugó para los diablos”. Resaltaba las lecciones que dejó el gran Erico, en particular, su caballerosidad deportiva al pedir perdón al equipo adversario después de convertir cada gol. Decía que el verdadero futbolista juega para todos, su arte debe conllevar alegría tanto para la tribuna propia y ajena, ejemplificaba con lo que pasó a los gladiadores del Maracanazo. 
   —Alcides Ghiggia, el glorioso autor del gol uruguayo en el Maracanazo de 1950, que crucificó al arquero Moacir Barbosa contra los maderos de su arco, luego del partido sintió pena al ver a los brasileños sufriendo, a todo un país agonizando de tristeza por la derrota, entonces él comprendió que con tan monumental triunfo también algo fracasó, el auténtico fútbol debe dar alegría a todos, una verdadera victoria lleva en su esencia un consuelo a los que pierden, una admiración que justifica el resultado como “el destino irremediable”, según el poeta Emiliano R. Fernández.
     Aunque en la vida real Palanca se repartía en la cancha, equitativamente, entre su papel de técnico y jugador, para configurar su personaje de director se quitaba del bolsillo un quepis, se calzaba en la cabeza, y arengaba a sus dirigidos. Luego volvía a guardar su gorra y se ubicaba en el equipo como un jugador más. Así iba impartiendo su lección de fútbol mezclada en todo momento con una filosofía de vida que sólo él conocía o existía en su imaginario de  gran fabulador, un digno representante de la mejor cultura oral del pueblo paraguayo, y mejor futbolista que conoció en su historia Tatakua.
    Palanca era amado y admirado por todos pero totalmente incomprendido, porque no valoraba el resultado de los partidos y restaba importancia a las derrotas, que muchos sospechaban que era una excusa pícara para exculparse de cualquier fracaso. Palanca más bien rescataba las jugadas inolvidables de los jugadores, describiendo con exquisitos detalles, como si fueran joyas del aire, un buen salto o la estirada brillante de su arquero. Le favorecía un poco la costumbre de no mostrar mucho entusiasmo a la hora de ganar, más destacaba el buen juego sobre el triunfo, decía que ganar un partido era decisión de lo fortuito pero jugar bien, talante propio de los atletas más competidores de los Olimpos.
   Después de algún partido mal jugado o con resultado adverso, sentenciaba algo siempre. Ante la disconformidad de la hinchada y para el desconcierto de sus oyentes, como dijo en una oportunidad:
   —Los goles son como los caramelos para los chicos, sólo sirven para los malcriados y los que no entienden de fútbol, son también entretenimiento fácil para los que buscan un triunfalismo con poco esfuerzo y un regalo dadivoso del azar.
   Palanca apoyaba su tesitura de acuerdo a la historia de fútbol que él contaba. Nunca dio fechas ni épocas para el fundamento de sus aseveraciones sobre las cuestiones históricas del fútbol y las modalidades que fue adquiriendo a través del tiempo. Pero defendía con pasión cada una de sus teorías y estaba dispuesto a llevar su defensa todo el tiempo necesario para rebatir y convencer a su interlocutor de turno. Se explayaba muy suelto de cuerpo sobre la extraña teoría sobre su deporte favorito y no perdía ocasión para machacar sobre la pérdida del buen gusto en los juegos, y el olvido permanente de que el fútbol tiene vocación de arte.
  —Al principio, no existían los arcos, éstos fueron inventos de los mercaderes del fútbol, para engatusar a los desprevenidos espectadores. Quieren hacer creer que los goles son la coronación de un partido, al contrario de lo que son realmente, efectismos de dudosa cualidad moral. De ahí que los jugadores hoy en día los podrían hacer de cualquier manera, con la mano y todo, con tal de que no lo advierta el referí; porque el fin justifica plenamente los medios: lo que importa es el resultado, no el fútbol en sí, sino el negocio.
    Palanca abundaba en detalles para reforzar su argumento, ya recurriendo a ejemplos, ya tomando imágenes poéticas o comparando el partido con hazañas heroicas, casi siempre rematando a algún aspecto de la inevitable justa entre el Club Sport y 1º de Mayo.
  —El fútbol debe sostenerse en la cancha con las jugadas, sin perder interés ni belleza, no debería depender de los goles para levantar el pesado trasero de la tribuna. Una jugada debe ser capaz de conmover hasta las lágrimas de emoción o provocar el grito victorioso de una batalla digna de ser contada por poetas como Homero o Emiliano.
    Palanca veía a sus jugadores como verdaderos gladiadores, les exigía cualidades casi sobrenaturales, les pedía exhibir un espíritu épico a toda prueba, una auténtica garra de héroe y un henchido pecho de lanzallamas. Aprovechaba las fiestas de San Juan para organizar un partido con pelota tata —pelota de fuego—, donde cada jugador debía demostrar sus destrezas con el balón en llamas como si tuviese el mejor esférico número 5 a sus pies. El que llevaba la peor parte era el arquero, que debía rechazar o embolsar como si fuera simplemente el balón de cuero.
    El pueblo disfrutaba como nunca del partido con pelota tata que realizaba Palanca en honor a San Juan, entre otros tantos juegos tradicionales, como el palo engrasado o enjabonado (yvyra sÿi), caminata sobre brasas (tatapÿi ári jehasa), quema de Judas (Judas kái), sortija y corrida de toros (toro ñemoñarö o torín). El partido con “pelota tata” era la mayor atracción de todos los juegos, porque además los jugadores se disfrazaban de fantasmas o genios de la noche (kambá o póra), pero sólo a Palanca se lo distinguía entre ellos por el arqueo de sus piernas. Pero esta costumbre de fuego y juego de disfraces ya venían en el Paraguay de las épocas remotas y coloniales, según algunos, heredada de los primitivos guaraníes el “tata ñemboharái”(juego con fuego) y de alguna contingencia de esclavos negros venida del Congo y de toda África; aunque otros afirman que la historia data de más recientes hechos que dejó el genocidio de la Triple Alianza, en manos de los brasileros y bandeirantes que usaron de carne de cañón a los negros esclavos y prisioneros paraguayos contra el Paraguay.
   Pero la historia de Palanca es de nunca acabar, ya había pasado más de una hora larga y el calor de la siesta en Tatakua hacía honor a su nombre original, “horno de fuego”, en guaraní. Los jugadores no parecían con ganas de dejar la sombra fresca de los naranjos, aunque Palanca ya picaba la pelota con el arquero sin salir al sol y pitaba de vez en cuando el silbato para ir cortando la modorra de sus valientes malabaristas. Aunque algunos jugadores seguían buscando pretextos para conversar y demorar un poco más el entrenamiento, Palanca se acercó al grupo y pidió un último tereré para sorber.
   De pronto, el jugador Juancho Portillo inquirió, aprovechando la curiosa predisposición de Palanca al diálogo, impulsado quizá por el intenso calor que derretía todo, hasta la memoria, hizo saltar la pregunta:
   —Pero cómo fueron realmente los goles de Sport, la gente en el pueblo dice cualquier cosa y nunca supimos la verdad.
    Palanca, sorprendido por la pregunta punzante, se dispuso a contestar haciendo gambetas como siempre. Habló, primero, de otros temas que lo desvelaban y que hacían a la formación del buen deportista. En un salto inesperado se instaló en la antigüedad, hablando del origen del deporte, de la academia, el gimnasio y el liceo de la antigua Grecia, el caos y el Cosmos,  el cuerpo y el alma como una unidad y armonía. Como evasión, habló con naturalidad y en tono sentencioso olvidando por completo echar luz sobre los goles de Sport.
  —En Grecia, el ganador de las Olimpíadas se convertía en un pequeño dios para la gente, no por el hecho de triunfar, sino por reunir la suma de las virtudes deportivas y helénicas, pero sin confundir con los guerreros o patriotas a la hora de valorar al deportista. El deporte es universal y generoso, debe engrandecer a una nación y añadir paz al mundo. El deporte tiene una camiseta que defender y la patria, la bandera.
   Los jugadores notaron la incomodidad y las vueltas de Palanca para abordar la respuesta largamente esperada. Pero no cortó de cuajo, siguió el hilo de su exposición un rumbo incierto. Aunque entre consejos y reproches parecía encaminarse hacia la incógnita que a todos le tenían con la curiosidad encendida.
  —El deporte persigue la virtud, no sólo el triunfo. El futbolista debe estar preparado de buena forma, jugar bien y saber valorar el buen juego. Por eso siempre les exijo felicitar al adversario cuando nos gana con altura y arte, que ustedes tanto resisten y menoscaban a la cortesía su valor supremo.
    El jugador Eusebio Flecha, le notó indeciso a Palanca, le allanó el camino con ansiedad y clavó la espina.
   —El gol del Sport, el empate, ¿fue de contra?
Respondió en seco:
   —No, no. Fue de culo.
   Luego Palanca explicó que uno de sus saques de arco, de punta violenta, dio justo en el trasero de un wing que se interpuso, para la desgracia, y mandó de rebote al fondo de la meta.
     A esta altura, Palanca estaba desvencijado y no podía disimular el resquemor que sentía ante los muchachos que vibraban ante la reveladora confesión, al recordar un partido que marcó para siempre su trayectoria, como si él fuera realmente un astro del firmamento, pero surgido con el revés de una hazaña.
   Porque el gol de la victoria, el segundo de Sport, nunca fue misterio en Tatakua. Se sabía que, al salir el arquero, en un ataque contrario, Palanca quedó como último hombre para defender el arco y lo defendió con todo, imaginariamente al cerrar las piernas, pero la pelota siguió su itinerario sin tapujos: primero, pasó de caño por su sortija de chueco y luego, se anidó en la red de 1º Mayo. Pero a Palanca nunca se le arrancó una palabra sobre éste gol, hasta aquella tarde en corro de tereré, en la sombra y esperando la piedad del sol para comenzar el entrenamiento.
    Otro jugador de más confianza con el compañero y técnico, Leoncio Bernal, inquirió e insistió para escuchar de una buena vez, al límite de su paciencia, la respuesta del propio Palanca.
—Entonces, ¿el segundo gol fue en contra también?
Palanca, tomó la pelota y la puso bajo el brazo. Fuerte y nervioso pitó el silbato, llamó a todos a la práctica y remató el asunto antes de marchar a la cancha:
   — No. Fue de concha.
                                                                                                                   Julio, 1998.


