miércoles, 16 de junio de 2010

Obra Poética I

Fuegos y artificios

Arte poemática

Ya vendrán otros poetas y otros cantores
cuando la muerte vuelva a ser natural, no negocio
a revivir la lira y la musa;
porque hoy la poesía se arma ante las bombas
como las flores con sus aguijones ante el machete
y los antipoemas contra el hambre organizado.

Lo mejor que hoy tienen las flores, son sus espinas;
los poemas, sus poetas con sangre de Tirteo;
la imaginación, sus duendes anunciadores del sol;
la noche, su prudencia de silencio fecundo;
la lucha, sus combatientes milagreros del futuro;
la paz, sus hacedores de guerreros pacíficos
y el pan, sus necesitados creyentes en el trigo.

No se preocupen, poetas del ensueño,
las flores comprenden mejor que nosotros;
las estrellas no quieren que sus ojos se cierren;
los sueños están en vertiginosa extinción;
las pesadillas se multiplican noche a noche;
el miedo cabalga sobre la esperanza;
«el ángel de la inspiración perdió las alas,
en un atentado terrorista», consigna el titular de un diario
y los perros como nunca están ladrando a la luna.

Es poco lo que puede la poesía,
todo se hace también sin ella:
el gallo ni el gorrión determinan el amanecer,
pero sin ellos el alba es un pájaro sin vuelo.

Es poco lo que puede la poesía,
aun sin ella la vida es posible:
la cigarra no provoca el verano
ni el dolor es causante del parto,
pero sin ellos nunca maduraron las sandías
y ninguna revolución ha plasmado su sueño.



Golpe de poesía

Claves para una poesía

No estamos muy convencidos acerca de la utilidad de los prólogos. Pensamos que si un libro tiene valor, nada de lo que se diga le agregará brillo, y si no lo tiene, será inútil cualquier esfuerzo para enaltecerlo en la estimación de los lectores. Borges, en este sentido, tiene razón: el único, el verdadero crítico es el tiempo. No obstante, nada nos impide querer compartir algunas reflexiones inspiradas por poemas nuevos como los de Gilberto Ramírez Santacruz, reunidos en este libro.

En primer lugar, creemos que para la consideración de estos poemas debe descartarse todo prurito cientificista, apearse de los Derridas y Bajtines de turno para dedicarse lisa y llanamente al disfrute de esta experiencia estética. Es lo que hacíamos cuando los diversos estructuralismos no habían enturbiado nuestra inocencia, y podíamos recibir sin anteojeras las sugestiones de las «Locas» y los «Partos» diseminados por nuestra infancia. Todavía hoy, tanto Ortiz Guerrero como Julio Correa nos conmueven, y de ningún modo sus evidentes imperfecciones resultan óbice para la admiración que les profesamos.

En un sentido más amplio -y tal como lo propone Fernández Retamar- probablemente para evaluar la producción literaria de nuestros países subdesarrollados necesitemos de parámetros menos rígidos que los que se usan en Europa. No buscamos la perfección técnica ni estilística en nuestros textos, sino apenas dar salida a esa urgencia por esgrimir las razones y las impaciencias que nos consumen. Demasiado acosados estamos -6- por carencias y necesidades elementales, y entonces no nos importa mucho que nuestros escritos tengan la brillantez de un Borges o de un Neruda. Prima casi la necesidad de expresión por sobre la de comunicación. Dentro de nuestro país, sin embargo, hay ahora una enorme preocupación por la forma. Nuestros poetas están mejor preparados, y evidentemente están al tanto de las últimas novedades estéticas. Todo esto se suma un poco a esa conocida dificultad para la expresión directa, y entonces el discurso se afina en una modulación que quiere ser aséptica, no «contaminada». Curiosamente, los más perfeccionistas son los menos ganados por la cuestión social. Pero están también los otros, los que se preocupan por el testimonio o el compromiso, y de ahí esa bifurcación en los caminos de nuestra poesía que ya señalara Josefina Plá hace varias años. Matizada, esa distinción puede ser todavía valedera. La poesía de Gilberto Ramírez Santacruz pertenece obviamente a la segunda vertiente, como casi toda la literatura que se produce en el exilio. Tiene, quizás, sus raíces en escritores «sociales» como Barret y Julio Correa (también en alguna poesía guaraní), pero enlaza, sobre todo, con la gran poesía rebelde de nuestro tiempo. Hay, en efecto, una atmósfera, un clima universal de protesta en el cual, por supuesto, también están inmersos nuestros poetas mayores; los Campos Cervera, los Elvio Romero, algún Roa Bastos y, últimamente, Carmen Soler. Sin duda hay otros nombres importantes como los de Dimas Aranda o Luis María Martínez, con los cuales Ramírez Santacruz parece tener mayor afinidad. Su voz, sin embargo, es bastante personal, y si hemos de creerle, sus devociones particulares se dirigen a los nuevos poetas como Ramón Silva o Miguelángel Meza, que hoy mismo están haciendo llamativos aportes al desarrollo de nuestra poesía dentro del Paraguay. Se trata evidentemente de una cuestión generacional, en la cual tienen mucha importancia otras manifestaciones estéticas como por ejemplo la música. Ramírez -7- Santacruz, en efecto, es también músico, y lo mismo esgrime la palabra que el canto. (Alguna vez afirmamos que nuestra forma natural de expresión es la música, y todavía creemos que esta sospecha encierra algo de verdad: nos resulta más fácil el canto que la palabra). Pero, ¿qué es en definitiva lo que nos propone Ramírez Santacruz con este nuevo libro, el tercero de su autoría? Indudablemente, profundizar en sus intuiciones anteriores, para lo cual nos ofrece un poemario dividido en tres partes. En la primera, se ciñe a la temática del artista exiliado, que habitualmente se aferra a sus vivencias originarias que son percibidas como una pérdida y como un despojo. En el afán de recuperar esas vivencias, dice Ramírez Santacruz:
«... la siesta paraguaya es un silencio de fuego
poblada de gorriones sedientos...
y niños promiscuos en los yuyales en llamas»,


