lunes, 2 de noviembre de 2009

Día del poeta paraguayo


Acuarela sobre el primer poeta paraguayo
Natalicio de Maria Talavera

(1839 – 1867)


Por Eugenio Lucas York

Es curioso que nadie se acuerde de Natalicio Talavera, aunque la fecha 11 de octubre, Día del poeta paraguayo, fue instituida, ya en el año 1971 mediante Resolución Nro. 248 del Ministerio de Educación y Cultura, como un homenaje a su figura. Mas, esta fecha siempre pasa sin el rumor que produce en su caída una hoja amarilla de otoño. Pareciera que entre las autoridades hay un temor de recordarlo, de hurgar en la memoria, en la cósmica soledad del olvido y recobrar ese punto de luz que la Historia Oficial borró de sus hojas polvorientas por ser demasiado viva, enceguecedora y cuestionadora.

Entonces, esa sociedad heredera de los verdugos de la Patria, de los que “transaron” con los exterminadores de la población paraguaya, no tocan ni dejan tocar al pueblo ese monumento acrisolado, hecho de transparencia y ternura, de acendrado patriotismo y coraje.

Natalicio, fiel seguidor del Héroe, asumió los atributos del Héroe (los mereció) hasta llegar al Parnaso de los dioses, con su corona de laureles, con la ebúrnea limpidez de su Poesía, con su palabra ardiente a cuyo ardor se conmovieron los campamento sombríos y las fragorosas trincheras. ¡Mejor que no la toquen!, que para celebrarlo basta la memoria del pueblo, la memoria imborrable y viva, la memoria inmortal.

Ahora, a casi siglo y medio de su caída, detengámonos un momento en su figura legendaria. Con una mano componía versos encendidos: ¡Paraguayo... Corred a la Gloria! Y con la otra empuñaba el fusil, era el primero en el combate. Natalicio de María Talavera fue poeta y guerrero. Como poeta cantó a la patria, al pueblo, a sus compatriotas humildes, modestos y abnegados; a la madre y al amor... Y como hijo de esta tierra de leyenda, defendió palmo a palmo su heredad, defendió sus tradiciones milenarias, su lengua y su identidad primigenia con la pluma y con las armas.

Los “ilustres” de la intelectualidad paraguaya, herederos de la legión amarilla y de los “centauros” claudicantes, le dan la espalda para ocultar las pústulas de sus rostros, ateridos en la soledad de sus cobardías y conocidas traiciones a la Patria. Mientras al gran guaireño y paraguayo le aguardan generosos corazones populares, descendientes de aquel a cuyo lado él, Natalicio de Maria Talavera, convirtió la ira en fuego, y en puntiagudas lanzas la palabra premonitora.

Natalicio se inspiró en los sueños de los revolucionarios de Mayo, en el duro tiempo de la Dictadura Nacional Revolucionaria francista y en la acción estelar de aquel prohombre que fue don Carlos Antonio López, para acompañar al Mariscal Francisco Solano López en la vorágine de una guerra de agresión y de premeditado exterminio hasta aquel día..., ¡no aciago!, sino de esplendente sol en la florida primavera de sus 28 años de edad en Paso Pucu.

Creador de un periodismo de combate, cuya influencia forjó el espíritu indoblegable del soldado paraguayo que “Ya marcha altivo en ademán guerrero/, ya se detiene al empuñar su lanza/ y alarde haciendo de marcial pujanza/ al aire blande el matador acero”.

A las autoridades nacionales y municipales les preguntamos: ¿Dónde está el monumento al poeta paraguayo? ¿Dónde está la calle Cabichu’í, el Instituto Periodístico El Semanario, la plaza o el parque Cielito?, ¿En qué texto escolar figuran los poemas como Himno Patrio?, ¿Dónde están las señales de la dignidad paraguaya, enarbolada antes con singular coraje e hidalguía por Natalicio Talavera y sus compañeros de luchas? “¡Oh sombras, oh sombras sagradas: de vuestras hambrientas fatigas y glorias pasadas, dadme que se nutra de fe y de constancia mi vil corazón!”..., dijo Ortiz Guerrero, en Diana de Gloria.

Ojalá que esta pequeña parada del Tren Rojo inspire a los responsable de formar y fomentar la identidad paraguaya y, que sea el comienzo de un verdadero proceso de reivindicación de nuestro próceres civiles, como la egregia figura del primer poeta de la patria; así también, el primer paso en el proceso de la construcción de un mausoleo que honre la memoria de tantos artistas nuestros que, hoy, la mayoría aguardan sus días de reposo en columbarios prestados u olvidados en ignotos cementerios, sin una señal material que los recuerden con la dignidad que se merecen quienes lucharon para engrandecer el territorio espiritual del Paraguay.

Natalicio de Maria Talavera, nació en Villarrica el 7 de septiembre de 1839. Fueron sus padres Doña Antonia Alarcón y don José Carmelo Talavera. En los registros del obispado de la Villa Rica del Espíritu Santo (Folio 228) figura que fue bautizado el 11 de septiembre con el nombre Natalio de Maria siendo su padrino el Presbítero Luciano Romero.