*Cuento publicado en el libro "El maleficio y otras maldades del mundo", de Gilberto Ramírez Santacruz, Editorial ARANDURA, Paraguay 2008.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Imitación de Jesús

imitación de jesús*
                   (a mis padres Juan de la Cruz y Ramona,
                   una breve paráfrasis de Tomás de Kempis)
así como tu padre carpintero
prodigioso con su sierra y cepillos
el mío fue de oficio zapatero
bien hábil con sus leznas y martillos
tu misma lección simple de trabajo
y pocos consejos de todo sabio
recibí una campana con badajo
las palabras de mi padre en sus labios
así como tu madre fue maría
santa y hacendosa en tu crianza
mi madre fue una gran maestra y guía
a los niños pobres y sin infancia
nos enseñó la alegría como un don
que debemos cuidar de noche y día
abecedario del alma y corazón
nos dio letras y puso un tren en la vía
el retiro al desierto tu escuela
siempre me pareció gran valentía
yo también anduve por callejuelas
y caminos varios por pasantía
ibas glorioso montado en asno
como rey y príncipe de los plebeyos
yo tuve un borrico que fue mi hermano
y amigo fiel por los duros senderos
a sabiendas que no seré tu ejemplo
de niño santo y menos, sabio precoz
yo buscaré en tu sombra el reflejo
como el burro que explora con su coz
no sabré imitarte y andar sobre el mar
ni tampoco soportar tanto dolor
pero serás mi estrella al caminar
entre tantas penas y poco amor
*fragmentos del poemario "lamentos del desterrado"(1980), de g.r.s., en nombre de todos los hermanos que tratamos de imitar también a nuestros entrañables padres.

sábado, 16 de diciembre de 2017

La cara y ceca del amor...!

