jueves, 26 de octubre de 2017

La vocación pacífica del Paraguay

A propósito del libro EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ... de Rodolfo Báez Valenzuela
La vocación pacífica del Paraguay 
frente a la impuesta Guerra contra la Triple Alianza

Las reseñas esclarecedoras y los documentos anexados en la portentosa obra “EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ, artífice DE LA UNIFICACIÓN ARGENTINA de Rodolfo Báez Valenzuela, demuestran en forma indubitable la vocación pacifista, integradora y fundacional del Paraguay, sugerida como una temprana federación de naciones libres y practicada la no injerencia de los asuntos internos de los vecinos por el doctor Rodríguez de Francia, primero, exhibida con alta diplomacia ejemplarmente por el mariscal Francisco Solano López, posteriormente, al ser designado mediador por el gobierno paraguayo en el conflicto y eminente guerra entre la Gobernación de Buenos Aires y la Confederación Argentina, que con tino de buen estratega cristalizó la paz y encaminó la unión nacional entre los argentinos a través del Pacto de San José de Flores. 
Sin embargo, este papel preponderante y de arbitraje que jugó el Paraguay para lograr el equilibrio de poderes en el Río de la Plata, teniendo en cuenta que Inglaterra y Francia también eran mediadores en el conflicto argentino, atrajo inmediatamente una escalada de represalias que comenzó con la invasión del Uruguay desde la Argentina por el general uruguayo Venancio Flores, con directo apoyo y aprovisionamiento del presidente Mitre que proclamaba a los cuatro vientos su supuesta neutralidad, y la incursión de la caballería brasileña contra el gobierno constitucional oriental, a sabiendas del tratado de defensa mutua que tenían el Paraguay con el Uruguay y la declaración de guerra de hecho al gobierno de Solano López, que luego esta alianza del Imperio del Brasil, la Argentina de Mitre y el Uruguay de Flores, una vez finiquitada la tarea de liquidación institucional y criminal en el Sitio de Paysandú, con la nunca bien ponderada actuación y planificación del embajador británico Thorton, firmaron el primer borrador del Tratado Secreto de la Triple Alianza contra el Paraguay en Puntas del Rosario, Uruguay, en junio de 1864.
Entonces, uno se pregunta, con cierto resquemor por los historiadores liberales y escribientes de la historia escolar que pretendieron imponer sus fábulas encubridoras del crimen como la vera historia oficial. Y uno de inmediato se pregunta, entonces, ¿quién empezó primero la guerra?, por supuesto, los que promovieron e invadieron el Uruguay y que conllevaba dicho atropello la inevitable guerra con el Paraguay, un país de inmensa autoridad moral, política y económica en aquel momento, una nación que se sabía y sentía libre, soberana y respetuosa al extremo y consecuente con sus compromisos asumidos con el país hermano y solidario, que le facilitaba el único puerto(Montevideo) con que contaba Paraguay para salir al mar abierto.
Pero la gran polémica sobre los antecedentes y causas de la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay no cesó nunca, desde mucho antes del inicio de la contienda y hasta el presente, tanto entre historiadores e investigadores como entre simples legos y ciudadanos interesados en su historia profunda. Sin embargo, los brasileños no confesaron jamás su responsabilidad en atizar la fogata bélica, o no quisieron confesar por conveniencias ulteriores, pero las huellas de su mano oculta en la alianza secreta con la Argentina lo delata, con la misma actitud hipócrita de supuesta neutralidad de la Argentina que autorizó al Brasil para pasar con sus escuadras y atacar al Paraguay en 1855 le negó al Paraguay para cruzar con su ejército por Corrientes en auxilio del Uruguay, así les abrió la trampa a sus fieras comandadas por Venancio Flores para la invasión de la República Oriental del Uruguay, y les acarreó luego en consecuencia la desastrosa guerra con el Paraguay, según las propias palabras premonitorias del Barón de Mauá, financista principal de los gobiernos integrantes de la “Triple Infamia”, al decir que “la maldita guerra sería la ruina del vencedor y la destrucción del vencido”. 
