viernes, 18 de junio de 2010

Narativa II

El maleficio y otras maldades del mundo

Gilberto Ramírez Santacruz es en la actualidad, quizá, el más prolífico y recio escritor del Paraguay. A pesar de ser todavía joven, posee ya una vasta obra que toma distintos géneros como la poesía, la novela y el cuento en donde se mueve, cosa rara, como pez en el agua. Y es precisamente con el cuento que nos vuelve ahora a sorprender. Y decimos nos vuelve a sorprender porque los cuentos que publica en su nuevo libro están llenos de originalidad, poesía y factura del mejor estilo, que nos recuerda a los más grandes del género.

El Maleficio y otras maldades del mundo, de este libro estamos hablando, ya desde su título nos atrapa invitándonos a entrar en ese mundo para saber de qué maldades habla el autor. La sucesión de cuentos, uno más sorprendente que otros, escrito con pluma segura y vigorosa, en donde no falta la ironía, el humor y “lo real maravilloso”, que nos recuerda a Carpentier o a García Márquez, nos lleva de la nariz porque atrapa desde las primeras líneas y no lo podemos soltar. Ahí está el oficio y la maestría de un escritor cuando no permite que dejemos el libro y no queda más remedio que seguir hasta el final y leerlo de un tirón, y después lanzar un largo suspiro mientras aún seguimos disfrutando de las historias narradas.

El libro tiene obras brevísimas, a la manera de Monterroso-homenaje al maestro, dice el autor-, verdaderas joyas, pequeñas obras maestras, y otros cuentos breves, escritos con una perfección y maestría inigualables. En total son 25 cuentos. Destacan, a nuestro juicio: “El relato” (suerte de ponencia y cuento), “El día que los niños dejaron de jugar”, “Esopo y la dialéctica” “Apología de Diógenes”, “El refutador” (en donde los principales personajes son Augusto Roa Bastos y Rodríguez de Francia, una feliz mezcla de ficción y realidad histórica), entre otros cuentos, que también sobresalen por su eficaz desarrollo y remate final. En cuanto a El Maleficio, que da título al libro, es un perfecto y acabado relato largo en donde predomina lo mágico, la poesía y la más cruda realidad. En síntesis, Gilberto Ramírez Santacruz con este libro ha llegado a la verdadera madurez. Su verbo, ahora, alcanza niveles profundos, ricos y claros al mismo tiempo. Armando Almada Roche

Sobre "EL MALEFICIO Y OTRAS MALDADES DEL MUNDO",
de Gilberto Ramírez Santacruz*


Uno de los autores con una de las obras más amplias de la literatura paraguaya actual es Gilberto Ramírez Santacruz. Como Casaccia, Augusto Roa Bastos o Elvio Romero, ha gozado de la ventaja de escribir en Buenos Aires, ciudad donde reside desde 1975 y en la que actualmente desempeña la tarea de Agregado Cultural en la Embajada de su país en Argentina. Sus nueve libros poéticos le han avalado como un trabajador infatigable de una lírica donde conviven las experiencias social e individual, y el conocimiento de un concepto imprescindible en la creación en verso como es el ritmo y la musicalidad. Además, es un autor que apostó por la renovación formal de la poesía paraguaya e introdujo en ella procedimientos vanguardistas.

En el ámbito narrativo, publicó la novela Esa hierba que nunca muere, en 1989; una obra de compromiso político donde recoge de manera testimonial la lucha violenta de la guerrilla de los exiliados contra la dictadura de Stroessner. La obra glorificaba la pelea de un grupo de personas por la libertad y la revolución social igualitarista, entre críticas a la violencia del poder, capaz de conducir al fracaso a todo ejemplo de lucha dado que sus brazos se extienden hasta llegar a todos los rincones de la sociedad. También publicó un excelente libro de cuentos, Relatorios, en 1995, donde revive el universo campesino paraguayo principalmente con descripciones de paisajes del mundo de su infancia, costumbres populares y situaciones localistas no exentas de interés; un libro donde conviven la crítica social y política, lo fantástico, lo histórico y temas como la emigración y el conflicto entre la mentalidad rural y el espacio urbano, sobre todo porteño.