LA CARA Y CECA DEL AMOR
                     
                   hoy/1

hoy me visitó la alegría por vez primera
hoy la dicha se me instaló en el pecho
hoy la sonrisa vistió las paredes de mi cuarto
hoy quedó enmarcado el sol en mi ventana

hoy la felicidad me reclutó para su ejército
hoy la suerte hizo brotar en mí su manantial
hoy se posaron en mis hombros pájaros y mariposas
hoy el deseo cristalizó en mí su máximo placer 


hoy el cielo se puso al alcance de mis manos
hoy dios me habló quedo para que nadie escuche
hoy la gloria se refugió en mi bolsillo
hoy cayeron con mi suspiro las estrellas más lejanas


hoy mi sábana blanca se volvió floreada
hoy a mi guitarra le brotó una flor en la boca
hoy el universo me dejó escuchar su mejor música
hoy el amor cubrió mi vida con un manto de besos

hoy amaneció entre mis brazos la mujer de mis sueños

                          hoy/2

hoy se abrió dolorosamente la tierra a mis pies
hoy me llevó por delante un tren con cien vagones
hoy un elefante me pisoteó mil veces el corazón
hoy me pasó por encima una cordillera en alud

hoy se desplomó de golpe el cielo sobre mi cabeza
hoy un rayo fulminante se me alojó en los oídos
hoy me demolió el edificio un atentado terrorista
hoy un terremoto imparable me usurpó el alma

hoy fui devorado por la vorágine del gran amazonas
hoy me desperté en nueva york sin saber quién era
hoy conocí la muerte que lleva inscrito mi nombre
hoy visité el infierno sin autorización del diablo

hoy se me clavó el freno cuando iba a mil por hora
hoy me fusilaron sin asco en vez de al destripador
hoy comieron mis ojos los cuervos de poe y van gogh
hoy me eligió la tristeza para ser su representante

hoy supe la verdad de que jamás me habías amado


*Del libro "Descalzo sobre el asfalto y otros poemas", de G.R.S.,
publicado en 1995 por la editorial El pez del pez de Buenos Aires,
dirigida por Armando Almada Roche.

domingo, 10 de diciembre de 2017

El llamado de la sangre

el llamado de la sangre*

a mi hijo emanuel lénin en sus 12 años
te ha convocado la vida desde tu remoto cielo
te dio cita de urgencia a este mundo de luchas
con un llamado de la sangre y sueño creador
con una misión de cubrir tu espacio de ternura
y la consigna de llenar tu tiempo con amor

te ha enviado la vida desde tu querido refugio
te dio mensajes de esperanza para los que esperan
con un milagro del sentimiento y sabia razón
con un designio de sembrar futuro en la tierra
y el deber del hombre de cosechar con pasión

te ha elegido la vida desde tu infinita morada
te dio señales de viaje y largos caminos abiertos
con un compromiso de la fe y jurada ideología
con un declarado fervor de honrar los ideales
y saber de antemano que la clave es la alegría

te ha traído la vida desde tu perdido paraíso
te dio permiso de entrada y salida de este mundo
con la condición de habitar y mejorarlo siempre
con el único requisito de no olvidar tu origen
que en tu sangre y nombre palpita la razón de tu ser

te ha presentado la vida desde tu llegada bulliciosa
yo te recibo orgulloso como un compañero de ruta
te doy la mano que sentirás en todos los momentos
te abrazo para que tu corazón sepa que no está solo
y suelto el consejo como una paloma por la ventana

todo lo que deberás hacer es procurar tu felicidad
con el menor acopio material y la mayor dignidad


*del libro "paraguay canta, paraguay sueña" de g.r.s., poema escrito en 2005
con motivo del nacimiento de mi entrañable hijo Lénin, "Moreno", "Morenito"
y "More" querido.

domingo, 3 de diciembre de 2017

tratado poético sobre la figura de la mina en el tango

tratado poético sobre la figura
de la mina en el tango

             1
 ( la presentación)

ella tiene los ojos como dos faroles negros
de tan reluciente parece que encandilan
de tan profundos son como misteriosos túneles

ella tiene una cintura arábiga que remonta a oriente
una figura de serpiente emplumada a la hora de danzar
reparte ternuras sin querer a los huérfanos de la noche
y tiene sus labios en pose de siempre besar

 ella baila abrazada a la noche bajo la luna porteña
su hombre es alguien que apenas produce sombra
en cada esquina se reúnen los poetas para elogiarla
mientras deja entrever la pluma de un gorrión entre los senos

ella prestidigita los corazones con sus altos tacones
envuelve al gil y al otario con su mínimo ropaje
y se alza con todos los sueños al filo de la noche 

         2 
( el problema)

pero la mina al final de cada historia se va
después de jurar y prometer un amor eterno 
después de ser la mujer que uno siempre soñó
la que engrandece al varón con su femineidad
esa compañera incomparable a la hora del dolor
esa amante que pone alas a su cuerpo de sirena
esa eva milagrosa que surgió del coraje y la belleza
la misma que reinó en el paraíso y en la plaza de mayo

        3
(el desarrollo)
 
entonces se afila el puñal del tango
el desengaño como ciego clava su fierro
la tristeza se lanza y devora como una jauría

la luna se suicida atravesándose el obelisco
el puente alsina se desploma al paso del guapo
borges y discepolín rumbean hacia mataderos

el bandoneón se arrastra como un gusano herido
llorando que todo es mentira y que nada es amor
la calle corrientes hasta el río se viste de duelo

los trenes del subte emergen cual dragones
el cataclismo estalla sobre los adoquines de san telmo
buenos aires tragó su lengua cuando ella se fue

el canillita se gritó todo y volvió sin vender un diario
en la bombonera llena cayó un rayo cuando el diego se fue
algún día este poema olvidará su llanto inconsolable

         4
(considerando...)

que la ingrata se va del todo y no vuelve más            
que buenos aires le queda chica a su talento
que se va al no poder contra el destino tanguero

entonces la cicatriz en el pecho adquiere un valor
la guitarra en el placard es un sacrilegio absurdo
la nostalgia se convierte en un estilo de vida

que la malena y la mireya sólo cambiaron de boliche
que los muchachos siguen baboseando como ayer
que el corazón cambió de siglo pero no de penas

entonces la espera es mentira hasta que llegue el olvido
el espíritu caído es una farsa y va de joda al bailongo
la bandera a media asta izó su pendón jubiloso

aunque la mina verdaderamente se fue de la poesía
hasta hoy ningún poeta se atrevió a contar la verdad
ella deja por un pelafustán al dueño de su corazón
luego vuelve embarazada o con un pibe entre los brazos
  