Además, los guerreristas argentinos contra el pueblo paraguayo quisieron engañar y engañarse suponiendo que la Guerra contra el Paraguay era la continuación de un plan trazado para el Río de la Plata a partir del triunfo de la batalla de Caseros, pero no pudieron ocultar la mentira por mucho tiempo, debido a que pronto sus finanzas acusaron los gravosos costos de la injusta guerra contra el país hermano, que fue promotor, garante y facilitador nada menos que la unión nacional apenas un lustro antes, pero tampoco pudieron disimular las cuantiosas pérdidas en vidas humanas de su población más noble y activa, y mucho menos pudieron justificar el genocidio practicado con el pueblo paraguayo, el mismo que ayudó a construir los fuertes de Buenos Aires, Montevideo, Colonia de Sacramentos y ayudó también a recuperar de los invasores ingleses a principios del siglo XIX dichas ciudades cabeceras, por lo tanto, quedaron enterrados en los esteros paraguayos de Curupayty e Itá Ybaté, entre otras batallas legendarias, los mejores sueños y brillantes períodos iniciados en la victoria de l 3 de febrero de 1852. 
En cuanto a los orígenes reales y verdaderos de la guerra nunca fueron misterios, pero sus promotores y hacedores principales prefirieron siempre pasar el bulto sobre la cabeza del otro, es decir, a la victima, el Paraguay o Solano López. No obstante, treinta años después terminada la trágica contienda, el enviado del emperador ante el gobierno argentino y consejero brasileño José Antonio Saraiva confesaba sin rodeos en una carta a Joaquín Nabuco que la Alianza con la Argentina se había concertado en el Campamento militar de Venancio Flores, en Puntas del Rosario el 18 de junio de 1864, casi un año antes del Tratado Secreto pero oficialmente firmado por los representantes de los tres países intervinientes de la Triple Alianza, en el domicilio de Mitre de Buenos Aires el 1º de mayo de 1865, después del hecho que había movido al Brasil a invadir la República Oriental y provocó la reacción de Paraguay. 
En cambio, los argentinos no supieron nunca del todo por qué fueron a la guerra contra un país considerado por su propio pueblo como hermano, así testimonian “los voluntarios de guerra engrillados” que se negaron a participar voluntariamente y fueron llevados forzados hasta las trincheras. En este aspecto, en 1869 polemizaron en la prensa de Buenos Aires Bartolomé Mitre y el oriental Juan Carlos Gómez sobre los polémicos e ignorados orígenes de esa lucha iniciada cuatro años atrás y que aun no había terminado. Los argentinos se encontraron de repente, al final de la guerra, ante un cuadro poco alentador para no decir desolador, con una generación sacrificada en Tuyutî, Boquerón del Sauce y Curupayty, además de un desastre económico y financiero, un pueblo paraguayo masacrado casi en su totalidad en su haber y todavía con la posibilidad de otra guerra con el Brasil por disputa de los tristes despojos del vencido.
De cómo se habría llegado a esta dantesca tragedia entre países hermanos y un desastre continental que borraría del horizonte histórico el modelo de país autosuficiente, libre y soberano en lo político y económico con el Paraguay, que comenzaba a predominar y circular sus mercancías por todo el Río de la Plata en competencia con los países europeos y Estados Unidos, y ejercer al mismo tiempo fuertes influencias políticas en la consolidación de la soberanía de las naciones sudamericanas y una visión estratégica para impulsar el desarrollo propio frente a los personeros de la “revolución industrial”, ávidos de asegurar proveedores de materia prima y clientela de sus manufacturas crecientes. 
Pero la respuesta nunca satisfizo de quien fue presidente de la República Argentina y general de los Ejércitos Aliados, Bartolomé Mitre, ni del brillante periodista oriental Gómez ni ninguno de los demás intervinientes en la polémica como Mármol, Mariano Varela o el canciller Elizalde, no pudieron esclarecer ni demostrar que sabían el porqué de la participación en la guerra contra el Paraguay, ni explicaron tampoco coherentemente los supuestos motivos que originaron la contienda. El mismo Juan Carlos Gómez, alimentado de las frases heroicas, se preguntaba por qué se buscó la alianza con el imperio para combatir la tiranía (pues creía que la guerra contra las tiranías había sido propósito de la hecatombe). Mitre, por su parte, exculpándose de la hecatombe, entendía que "los argentinos no han ido al Paraguay a derribar una tiranía, aunque por accidente ese sea uno de los fecundos resultados de su victoria.” Han ido a vengar una "ofensa gratuita", "reivindicar" la libre navegación de los ríos y "reconquistar" nuestras fronteras, decía con ironía e hipocresía el presidente y general argentino, siendo que fue un hecho fortuito que encontrase en los esteros paraguayos a los brasileños entregados al mismo menester, insinuando siempre desconocer la ya publicitada alianza secreta. 