Trece años más tarde nos llega su último libro narrativo: El maleficio y otras maldades del mundo. Empecemos señalando que estamos ante un libro polimórfico por la convivencia en él de diversas extensiones narrativas que discurren desde el microrrelato (con ese maravilloso colofón aparentemente contradictorio en el que rinde homenaje al gran Augusto Monterroso: “Cuando murió, Monterroso seguía escribiendo el cuento más corto del mundo”), hasta el cuento extenso ya adentrado en los límites de la novela corta, como es “El refutador”. Si formalmente hay variedad, estilísticamente la escritura presenta una frescura donde se combina el dramatismo con la ironía y el humor, de lo que puede ser un buen ejemplo el relato “La Horca”, donde Quintiliano, con su oratoria, salva de la muerte ante el tribunal a la joven gitana Bonia. Por otro lado, sus contenidos se ciñen a un elemento de nexo: la humanidad de sus personajes. Los espacios paraguayos, sobre todo el de Tatakua, se mezclan con Buenos Aires y, lo que resulta más gratificante, con el terreno mítico, tanto del mundo indígena como del europeo clásico. Se reúne, por ejemplo, la aventura de Diógenes junto a la peripecia de Manuel Domínguez atropellado por el tranvía para concluir con la frase “primero el hombre, luego la máquina”, a la vez que se defiende la igualdad del hombre en la mayor parte del relato o se aboga por la consideración de preceptos vitales indígenas, como el correspondiente al valor de la naturaleza para ellos en el cuento “La batalla semántica” (“Ustedes viven de la naturaleza, nosotros vivimos con la naturaleza”). Lo mágico predomina en cuentos como “El Maleficio”, mientras otros plantean cuestiones como la inmortalidad de Dios (el microrrelato “La salud de Cristo”). Un compendio donde podemos pasar buenos momentos de lectura que nos permiten reflexionar y pensar sobre la naturaleza del ser humano y sus ideas o hábitos.

A pesar de esta riqueza de contenidos, hay relatos carentes de fuerza narrativa, como “El desatino”, donde es complejo apreciar el desenlace, o “La riña”, donde uno no acaba de percibir el interés del relato (digamos que la mente se distrae con más frecuencia de la deseada). Sin embargo, si ponemos en una balanza los cuentos bien acabados, como ese que sigue la mejor tradición rioplatense de la narración futbolística, “El fútbol según Palanca”, con los que presentan alguna deficiencia, el fiel se decantará por los primeros y nos quedaremos con el buen quehacer de Gilberto Ramírez Santacruz.

Como colofón, he querido particularizar el estudio de dos relatos por su interés: “El relato” y “El refutador”. El primero es una teoría personal sobre el género, que parte del epígrafe de Roa Bastos reproducido por medio del que se defiende la necesidad de “naturalizar lo artificioso de las palabras”. Entiende la literatura como un juego, concebido éste como un ejercicio serio y noble realizado por vocación, para a continuación reivindicar la grandeza de Borges. Ramírez Santacruz, por medio del narrador, en esta suerte de narración donde se mezcla la invención y la crítica literaria, defiende la afición al relato procedente de la pureza de los cuentos de las abuelas, y de las noches de infancia. Realmente, quizá convendría a parte de la novela contemporánea recuperar esa esencia del cuento oral, donde la acción queda circunscrita al asunto y no a extemporaneidades descontextualizadas. Esa convivencia entre la sabiduría, personificada en Borges, y la sencillez del cuento oral, es el punto de partida de la poética narrativa del autor; algo más que una declaración de principios e intenciones.