         5
( desenlace)

la mina volvió para quedarse y cambiar de vida
quedó exiliada definitivamente de las noches porteñas
debe laburar como cualquier hija de vecino
su aspecto de nueva señora engrupe a todo el mundo
se presenta en los avisos que piden buena presencia
ella con la pinta es capaz de desteñir la casa rosada
su vida felina anterior se esfumó por el riachuelo
camina por la ciudad vestida a la última moda
es ejecutiva diría cualquier desprevenido al verla
dejando a su paso suspiros con su enervante perfume 
abre un negocio y vende productos envueltos con sonrisa
pero la mina está feliz con su premio a la mejor vendedora

todos hablan de ella como la nueva reina del shopping
*del libro "poemas entre el amor y el olvido"(2003) de g.r.s. las fotos que ilustran son de Romy Schneider en la película "el último tango en parís". el dibujo pertenece al dibujante peruano Héctor Nureña Yafac.

domingo, 12 de noviembre de 2017

El robo del escorpión

El robo del escorpión
Por: Oscar Dinova*
12 de Agosto de 1934. Tarde de fútbol para romper la medianía del cielo gris y la melancolía traicionera de las tardecitas domingueras. Viejo estadio de Independiente, ganaba 1-0 el poderoso Boca de Cherro (¡que a la postre saldría campeón con 101 goles!)
En el minuto 68, Antonio Sastre desborda por la derecha, llega hasta el corner y lanza un violento centro a media altura hacia el área de Boca. Un esmirriado delantero llegado ese año de Paraguay se lanza en palomita para conectar el balón pero se pasa de largo, entonces levanta sus tacos al aire e impactando de lleno la pelota, la deposita en el fondo del arco xeneize ante una atribulada tribuna visitante que no puede creer ese malabarismo circense que les ha empatado el partido.
Un oportuno reportero gráfico titula a la ignota destreza, “el balancín”. Muchos años después será rebautizada, “El Escorpión” en manos, perdón, en pies del inefable René Higuita, arquero colombiano.
Pasaron los años. Demasiados para mi almanaque personal.
Estos días nos hemos vistos envueltos en un desencanto generalizado. Estamos todos los amantes del fútbol nocauts de pie. Ha muerto un joven jujeño al chocar una pared dentro de una cancha y han desarticulado el clásico más grande del mundo. En realidad ya viene de hace años; manejos financieros turbios, las barrabravas se adueñaron de las instituciones (y del barrio aledaño), los clubes endeudados, los dirigentes enriquecidos, las tribunas visitantes vacías, la violencia por doquier, los viejos códigos extraviados, las botineras, los shows mediáticos, el individualismo y para frutilla de un postre amargo: los jugadores rivales se han transformado en enemigos a destruir. Una finta, un caño, un pisar la pelota puede ser la invitación para perder una pierna. ¡Maldición!
Lo vi triste a mi nieto volver de la cancha y me nubló el corazón. A falta de otra cosa he pensado mucho en estos días. ¿Por qué nos enloquecían las gambetas del loco Bernao en el rojo del ’60, o los goles a la carrera del Chirola Yazalde, o los despejes endiablados del chivo Pavoni? ¿Por qué?
Porque adelante estaba uno de los mejores 3 de la historia, Marzolini. Para hacerle un gol a Racing había que superar a Perfumo, o vencer a Roma, a Carrizo, a Buttice. ¿Por qué queríamos tanto a Santoro? Y bien, no era fácil atajarle un balinazo al Gringo Scotta, y así hasta el infinito.
Adoraba a Independiente por la calidad de sus rivales. ¿Quién no quería ver jugar a Ermindo Onega? O ganarle al equipo de José? O ver surcar la línea como lo hacía el loco Houseman? El fútbol no es sólo un deporte en equipo, lo es en plural, de equipos. Sólo alcanzamos la gloria si superamos a oponentes de la misma talla.
Y obtener el reconocimiento masivo era el logro máximo de cualquier futbolista.
Bochini siempre contó que su hazaña más grande fue el 2-2 contra Talleres, en Córdoba. Y lo que más lo marcó fue que dieron la vuelta olímpica aplaudidos por todo el estadio.
Pero hace rato andamos mal. Me dí cuenta un día cuando en Avellaneda en vez de deleitarnos con las gambetas de Gustavito Lopez la tribuna se dedicaba a recordarles el origen paraguayo de muchos simpatizantes de Boca. Lo miré a mi hijo y le dije: NO, es una canallada, no hay que cantar esto. Si el jugador más grande de la historia de Independiente es paraguayo, precisamente. Por nuestras gramillas han pasado de todos los países. Jugadorazos.
El racismo estupidiza. Trastoca las ideas y anochece el alma.
1957, han pasado 23 años de aquella tarde en Avellaneda. En Madrid, un argentino, Alfredo Di Stéfano, cumplía uno de sus sueños más preciados, convertir un gol haciendo el escorpión. Cuando le preguntaron cómo había inventado la destreza, La Saeta Rubia aclaró que la suya era una copia, que el original había sido guaraní.
Un paraguayo hecho de mimbre, el saltarín, el hombre de goma, el genial Arsenio Erico había sido el creador del gesto mágico. Pero lo que siempre asombró a Erico fue el sostenido y espontáneo aplauso de la hinchada boquense. Y el admirador que lo imitó en España era de River.
Se dan cuenta ahora. ¿Entienden para dónde voy? No pueden


robarnos el escorpión, ni la chilena, ni el caño, ni el gol olímpico, ni al Piraña Sarlanga de Boca, ni al Charro Moreno de River, ni a Vicente de la Mata, ni a Fillol, ni al Chango Cárdenas, ni a… no alcanzarían mil páginas. Felizmente.
Ya sé. Hay otras prioridades, en el país. Hay otras prioridades.
Pero hoy déjenme soltar una lágrima por el fútbol. El verdadero.
El de nuestros padres, el de mi adolescencia y el de mis nietos.
No van a poder. No lo van a poder robar.