o también, la patria se dibuja como «un árbol caído / tumbado por hachas mercenarias». Es decir, el sentimiento de pérdida y la necesidad de reparación se conjugan con los sentimientos de rebeldía para dar nacimiento a esa esperanza liberadora que anima al poeta.

En su Golpe de poesía, que abre el libro proyectando el clima general de la propuesta, Ramírez Santacruz dice:
«... levantemos la victoriosa bandera de la razón
y sembremos el mundo de poemas satisfechos»,
sobreponiéndose de ese modo a la sensación de soledad y abatimiento que a veces ensombrece sus poemas («Pueblo triste», «Hombre y mujer», «Lamento»). Aparece también una cierta potenciación de los modos reflexivos o filosóficos, características que ya asomaban en algunos versos anteriores, pero lo importante es que el poeta consigue sobreponerse a sus caídas, y transmite finalmente esa confianza en la felicidad futura que es el centro de sus preocupaciones. Su canto -y su protesta-, si bien tienen su origen en la patria paraguaya, podrían trasladarse -8- a todo el continente, porque como dice en un poema, «Latinoamérica defiende un solo canto común y general». Los temas no son, pues, enteramente locales, sino que tienen validez para el resto de América Latina. Tales, por ejemplo, los temas del ansia y la necesidad de la paz, los del disfrute pleno del amor, o los del simple sentido de projimidad, tan perturbados en nuestros días.

En la segunda parte del libro predomina, en cambio, el tono lírico. Así en los poemas a la amada («te hablo con el corazón mojado / y con mi alma llena de goteras / para confesarte que estoy contigo en la lluvia»); o en el poema denominado «Volver juntos», donde dice:
«... ya volveremos cantando, amada mía,
cuando levante los párpados
el sol nuevo de nuestro pueblo
».

O cuando se refiere a la ausencia, como en el poema «Pero sin vos», o bien cuando le impone condiciones a la amada como sucede en el poema de este nombre que proclama:
«... si amas al pájaro y no a su canto
si amas al hombre y no a la humanidad
si amas al poeta y no a la poesía...»
etcétera.

Pero para el autor no se trata solamente de exaltar el amor, sino de poetizar sobre los diversos interrogantes que plantea la vida, como se ve en el poema «Cuestiones»:
«... no es cuestión de existir nada más
sino es cuestión de vivir la vida...
no es cuestión de dormir nada más,
sino es cuestión de soñar la vida.
..»,

o también, en este otro donde se lee:
«... no quiero saber
que la vida no tiene importancia
que la liberación todavía no es factible
que la justicia está del lado del más fuerte
y que mi lucha con ellos es inútil.
..».

Ramírez Santacruz consigue aliar la poesía lírica con la problemática social, desembocando siempre en un sentimiento -9- de identificación y pertenencia con las clases más desposeídas por la vida. Como en Mallarmé, todo para Ramírez Santacruz conduce al poema, y éste a su vez se refracta sobre su país para rescatar vivencias tan entrañables como las que se refieren al primer amor, o a la necesidad y tristeza de partir hacia otros horizontes como se ve en el poema «El tren hacia el viento sur». Como sucede a menudo en los poetas de extracción popular -y Ramírez Santacruz lo es- muchos de sus versos no son perfectos, pero se salvan por la gran carga de humanidad que traen y que muestran, de todos modos, un notable enriquecimiento de su sensibilidad poética. (Cf. p. ej. el poema «Para cuando preguntes todo», dedicado al hijo).