Para tener en cuenta, el conocido escritor José Mármol advertía que la guerra fue una consecuencia lógica de la alianza con el Brasil que buscaba siempre extender su dominio con su política expansionista, desde su origen como un enclave apenas por el Tratado de Tordesillas, y no la alianza de la guerra que ya era la ejecución del plan brasileño inspirado por Inglaterra y su embajador Edward Thorton, pues el denominado "agravio” paraguayo contra la Argentina se produjo un año después del entendimiento inglés-brasileño-argentino. Pero el canciller Elizalde siempre siguió el libreto oficial de la tríplice guerrerista al sostener que la fecha en que se firmó la Triple Alianza fue el 1º de mayo de 1865 y el “agravio” acusado del 13 de abril del mismo año, a lo que respondió Mármol diciendo que será la fecha del documento oficial de dicho Tratado pero el entendimiento y alianza existía de hecho desde junio de 1864, como le constaba a Elizalde que fue canciller y representante de la Argentina en Puntas del Rosario cuando se firmó el primer tratado secreto.
Coincidente con Elizalde, Bartolomé Mitre exhibió en toda su vida pública el ingente esfuerzo por demostrar su patriotismo y sus aciertos a la hora de defender los valores patrios, nunca hizo autocrítica de su dudoso triunfo en la Batalla de Pavón que obtuvo más bien por abandono o falta de resistencia del entonces enemigo(Urquiza), y que los papeles de la historia develarían luego que aquella victoria se libró más en los escritorios de la masonería que en los campos de batalla; asimismo la irrefutable derrota en Curupayty del comandante de los ejércitos aliados lo devolvió al sillón presidencial y puso fin entonces a una sangrienta guerra para los argentinos, cuya reanudación se debió ya a la directa participación de Inglaterra detrás del imperio del Brasil y la promesa de que, si hace falta, terminará cuando no quede ningún paraguayo.
Y de inmediato surge la otra pregunta de siempre, ¿por qué quería y querría Inglaterra una guerra contra el Paraguay? A pesar de incontables y voluminosos libros de historiadores ingleses, norteamericanos y hasta algunos latinoamericanos y paraguayos negacionistas que sostienen que Inglaterra nunca participó de la guerra ni tuvo interés alguno para hacerlo, a la luz de tantas documentaciones que obran en los archivos y reproducidos en tantos libros también, podemos afirmar que el mismo embajador británico del Río de la Plata, Edward Thorton, en su barco traía y llevaba entre Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires a los cancilleres firmantes del tratado de Puntas del Rosario, con el propósito de limitar el terreno para la influencia paraguaya, pero al parecer nunca propuso que esta acción tocase el extremo de una hecatombe o un verdadero holocausto en que se convirtió al final la acción bélica concertada contra le Paraguay, que sin miramientos destruyó las fortificaciones de Humaitá, dinamitó los altos hornos de Ybycuí, la fundición de Asunción, puentes y escuelas de todo el país, incendió grandes extensiones de sembradíos y los establecimientos de agro-industriales conocidos como “Estancias de la patria”, en supuesto nombre de combatir la tiranía de Solano López y establecer un gobierno democrático que se abriese a las mercaderías de Manchester y al capital inglés, el mismo que vitoreaba Mitre al arengar a sus tropas antes de lanzar un ataque a los paraguayos, con lo que los británicos hubieran estado satisfechos con navegar y comerciar libremente por los ríos y estados rioplatenses. 