El escorpión los va a picar a estos ladrones de ilusiones, ya van a ver.
Y va a ser un golazo.
De emboquillada.
Seguro.

*Publicado por Oscar Dinova, domingo 17 de mayo, 2015. Dinova es historiador y escritor argentino. Exiliado en Francia por su militancia en la UES de La Plata, se licenció en Historia en París. Fue maestro rural al regreso. Autor de “Escuelas de Alternancia, una experiencia de vida”, “Bululú Theatre - Memorias del Exilio” y “Cuentos del Abuelo - Historias mercedinas”.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Neruda, Pinochet y los rumores de un homicidio

Neruda, Pinochet y los rumores de un homicidio*

Neruda, un profeta contra la oscuridad
Tras el resurgimiento de la hipótesis de que el poeta fue asesinado, un escritor clave evoca el significado de su figura. 
Por Ariel Dorfman(Especial para The New York Times)
Aún puedo recordar lo impactado que quedé y el pesar que sentí aquel día que escuché que había muerto Pablo Neruda, el más grande poeta chileno y uno de los pilares de la literatura del siglo XX. Era el 23 de septiembre de 1973. Dos semanas antes, el ejército chileno había perpetrado un golpe de Estado en contra del presidente Salvador Allende y había instalado una dictadura que iba a durar diecisiete años.
Temía por mi vida, como muchos otros intelectuales y defensores de Allende, y estaba escondido en una casa de seguridad de Santiago cuando me llegó la noticia de que, además de perder nuestra nación a manos del fascismo, perdíamos también al mayor escritor de esa tierra cuando más lo necesitábamos.
Aunque había motivos para dudar de cada una de las palabras emitidas por la Junta mientras torturaban, asesinaban, perseguían y exilaban a los seguidores de Allende, jamás se me ocurrió que fueran tan estúpidos como para asesinar al mismo Neruda. Sabía que estaba postrado en cama y que padecía cáncer de próstata. Parecía natural que el horror de ver destruida a la democracia chilena y la pena por las muchas muertes de sus camaradas del Partido Comunista y otras organizaciones de izquierda hubieran acelerado su deceso.

A lo largo de los años, igual que la mayoría de los chilenos, desestimé los rumores de que un agente de la dictadura había envenenado a Neruda durante su estancia en la Clínica Santa María. Los testimonios de amigos que habían estado a su lado durante sus últimos días y horas reforzaban ese escepticismo. La viuda del poeta, Matilde Urrutia, me dijo que, en efecto, el cáncer era la causa de su muerte, aunque la abrumadora angustia de su esposo ante el destino de nuestra nación había asestado el golpe final.
Sentía recelo de las historias descabelladas que no podían corroborarse y que hacían más mal que bien. De cara a incontables atrocidades reales e indiscutibles, era inútil proponer crímenes que no parecían tener fundamento y podían interpretarse como propaganda.
Décadas más tarde, sin embargo, las acusaciones presentadas a la revista mexicana Proceso por el antiguo chofer de Neruda, Manuel Araya, sobre que una inyección letal le había sido administrada al poeta horas antes de su muerte llevaron a un juez chileno a ordenar la exhumación del cuerpo y a buscar ayuda de organizaciones forenses extranjeras para determinar la verdadera causa de la muerte. Ahora dieciséis expertos anunciaron que Neruda murió por una infección bacterianay no de caquexia por cáncer, como se consignó fraudulentamente en su certificado de defunción.
Aunque no ofrecieron pruebas de que hubo mano negra, su investigación ha provocado cierta especulación. En contraste con la inevitable circunspección de los forenses, muchos chilenos —comentaristas, políticos e intelectuales, acompañados por uno de los sobrinos de Neruda— dan por hecho que se trató de un asesinato.
Estas conjeturas renovadas son reforzadas por el hecho de que, algunos años después de la muerte de Neruda, el expresidente Eduardo Frei Montalva murió en circunstancias sospechosas en la misma habitación de la misma clínica donde había fallecido el gran poeta.
Llevó muchos años de investigación, pero las cortes chilenas dictaminaron que Frei había sido asesinado por un grupo de agentes de la policía secreta DINA. Es fácil suponer por qué lo mataron: aunque en un principio Frei había apoyado la toma de poder de los militares, se había convertido en el valiente líder de la oposición al general Augusto Pinochet.
Eliminarlo era una manera de deshacerse de una figura que podía unir a la gente y a quienes querían que se restaurara la democracia. Fue un motivo similar al del asesinato en Washington de Orlando Letelier, el popular y carismático ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Allende.
Sin embargo, matar a Neruda sigue pareciendo no tener sentido. ¿Por qué los secuaces de Pinochet se arriesgarían a asesinar a un poeta que ya estaba muriendo, a un ganador del Nobel reverenciado por los chilenos de todos los tipos y filiaciones? ¿No estaba ya enfermo y debilitado, a punto de exilarse en México, donde pronto fallecería de cualquier modo?
Cualquiera que haya sido el motivo de su muerte, su efecto fue impresionante. El funeral de Neruda, celebrado el 26 de septiembre de 1973, se convirtió en el primer acto de desafío público en contra de los nuevos gobernantes chilenos.
Llenos de valor de cara a los soldados en las calles y al miedo en sus corazones, miles de patriotas acompañaron el ataúd de Neruda al Cementerio General, para despedirse del poeta que había contado la historia de todos ellos y la de Latinoamérica en su búsqueda de la liberación. ¿Cómo podrían no haber acompañado en su viaje final al cuerpo del poeta que había celebrado el cuerpo humano en todos sus deseos sensuales y su más profunda desesperanza?
Estas personas habían aprendido a través de sus versos cómo dar forma a sus sueños y cómo soñar su amor, así que desolados y furiosos, cantaron que su bardo viviría en ellos por siempre. Prometieron que Allende, nuestro presidente muerto, no sería olvidado; juraron que Chile no sucumbiría a la tiranía.
Lo significativo del evento no solo residió en el simbolismo de que tantos hombres, mujeres e incluso niños se pusieran en peligro para expresar su necesidad de ser libres. Ese funeral también fue el prototipo de la manera en que la resistencia finalmente vencería a Pinochet en los duros años que vendrían, apoderándose de cualquier espacio disponible, grande o pequeño; empujando los límites de lo permisible; declarando, con bayonetas y balas enfrente, que el silencio no prevalecería.
En los versos más famosos de su “Canto General”, Neruda les habló a los muertos anónimos de Latinoamérica, cuando escribió: “Sube a nacer conmigo, hermano”, con lo que les pedía a los olvidados y profanados por la historia que renacieran. “Hablad por mis palabras y mi sangre.”
La discusión renovada sobre la muerte de Neruda nos permite recordarlo una vez más, verlo de nuevo como un profeta en la lucha en contra de la oscuridad, la condena y el olvido. Igual que ayer, cuando estaba vivo, nuestro Pablo continúa, desde más allá de la muerte, enviando a la humanidad un mensaje de esperanza, alentando la batalla por la justicia y la libertad en estos tiempos nefastos.
Quizá tome mucho tiempo, pero los crímenes del pasado no se borrarán. Quizá tome mucho tiempo, nos dice el recuerdo de Neruda, pero habrá, finalmente, un ajuste de cuentas. Quizá tome mucho tiempo, nos dice la poesía de Neruda, pero es seguro que las víctimas de la historia encontrarán una manera de nacer de nuevo.