Dejo el apartado final para “La refutación”. Se trata de diálogo imaginario, en un ambiente metafísico, entre Augusto Roa Bastos y el Supremo Gaspar Rodríguez de Francia, donde se mezclan la ficción y la realidad histórica. La calidad de los monólogos y diálogos narrativizados o referidos, sobre todo con sus secretarios Montiel (seudónimo por semejanza fónica con quien fuera secretario/médico personal de Roa Bastos en los últimos años, Alejandro Maciel) y Patiño, el de Francia, y verdadero ente dialógico de la obra Yo el Supremo, provoca que El Maleficio y otras maldades del mundo merezca la pena. Y es que la calidad de su prosa está muy cuidada, hasta llegar a confundirse las personalidades por motivos literarios: la refutación de los testimonios que tratan de aportar versiones de sus historias que difieren de las oficiales o de las personales. Y ahí radica el mérito del relato: en la confrontación de la opinión personal, la oficial y la divergente. Ramírez Santacruz no solamente busca y enlaza hipertextos con Yo el Supremo, lo cual realiza muy correctamente, y reproduce la exculpación-defensa de Francia, sino que establece un diálogo intertextual entre la gran novela que encumbró a Roa a ser el escritor paraguayo más reconocido internacionalmente y otros textos de distintas personas que han escrito sobre él. En sí, el relato posee una enorme calidad por ser una indagación en la naturaleza del poder, del ser humano y de la gloria y la fama; reflexiones que subrayan el carácter humano de Francia y de Roa Bastos, a quienes unió la creación de ese monumento llamado Yo el Supremo.

Me gustaría añadir, a título personal y por alusiones incluidas en la obra, este largo párrafo que Ud. empieza a leer, que eliminaré para siempre una vez publique por primera vez esta reseña. No he querido fijarme en los contenidos, sino en la naturaleza de “El refutador”. Ya escribí todo lo que tenía que escribir sobre la biografía real de Roa Bastos, desprovista de la fatua y vana mitología que la cubría, mientras él vivió: después de su muerte debe ser muy fácil escribir sobre lo que yo ya escribí y reproduce en este relato Gilberto Ramírez Santacruz. Pero a mí me gusta decir la verdad con nobleza en la vida de un autor, no tras su muerte, cuando él no puede defenderse. Y créanme que gocé de una enorme amistad con D. Augusto a pesar de haber revelado aspectos controvertidos de su biografía, porque valoré por encima de ellos la incuestionable calidad de su obra literaria en general, y supe hablar de su vida desde un punto de vista aséptico, científico, sin acritud hacia una persona con la que mantuve enormes diálogos y que me abrió la puerta de un país que es mi segunda patria, el Paraguay. En el fondo él sabía que yo era demasiado valiente y que mi ímpetu investigador me generaría enemigos, y eso lo valoró porque observó que nunca incidí en una herida que otros quisieron siempre mantener abierta para su propio beneficio. Nos reíamos mucho ambos cuando algunos me acusaban de antirroísta, en un alarde de simplismo maniqueo intelectual y de vacuidad de argumentos científicos, porque hay que descalificar con sustantivos y no con adjetivos. Yo ya escribí bastante sobre estos aspectos, los guardé y desde que D. Augusto empezó a tener serios problemas de salud, los abandoné hasta el punto de no haber entrado al trapo a numerosas provocaciones estériles. Y él supo que mi actitud era noble, como así me dijo por medio de un testigo al que ahora mucha gente odia y que da la casualidad de aparecer también en el relato de Ramírez Santacruz.

¿Y qué más da para los amantes de la literatura el que Roa Bastos fuera exiliado o emigrado? ¿Qué más da si nos legó genialidades como Hijo de hombre o Yo el Supremo? Una vez hice la revelación hace ya catorce años; una vez se crucificó a quien la hizo, lean a Roa Bastos si quieren gozar de la buena literatura, aunque yo les recomiendo que dejen Yo el Supremo para momentos en que Uds. se sientan capaces de leer creaciones extremadamente complejas. El resto es vanidad de vanidades. Por eso, lean también El maleficio y otras maldades del mundo de Gilberto Ramírez Santacruz, uno de los autores paraguayos más interesantes de su literatura.

*José Vicente Peiró, escrito del critico literario español, publicado el 24 de agsoto de 2008, en el Suplemento Cultural del dairio ABC de Paraguay

No hay comentarios:

Publicar un comentario