Pero no quisiéramos abusar de esta suerte de «discurso sobre el discurso» que venimos practicando, ya que sólo se trataba de ubicar algunas claves para el disfrute de esta poesía. No podemos sin embargo soslayar la última parte del libro que se titula «Tributario», donde el poeta rinde homenaje a los padres cantores que le acompañan en la aventura, vivos o ya desaparecidos como es el caso de José Asunción Flores y Manuel Ortiz Guerrero. Apoyado en estas figuras tutelares, el poeta sale en busca de esa ardiente comunión que sólo puede darse en el corazón de la sensibilidad colectiva. Tradicionalmente los poetas suelen fungir como los profetas de sus pueblos, y unas veces de manera clara, otras de manera oscura, preanuncian la belleza que se esconde en el futuro. Tal vez ésta sea, en definitiva, la motivación más importante en la poesía de Gilberto Ramírez Santacruz. Si el lector lo percibe así, sin duda habrá conquistado el galardón más alto a que puede aspirar.

Edgar Valdés
Buenos Aires, Noviembre de 1986.


Poemuchachas

Poema tonto

No debería ni pensar en vos,
menos desearte para mi corazón
pero no sé hacer otra cosa,
me hice experto en esto de quererte,
de amarte sin que lo sepas,
de tenerte sin que estés conmigo,
de inventarme la misma historia:
que me amas mucho y te niegas a confesarme.
¡Hermosa tontería!
Tontería hermosa esta fe mía,
aquella que encontré en tus ojos incrédulos,
de que me quieras un día cualquiera
y que yo deje de contarme la misma historia
y empiece a narrarte otra nueva, la verdadera:
en un lenguaje que sólo conocen mis labios,
que sueñan escribirte con besos,
en un estilo simple de caricias llameantes
y con la maestría de mis manos nocturnas,
que se recibieron en la nocturna noche de la soledad;
entre el techo y la cama y la oscuridad total:
pensando en ti.
Debo decirte más todavía y muchas cosas más.
Sólo este poema es tonto,
porque mi corazón rebosa de lucidez y lágrimas,
y la historia de siempre la escribo siempre,
y me la creo siempre y la tendré siempre,
como lo tendré a este poema tonto e insólito,
que surgió del tintero más auténtico de mi alma
y del lápiz más sangriento que poseo
y de entre mis dedos heridos de angustia,
angustia de quererte tonta y sinceramente.
La síntesis de este poema tonto es: el amor...
el amor de una muchacha que no me ama.

Primeras Letras

La función que le ha correspondido a la poesía sufrió variaciones con el tiempo. Modificaciones lógicas, dado el entorno, las diferentes sociedades y momentos históricos en que le ha tocado vivir.

En algunas épocas tuvo un carácter educativo, en otras la misión consistía en lograr un corolario estético, a veces debió exaltar los valores que sostenían ese momento histórico.

Actualmente, sobrevive en un mundo absorbido y alienado por los valores materiales, matizado por el confort y la comodidad y alejado, en forma sostenida, de lo espiritual.

Tal vez su función sea, hoy, la de mostrarnos a los hombres lo que no queremos ver. Allí se puede encontrar, quizás, el motivo de su confinamiento. Sin ningún tipo de apoyo oficial, cargando sobre sus hombros el rótulo de «no vendible» que lleva a que las editoriales la esquiven en forma notable, la poesía sigue igualmente edificándose, terca e inexorable. Porque aunque los hombres quieran olvidar la poesía, la poesía no olvida a los hombres. Sigue edificándose, tratando de mostrar una nueva percepción, alejada -o demasiado cerca- de este horizonte diario entumecido de costumbre y conformismo. Por todo esto, para publicar, poesía hoy, hay que ser dueño de una cierta dosis de valentía. Gilberto Ramírez Santacruz nació hace 21 años en Paraguay, un pueblo que sigue llevando a cuestas, que sigue desbordándolo. Viene de un lugar que tiene el «lomo resignado», que debió subsistir a «espaldas del siglo XX»; un sitio donde las esperas son inverosímiles y las postergaciones rigurosas.

Éste, su primer libro de poemas -recopilación de un trabajo que ya tiene seis años de duración- se explica por sí solo.

Está allí, exhalando su mensaje humanístico, dejando traslucir por sus poros un cielo ancho y maduro.

Ramírez Santacruz sabe o presiente, que las ideas suelen alejar a los hombres y que los sentimientos los acercan; allí apunta con su poesía escrita «con una mano áspera y temblorosa», amparada en el coraje de la inocencia.

Su poesía está delineada en los contornos de la realidad -casi siempre ardua y difícil- conjugada con su mundo interior: más idealizado y lírico. Por eso mismo sus poemas que rozan la angustia, siempre dejan un trasfondo de esperanza. La esperanza no conformista, sino como un modo de estar presente, como método para poder seguir... «La esperanza es un viento que propaga la vida».

Camilo Sánchez
Poeta y periodista argentino.
Buenos Aires, julio de 1980.-

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