FUENTE: Página/12, Buenos Aires, 1º de noviembre de 2017.

jueves, 26 de octubre de 2017

La vocación pacífica del Paraguay

A propósito del libro EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ... de Rodolfo Báez Valenzuela
La vocación pacífica del Paraguay 
frente a la impuesta Guerra contra la Triple Alianza

Las reseñas esclarecedoras y los documentos anexados en la portentosa obra “EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ, artífice DE LA UNIFICACIÓN ARGENTINA de Rodolfo Báez Valenzuela, demuestran en forma indubitable la vocación pacifista, integradora y fundacional del Paraguay, sugerida como una temprana federación de naciones libres y practicada la no injerencia de los asuntos internos de los vecinos por el doctor Rodríguez de Francia, primero, exhibida con alta diplomacia ejemplarmente por el mariscal Francisco Solano López, posteriormente, al ser designado mediador por el gobierno paraguayo en el conflicto y eminente guerra entre la Gobernación de Buenos Aires y la Confederación Argentina, que con tino de buen estratega cristalizó la paz y encaminó la unión nacional entre los argentinos a través del Pacto de San José de Flores. 
Sin embargo, este papel preponderante y de arbitraje que jugó el Paraguay para lograr el equilibrio de poderes en el Río de la Plata, teniendo en cuenta que Inglaterra y Francia también eran mediadores en el conflicto argentino, atrajo inmediatamente una escalada de represalias que comenzó con la invasión del Uruguay desde la Argentina por el general uruguayo Venancio Flores, con directo apoyo y aprovisionamiento del presidente Mitre que proclamaba a los cuatro vientos su supuesta neutralidad, y la incursión de la caballería brasileña contra el gobierno constitucional oriental, a sabiendas del tratado de defensa mutua que tenían el Paraguay con el Uruguay y la declaración de guerra de hecho al gobierno de Solano López, que luego esta alianza del Imperio del Brasil, la Argentina de Mitre y el Uruguay de Flores, una vez finiquitada la tarea de liquidación institucional y criminal en el Sitio de Paysandú, con la nunca bien ponderada actuación y planificación del embajador británico Thorton, firmaron el primer borrador del Tratado Secreto de la Triple Alianza contra el Paraguay en Puntas del Rosario, Uruguay, en junio de 1864.
Entonces, uno se pregunta, con cierto resquemor por los historiadores liberales y escribientes de la historia escolar que pretendieron imponer sus fábulas encubridoras del crimen como la vera historia oficial. Y uno de inmediato se pregunta, entonces, ¿quién empezó primero la guerra?, por supuesto, los que promovieron e invadieron el Uruguay y que conllevaba dicho atropello la inevitable guerra con el Paraguay, un país de inmensa autoridad moral, política y económica en aquel momento, una nación que se sabía y sentía libre, soberana y respetuosa al extremo y consecuente con sus compromisos asumidos con el país hermano y solidario, que le facilitaba el único puerto(Montevideo) con que contaba Paraguay para salir al mar abierto.
Pero la gran polémica sobre los antecedentes y causas de la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay no cesó nunca, desde mucho antes del inicio de la contienda y hasta el presente, tanto entre historiadores e investigadores como entre simples legos y ciudadanos interesados en su historia profunda. Sin embargo, los brasileños no confesaron jamás su responsabilidad en atizar la fogata bélica, o no quisieron confesar por conveniencias ulteriores, pero las huellas de su mano oculta en la alianza secreta con la Argentina lo delata, con la misma actitud hipócrita de supuesta neutralidad de la Argentina que autorizó al Brasil para pasar con sus escuadras y atacar al Paraguay en 1855 le negó al Paraguay para cruzar con su ejército por Corrientes en auxilio del Uruguay, así les abrió la trampa a sus fieras comandadas por Venancio Flores para la invasión de la República Oriental del Uruguay, y les acarreó luego en consecuencia la desastrosa guerra con el Paraguay, según las propias palabras premonitorias del Barón de Mauá, financista principal de los gobiernos integrantes de la “Triple Infamia”, al decir que “la maldita guerra sería la ruina del vencedor y la destrucción del vencido”. 
Además, los guerreristas argentinos contra el pueblo paraguayo quisieron engañar y engañarse suponiendo que la Guerra contra el Paraguay era la continuación de un plan trazado para el Río de la Plata a partir del triunfo de la batalla de Caseros, pero no pudieron ocultar la mentira por mucho tiempo, debido a que pronto sus finanzas acusaron los gravosos costos de la injusta guerra contra el país hermano, que fue promotor, garante y facilitador nada menos que la unión nacional apenas un lustro antes, pero tampoco pudieron disimular las cuantiosas pérdidas en vidas humanas de su población más noble y activa, y mucho menos pudieron justificar el genocidio practicado con el pueblo paraguayo, el mismo que ayudó a construir los fuertes de Buenos Aires, Montevideo, Colonia de Sacramentos y ayudó también a recuperar de los invasores ingleses a principios del siglo XIX dichas ciudades cabeceras, por lo tanto, quedaron enterrados en los esteros paraguayos de Curupayty e Itá Ybaté, entre otras batallas legendarias, los mejores sueños y brillantes períodos iniciados en la victoria de l 3 de febrero de 1852. 
En cuanto a los orígenes reales y verdaderos de la guerra nunca fueron misterios, pero sus promotores y hacedores principales prefirieron siempre pasar el bulto sobre la cabeza del otro, es decir, a la victima, el Paraguay o Solano López. No obstante, treinta años después terminada la trágica contienda, el enviado del emperador ante el gobierno argentino y consejero brasileño José Antonio Saraiva confesaba sin rodeos en una carta a Joaquín Nabuco que la Alianza con la Argentina se había concertado en el Campamento militar de Venancio Flores, en Puntas del Rosario el 18 de junio de 1864, casi un año antes del Tratado Secreto pero oficialmente firmado por los representantes de los tres países intervinientes de la Triple Alianza, en el domicilio de Mitre de Buenos Aires el 1º de mayo de 1865, después del hecho que había movido al Brasil a invadir la República Oriental y provocó la reacción de Paraguay. 
