lunes, 27 de marzo de 2017

Lecciones de un esgrimista de la pluma

A propósito del cuentario “Manual de esgrima para elefantes”, de Javier Viveros.

Lecciones de un esgrimista de la pluma*

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  Siempre que vuelvo al terruño, para “desexiliarme”, desextrañarme y reinstalarme por unos días, suelo conversar mucho con la gente común que merca, vive y sobrevive en la vía pública, luego a mi regreso de Paraguay traigo la alforja llena de libros para constatar o contrastar la otra realidad volcada por los autores en sus libros, elegidos éstos a ojo de buen cubero o porque despertaron mi curiosidad de lector más ingenuo que crítico, pero una de las lecturas que me sorprendió de una forma muy grata, al hallar en ella todo un despliegue del arte de contar, que últimamente escasea en las narraciones más celebradas incluso, por aquello que dice que la palabra hoy en día es el protagonista y ya no cuenta el argumento sino el artificio del narrador.
  Sin embargo, la naturaleza misma de un relato o narración es el contar, como lo es el cantar de las artes poéticas y sus variadísimas expresiones. Pero donde encontré un fogón o, en este caso, un oasis, para sentarme y leer-escuchar atrapantes historias narradas con las entrañas fue en ésta obra de Javier Viveros, donde se potenció mi gozo y goce como lector fue en el Manual de esgrima para elefantes, surgida con la impronta de sus vivencias y peripecias en un extraño continente. El manojo de cuentos y relatos desenvuelto en esta obra me hizo descubrir al gran escritor de nuevo cuño con que cuenta el Paraguay, un narrador literario impecable pero sin perder la esencia de nuestra mejor estirpe de la cultura oral. Con sus relatos Viveros me ha guiado por un continente desconocido y familiar al mismo tiempo, por el aire social y cultural que se respira en el libro, emparentado quizás el país africano con el nuestro por la opresión y pobreza de tantos siglos.

  Los valores estéticos que trasuntan la obra no es menos importante y enmarca la autenticidad personal de Viveros dentro de una generación reciente de excelentes escritores paraguayos, porque los relatos que ofrece Manual de esgrima para elefantes reflejan sin duda en su ritmo y color la esencia imprescindible de una buena narración tanto escrita como oral, si se quiere escritura y oratura, para constituirse en excelente y mejor literatura aun; porque el arte de contar entre nosotros es una habilidad y destreza natural heredadas en general, muchas veces debilitadas por la intervención de una educación y pedagogía planificadas afuera, pergeñadas en organismos internacionales a través de asesores extraños a nuestra realidad, tradición y cosmovisión.
    Para mi sorpresa también, y confirmación de lo que uno pretende de la escritura, en el libro de Javier Viveros se disuelve y se resuelve la falsa disyuntiva planteada desde siempre entre los escritores paraguayos, de escribir en guaraní o castellano, de escribir temas nacionales o universales, de narrar epopeyas de nuestra historia o volver épica la vida cotidiana, en esta obra todo fue procesado en forma brillante, con las crónicas que simulan los cuentos y relatos en el Manual de esgrima para elefantes se salda la falsa encrucijada, donde la narración en consecuencia resulta una celebración y una curación en salud para el lector u oyente, como enunciaba Walter Benjamín en sus postulados para un buen narrador. Por momentos, los relatos, abrevados en las vicisitudes africanas y nostalgias paraguayas en creativa combustión, recuerdan al protagonista-narrador de los cuentos de Felisberto Hernández, el llorón vendedor de El cocodrilo o la enamorada de El balcón, haciendo sin proponerse un ajuste de cuenta con la poesía en sublimación y con la prosa decantada en su versación.
     Pero lo que más deslumbra entre los variados relatos y unitario criterio de narración es la captación profunda de la cultura indígena, colonial y actual de los países africanos en que le tocó vivir y trabajar al autor, volcada en su obra con inevitable realismo mágico o maravilloso que aureola las llagadas huellas de opresión, genocidios y corrupción que sobrellevan por siglos estos pueblos, con admirable resistencia, ejemplar heroísmo y con dolores casi inenarrables. No obstante, en la obra de Javier Viveros, con la afición de buen espadachín le permitió esgrimir-escribir sus relatos con maestría y fluidez, notándose que no le resultaron difíciles los parámetros utilizados en sus crónicas literarias, ya que son comunes y afines también a nuestros países llamados del Tercer Mundo, en especial, de Latinoamérica y Paraguay. 
     Para adentrarnos un poco más en la obra en cuestión, se puede destacar el primer relato (Dèjá Vui(dú) como preparatorio para el lector ante un misterioso portal que se irá abriendo como un libro “de suspenso”, página tras página, el inmenso continente africano, donde la mentalidad occidental y cristiana se verá muchas veces en apuros para comprender diversos hechos rituales y culturales. Por tanto, el narrador diversificará su arte para encontrar el modo de narrar más verosímil, recurriendo a distintos recursos narrativos como de comunicación propia de la tecnología actual y abordará con solvencia la nefasta presencia del capitalismo colonial en los pueblos de Ghana, Ruanda, Congo, Senegal, Tanzania y Nigeria. Los relatos surgen como crónicas de patente realismo tras el itinerario del protagonista-narrador que lúcidamente iluminan los hechos y episodios más sencillos, insólitos o fabulosos, sin comprender y menos justificar, a veces, describe las tragedias y genocidios como la explotación extractiva salvaje de las empresas multinacionales, por ejemplo en Ruándicas, que deja perplejo o de cama al lector ante semejante exterminio criminal de una etnia, acicalada por intereses foráneos, sobre otra. Entre los cuentos que me resultaron más atrapantes se puede citar a Sepultando a Kweku Mensh, Las prostitutas rusas, Un pecado capital, Al jefe algo le pasa y Fantasmas, donde el escritor paraguayo adquiere estatura de narrador universal y sin perder en ningún tramo la identidad latinoamericana ni paraguaya en su lenguaje.
     Convengamos, entonces, una buena literatura escrita en cualquier género, poesía, cuento, novela o ensayo, con el estilo más pulido y la temática que sea, sin duda será también buena literatura en todos los idiomas bien traducida y recreada en su esencia, todo dependerá exclusivamente del autor y su talento para que la obra constituya al final en un verdadero arte literario, como el caso de Manual de esgrima para elefantes, donde se demuestra narrando en forma inmejorable la circunstancia del autor en África y se confirma una vez más que el idioma es apenas un accidente de lugar, aunque Víctor Hugo decía que un escritor antes de escribir debería elegir primero un país donde nacer, y que un continente como geografía puede extralimitarse en su contenido y continencia para abrazar otras realidades, y que la nacionalidad para un poeta y un escritor como Javier Viveros es sólo una explosión del destino.
    Entonces, sólo me queda felicitar al decantado poeta y venturoso escritor compatriota Javier Viveros, por su lección emanada del Manual de esgrima para elefantes, que desde su título me llevó de safari por un sinfín de rincones lejanos y desconocidos pero fácilmente reconocibles, por su dimensión trágica como deshumanizada que ha padecido también nuestro continente, igual que el africano que fue preso de la explotación esclavista en su historia y de explotación colonialista por siglos, durante la conquista colonial en toda América y el Paraguay, en particular, ya en su época independiente contra el exterminio perpetrado por la Triple Alianza en 1870.