Para los ingleses, que no estaban acostumbrados a que ningún gobierno les ponga reparos a sus planes comerciales, el Paraguay con su exigencia de respeto a su soberanía e igualdad de condiciones para negociar ante cualquier potencia, resultaba todo un escándalo, para corregir esta anomalía ideó la Triple Alianza pero no contaron con el heroísmo de los paraguayos. De aquella entusiasta arenga de Mitre al inicio de la guerra, “…en una semana en los cuarteles, en un mes en Corrientes y en tres meses en Asunción”, cuando las cosas se extremaron en 1867, sobre todo después de Curupayty, los diplomáticos ingleses intentaron lograr una “paz honrosa” proponiendo el exilio de Solano López y los correspondientes tratados de amistad, comercio y navegación con Inglaterra, no podían ni considerar ni remotamente la victoria paraguaya contra los aliados y prosiga sus hazañas este fronterizo país, bastándose a sí mismo, que nada precisaba traer de Inglaterra y lo que precisaba lo pagaba sonante, prescindía por principios de los empréstitos, de contar ya con trenes, astilleros, telégrafos propios y compitiendo en varios rubros comerciales ya con los ingleses en la región. Un país conocido más por las leyendas negras sobre el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia y no por su revolucionaria labor patriótica para consolidar el Paraguay como nación independiente y próspera, se daba el lujo de hacer respetar sus leyes a todo el mundo, incluso a los ingleses, demostrado al detener en ocasiones a hijos de los británicos, conocido como el caso Constantt con el pretexto de infringir leyes del país, ellos aspiraban que el Paraguay tuviera el mismo reflejo de la Argentina que permitía a los comerciantes ingleses libremente transitar por sus ríos y territorios, en desmedro de su propio comercio e incipiente producción industrial.
Cabe destacar que Inglaterra, antes de fomentar la creación de la Triple Alianza, exhibió abiertamente su disconformidad y encono contra el Paraguay, al verse frustrada su mediación entre Buenos Aires y la Confederación Argentina, bombardeando el vapor “Tacuarí” con el mariscal López a bordo después de cristalizar el sueño de paz con el Pacto de San José de Flores. De la misma forma, intentó por su medio y barco “Home Fleet” reducir al Paraguay bélicamente pero se frustró al toparse con los cañones de Humaitá, delegando luego la misión de impartir urbanidad a los paraguayos en los gobiernos de Brasil, Argentina y Uruguay. En este sentido, se cuenta con un documento elocuente del embajador inglés Edward Thorton, dirigido al Foreign Office y fechado en Asunción el 6 de setiembre de 1864, en el cual describe con sombríos colores la tiranía paraguaya y su inexorable remedio, que al terminar su informe el pudibundo representante de la victoriana majestad, destacaba su mayor logro al haber firmado la Triple Alianza en junio pasado del mismo año, haciendo votos porque “una invasión extranjera que llevase a buena senda de la libertad comercial y el recato de las costumbres a ese pueblo falto de sensibilidad, que se siente feliz con su tiranía y se cree el igual de los más poderosos”. 
Para finalizar estos apuntes basados en la obra de Rodolfo Báez Valenzuela, EL MARISCAL FRANCISO SOLANO LÓPEZ, artífice DE LA UNIFICACIÓN ARGENTINA, con las breves reseñas de los acontecimientos más importantes que pintan la vocación pacífica del Paraguay y su encrucijada ante una guerra impuesta contra su proyecto de gran nación libre y desarrollada, como también integrada fraternalmente con sus países hermanos, retengamos la fecha del Informe de Thorton: 6 de Setiembre de 1864. Que antes de dos meses de aquella infausta fecha el Paraguay ya estaba en guerra con el Imperio del Brasil, y antes también de seis meses con la Argentina. 
La semilla sembrada con cizaña por el embajador inglés Edward Thorton en los viveros políticos de Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires pronto daría sus frutos promisorios en términos de tragedia, destrucción y genocidios. Y pronto también, en pocos años más, ya no habría en Paraguay aranceles ni tarifas aduaneros, ni altos hornos ni modernas fundiciones de hierro, ni los cañones de Humaitá podrán ya indicar que defendía una nación libre y soberana ante las potencias que acostumbraban pasear su soberbia por todo el Río de la Plata, ni habría más centinelas preguntones en la frontera, ni paraguayos insobornables que custodien su heredad, ni ríos clausurados al comercio de los piratas, ni prohibición al libre comercio, ni supuesta tiranía ni dictadura. El remedio fue peor que la supuesta enfermedad. No habría nunca más tampoco un Paraguay libre, soberano y solidario en defensa de la paz entre los países hermanos.

Gilberto Ramírez Santacruz
Buenos Aires, Octubre de 2017.