En cambio, los argentinos no supieron nunca del todo por qué fueron a la guerra contra un país considerado por su propio pueblo como hermano, así testimonian “los voluntarios de guerra engrillados” que se negaron a participar voluntariamente y fueron llevados forzados hasta las trincheras. En este aspecto, en 1869 polemizaron en la prensa de Buenos Aires Bartolomé Mitre y el oriental Juan Carlos Gómez sobre los polémicos e ignorados orígenes de esa lucha iniciada cuatro años atrás y que aun no había terminado. Los argentinos se encontraron de repente, al final de la guerra, ante un cuadro poco alentador para no decir desolador, con una generación sacrificada en Tuyutî, Boquerón del Sauce y Curupayty, además de un desastre económico y financiero, un pueblo paraguayo masacrado casi en su totalidad en su haber y todavía con la posibilidad de otra guerra con el Brasil por disputa de los tristes despojos del vencido.
De cómo se habría llegado a esta dantesca tragedia entre países hermanos y un desastre continental que borraría del horizonte histórico el modelo de país autosuficiente, libre y soberano en lo político y económico con el Paraguay, que comenzaba a predominar y circular sus mercancías por todo el Río de la Plata en competencia con los países europeos y Estados Unidos, y ejercer al mismo tiempo fuertes influencias políticas en la consolidación de la soberanía de las naciones sudamericanas y una visión estratégica para impulsar el desarrollo propio frente a los personeros de la “revolución industrial”, ávidos de asegurar proveedores de materia prima y clientela de sus manufacturas crecientes. 
Pero la respuesta nunca satisfizo de quien fue presidente de la República Argentina y general de los Ejércitos Aliados, Bartolomé Mitre, ni del brillante periodista oriental Gómez ni ninguno de los demás intervinientes en la polémica como Mármol, Mariano Varela o el canciller Elizalde, no pudieron esclarecer ni demostrar que sabían el porqué de la participación en la guerra contra el Paraguay, ni explicaron tampoco coherentemente los supuestos motivos que originaron la contienda. El mismo Juan Carlos Gómez, alimentado de las frases heroicas, se preguntaba por qué se buscó la alianza con el imperio para combatir la tiranía (pues creía que la guerra contra las tiranías había sido propósito de la hecatombe). Mitre, por su parte, exculpándose de la hecatombe, entendía que "los argentinos no han ido al Paraguay a derribar una tiranía, aunque por accidente ese sea uno de los fecundos resultados de su victoria.” Han ido a vengar una "ofensa gratuita", "reivindicar" la libre navegación de los ríos y "reconquistar" nuestras fronteras, decía con ironía e hipocresía el presidente y general argentino, siendo que fue un hecho fortuito que encontrase en los esteros paraguayos a los brasileños entregados al mismo menester, insinuando siempre desconocer la ya publicitada alianza secreta. 
Para tener en cuenta, el conocido escritor José Mármol advertía que la guerra fue una consecuencia lógica de la alianza con el Brasil que buscaba siempre extender su dominio con su política expansionista, desde su origen como un enclave apenas por el Tratado de Tordesillas, y no la alianza de la guerra que ya era la ejecución del plan brasileño inspirado por Inglaterra y su embajador Edward Thorton, pues el denominado "agravio” paraguayo contra la Argentina se produjo un año después del entendimiento inglés-brasileño-argentino. Pero el canciller Elizalde siempre siguió el libreto oficial de la tríplice guerrerista al sostener que la fecha en que se firmó la Triple Alianza fue el 1º de mayo de 1865 y el “agravio” acusado del 13 de abril del mismo año, a lo que respondió Mármol diciendo que será la fecha del documento oficial de dicho Tratado pero el entendimiento y alianza existía de hecho desde junio de 1864, como le constaba a Elizalde que fue canciller y representante de la Argentina en Puntas del Rosario cuando se firmó el primer tratado secreto.
Coincidente con Elizalde, Bartolomé Mitre exhibió en toda su vida pública el ingente esfuerzo por demostrar su patriotismo y sus aciertos a la hora de defender los valores patrios, nunca hizo autocrítica de su dudoso triunfo en la Batalla de Pavón que obtuvo más bien por abandono o falta de resistencia del entonces enemigo(Urquiza), y que los papeles de la historia develarían luego que aquella victoria se libró más en los escritorios de la masonería que en los campos de batalla; asimismo la irrefutable derrota en Curupayty del comandante de los ejércitos aliados lo devolvió al sillón presidencial y puso fin entonces a una sangrienta guerra para los argentinos, cuya reanudación se debió ya a la directa participación de Inglaterra detrás del imperio del Brasil y la promesa de que, si hace falta, terminará cuando no quede ningún paraguayo.