Gilberto Ramírez Santacruz
Buenos Aires, marzo de 2017.


*Publicado en el Correo Semanal del diario Ultima Hora, Asunción, Paraguay, sábado 25 de marzo de 2017.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Un díptico para jacobo rauskin...!

 un díptico para jacobo rauskin*
 
                         I

        cartera de mujer

no importa si durmió el cocodrilo
o el flojo toro se dejó despellejar
pero que la mujer lleva guardado
un mundo desconocido en su cartera
es una realidad insoslayable

allí guarda sus lágrimas y maquillajes
colecciona allí los colores de su sonrisa
allí esperan los lápices de borrar muecas
a veces se desborda de desengaños
otras afloran en ella las primaveras gozadas

aunque nadie sabe que en la cartera de una  mujer
nunca falta una llave para la puerta de lo imposible
como tampoco el coraje de una heroína encubierta
ni un pequeño frasco de plata lleno de amor y ternura
y otro dorado por la duda repleto de odio y veneno

                            II

       zapatos de hombre

todo cambió cuando el hombre caminó en dos patas
las lastimaduras del camino le fabricaron los zapatos
pero el hombre descalzo siempre será más sabio
que el caminante calzado que disfruta pero no aprende
la lección que deja las lastimaduras de andar los caminos

un hombre que sólo cabe en sus zapatos
no descubrirá nunca el misterio de una cartera de la dama
conocerá todo de afuera y sus manos ignorarán siempre
el corazón de las nimiedades y la piel del universo
que esconden su secreto en las rítmicas piernas de una mujer

en el principio el hombre era sólo un árbol sensible
pero luego fue arrancado de cuajo por una tormenta
desde entonces es arrastrado a la deriva por los vientos
y sus pies recuerdan la perdida raíz y no paran de andar
y caminan desarraigados en busca de su eslabón con la tierra

gilberto ramírez santacruz

* Del libro inédito "Poemas de hoy en día", de G.R.S.

viernes, 3 de marzo de 2017

Oda a la Curva de la Muerte

Oda a la Curva de la Muerte*

Parece 
una intersección más entre tantas
de bacheadas calles y locas velocidades,
pero en ese lugar hace oficina la Parca,
donde atiende solícita los desenfrenos
como las ansiedades nocturnas
y registra los fatales volantazos,
allí en la Curva de la Muerte.

Esquina
y punto de atracciones parece,
para los automóviles veloces
y los furiosos raudales,
allí donde la fatalidad reina
y se vuelve un peligro el desliz
como una cintura de mujer, 
la Curva de la Muerte.

Vórtice 
y desembocadura de vientos
como de tormentas diluviales,
donde todo se embebe en dolor,
lágrimas, alcohol y pérdidas,
donde el luto teje sus negras vestiduras
la suerte prueba su mejor y último traje,
allí en la Curva de la Muerte.

Parador
de ebrios, macateros y rameras,
donde la vida cotiza en cuotas
y la muerte cobra al contado,
una frontera precisa del más allá
y para el más acá, un límite claro;
pero nadie cruza gratis y sin peaje
por la Curva de la Muerte.

Terminal
de penas y desengañados,
habitat de musas y amantes
como de mariposas de la noche,
que disfrazados de amor y besos
ofertan cielos en un suburbio asunceno
y embaucan así a los transeúntes
de la Curva de la Muerte.

*Fragmentos del libro "Poemas de hoy en día", de G.R.S.