Y de inmediato surge la otra pregunta de siempre, ¿por qué quería y querría Inglaterra una guerra contra el Paraguay? A pesar de incontables y voluminosos libros de historiadores ingleses, norteamericanos y hasta algunos latinoamericanos y paraguayos negacionistas que sostienen que Inglaterra nunca participó de la guerra ni tuvo interés alguno para hacerlo, a la luz de tantas documentaciones que obran en los archivos y reproducidos en tantos libros también, podemos afirmar que el mismo embajador británico del Río de la Plata, Edward Thorton, en su barco traía y llevaba entre Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires a los cancilleres firmantes del tratado de Puntas del Rosario, con el propósito de limitar el terreno para la influencia paraguaya, pero al parecer nunca propuso que esta acción tocase el extremo de una hecatombe o un verdadero holocausto en que se convirtió al final la acción bélica concertada contra le Paraguay, que sin miramientos destruyó las fortificaciones de Humaitá, dinamitó los altos hornos de Ybycuí, la fundición de Asunción, puentes y escuelas de todo el país, incendió grandes extensiones de sembradíos y los establecimientos de agro-industriales conocidos como “Estancias de la patria”, en supuesto nombre de combatir la tiranía de Solano López y establecer un gobierno democrático que se abriese a las mercaderías de Manchester y al capital inglés, el mismo que vitoreaba Mitre al arengar a sus tropas antes de lanzar un ataque a los paraguayos, con lo que los británicos hubieran estado satisfechos con navegar y comerciar libremente por los ríos y estados rioplatenses. 
Para los ingleses, que no estaban acostumbrados a que ningún gobierno les ponga reparos a sus planes comerciales, el Paraguay con su exigencia de respeto a su soberanía e igualdad de condiciones para negociar ante cualquier potencia, resultaba todo un escándalo, para corregir esta anomalía ideó la Triple Alianza pero no contaron con el heroísmo de los paraguayos. De aquella entusiasta arenga de Mitre al inicio de la guerra, “…en una semana en los cuarteles, en un mes en Corrientes y en tres meses en Asunción”, cuando las cosas se extremaron en 1867, sobre todo después de Curupayty, los diplomáticos ingleses intentaron lograr una “paz honrosa” proponiendo el exilio de Solano López y los correspondientes tratados de amistad, comercio y navegación con Inglaterra, no podían ni considerar ni remotamente la victoria paraguaya contra los aliados y prosiga sus hazañas este fronterizo país, bastándose a sí mismo, que nada precisaba traer de Inglaterra y lo que precisaba lo pagaba sonante, prescindía por principios de los empréstitos, de contar ya con trenes, astilleros, telégrafos propios y compitiendo en varios rubros comerciales ya con los ingleses en la región. Un país conocido más por las leyendas negras sobre el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia y no por su revolucionaria labor patriótica para consolidar el Paraguay como nación independiente y próspera, se daba el lujo de hacer respetar sus leyes a todo el mundo, incluso a los ingleses, demostrado al detener en ocasiones a hijos de los británicos, conocido como el caso Constantt con el pretexto de infringir leyes del país, ellos aspiraban que el Paraguay tuviera el mismo reflejo de la Argentina que permitía a los comerciantes ingleses libremente transitar por sus ríos y territorios, en desmedro de su propio comercio e incipiente producción industrial.
Cabe destacar que Inglaterra, antes de fomentar la creación de la Triple Alianza, exhibió abiertamente su disconformidad y encono contra el Paraguay, al verse frustrada su mediación entre Buenos Aires y la Confederación Argentina, bombardeando el vapor “Tacuarí” con el mariscal López a bordo después de cristalizar el sueño de paz con el Pacto de San José de Flores. De la misma forma, intentó por su medio y barco “Home Fleet” reducir al Paraguay bélicamente pero se frustró al toparse con los cañones de Humaitá, delegando luego la misión de impartir urbanidad a los paraguayos en los gobiernos de Brasil, Argentina y Uruguay. En este sentido, se cuenta con un documento elocuente del embajador inglés Edward Thorton, dirigido al Foreign Office y fechado en Asunción el 6 de setiembre de 1864, en el cual describe con sombríos colores la tiranía paraguaya y su inexorable remedio, que al terminar su informe el pudibundo representante de la victoriana majestad, destacaba su mayor logro al haber firmado la Triple Alianza en junio pasado del mismo año, haciendo votos porque “una invasión extranjera que llevase a buena senda de la libertad comercial y el recato de las costumbres a ese pueblo falto de sensibilidad, que se siente feliz con su tiranía y se cree el igual de los más poderosos”. 
Para finalizar estos apuntes basados en la obra de Rodolfo Báez Valenzuela, EL MARISCAL FRANCISO SOLANO LÓPEZ, artífice DE LA UNIFICACIÓN ARGENTINA, con las breves reseñas de los acontecimientos más importantes que pintan la vocación pacífica del Paraguay y su encrucijada ante una guerra impuesta contra su proyecto de gran nación libre y desarrollada, como también integrada fraternalmente con sus países hermanos, retengamos la fecha del Informe de Thorton: 6 de Setiembre de 1864. Que antes de dos meses de aquella infausta fecha el Paraguay ya estaba en guerra con el Imperio del Brasil, y antes también de seis meses con la Argentina. 
La semilla sembrada con cizaña por el embajador inglés Edward Thorton en los viveros políticos de Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires pronto daría sus frutos promisorios en términos de tragedia, destrucción y genocidios. Y pronto también, en pocos años más, ya no habría en Paraguay aranceles ni tarifas aduaneros, ni altos hornos ni modernas fundiciones de hierro, ni los cañones de Humaitá podrán ya indicar que defendía una nación libre y soberana ante las potencias que acostumbraban pasear su soberbia por todo el Río de la Plata, ni habría más centinelas preguntones en la frontera, ni paraguayos insobornables que custodien su heredad, ni ríos clausurados al comercio de los piratas, ni prohibición al libre comercio, ni supuesta tiranía ni dictadura. El remedio fue peor que la supuesta enfermedad. No habría nunca más tampoco un Paraguay libre, soberano y solidario en defensa de la paz entre los países hermanos.

Gilberto Ramírez Santacruz
Buenos Aires, Octubre de 2017.