En la Capital Guaireña, Natalicio o Natalio, realizó sus primeros estudios, luego se trasladó a Asunción donde ingresó en la escuela de matemática de Cevallos-cué, dirigido por los profesores Miguel Rojas y Francisco S. de Dupuis; allí estudió Filosofía y Literatura con don Ildefonso Bermejo.

Tempranamente manifestó su vocación de poeta y un inmenso amor a la Patria. Con su ex compañero de estudio, el Coronel Juan Crisóstomo Centurión, fundó la celebre revista Cabichu’i. Así mismos, fue Director y Redactor de El Semanario.

A poco de iniciado el conflicto contra La Triple Alianza (1865-70), se incorpora al pueblo en armas. Redactó las crónicas de las batallas y de los campamentos. Participó en el frente de batalla de la cruenta guerra contra los aliados, donde con sus canciones y recitados contribuyó a levantar la moral de los combatientes paraguayos. Independientemente de su función de cronista, Talavera oficiaba de comentarista de las alternativas guerreras, de sus antecedentes y concomitantes, por virtud de un criterio ponderado que se resuelvía en agudas y sagaces consideraciones. El Mariscal López le impuso, el 12 de mayo de 1866, la Estrella de Caballero de la Orden Nacional del Mérito.

El primer poeta paraguayo, de la era independiente, murió en Paso Pucu, Departamento de Ñe'èmbucú, el 11 de octubre de 1867. En su homenaje el Centro Guaireño de Asunción, siendo Presidente el Dr. Víctor I. Franco y Vicepresidente el poeta nativo Gumersindo Ayala Aquino, había solicitado al Ministerio de Educación y Cultura la institución de aquella fecha como el Día del Poeta Nacional.


Algunos Poemas

Reflexiones de un Centinela
en la Víspera del Combate


El sol iba a morir. Su lumbre pura

Doraba los lejanos horizontes

Y vibrando en la cresta de los montes

Rasgaba su luciente vestidura.


Sobre un cerro que, corvo y empinado,

A la florida selva el paso cierra,

Con todo el aparato de la guerra,

Centinela sagaz vela un soldado.


Ya marcha altivo en ademán guerrero,

Ya se detiene al empuñar su lanza

Y alarde haciendo de marcial pujanza

Al aire blande el matador acero.


Contra los duros árboles lo esgrime:

El eco al golpe con dolor suspira,

En los cristales de la fuente gime

Y entre las olas murmurando espira.


“¡Muerte, idea de horror! ¿Y la esperanza

Que en este ardiente corazón se agita?

¿Y mi noble ambición caerá marchita

Al rudo golpe de enemiga lanza?


Y ya no más amor, no más pasiones...

El porvenir me cerrará sus puertas...

Ni blandas al pasar las ilusiones

Darán calor a mis cenizas yertas.


¿Y por qué he de morir? ¿La muerte acoso

A todo hiere con sus negras alas?

Entre las nubes de encendidas balas

¿No podrá mi valor abrirse paso?


¡Y yo pude temblar, necio y cobarde!

Mañana cuando el sol haya apagado

Su antorcha en los celajes de la tarde

¿Quién osará decir que yo he temblado?


Tiemble aquél cuyo brazo con la tea

El odio armó, o en la ambición se lanza;

Nunca en mis manos temblará una lanza

Que defiende a la patria en la pelea.


Al combate, al combate, no más calma,

Emoción del peligro ¡yo te ansío!

Que al fuego del valor templada el alma

Recobre altivo su indomable brío.


¡Qué hermoso es el corcel, cuando tendido

Al rumor de los bélicos clarines,

Barre la arena con sus largos crines

Al par que con su ardiente resoplido!


Y como un par de acero refulgente

Girando en caprichosos oleajes

Lanzas, pendones, sables y plumajes

Avanzan en tropel confusamente.


Y selvas de apiñadas bayonetas

En la inflamada atmósfera vomiten

Nubes de fuego, en tanto que repiten

Los ecos del sonar de las trompetas.


Y se oigan en confusa gritería

Del ataque el clamor, voces de mando,

Y el rugir de la ronca artillería

Los aires con estrépito rasgando.


¿Quién no hará entonces de valor alarde?

¿Quién sordo al eco del marcial estruendo

En más la vida que el honor teniendo,

Huirá el peligro, el corazón cobarde?


Nadie: que todos buscaran la gloria,

Y al centro de las huestes enemigas

Iremos a clavar en sus lorigas

Los pendones que anuncien la victoria.


¡Y qué dulce será para el soldado,

Aún coronado de fatiga y gozo,

A su patria anunciar con alborozo

Nueva feliz del triunfo conquistado!


¿Qué hermosa entonces de su noble pecho

Rechazará el amor y sus caricias?

Cuando la gloria brinda en su lecho

¿Podrá el amor negarnos sus delicias?


Entonces, a los bélicos redobles

Sucederán cariños hechiceros:

La gloria y el amor son compañeros

Y por amor y gloria somos nobles.


Calló el guerrero: el alma enardecida

Fingió sueños de gloria y de fortuna,

Y en su lecho de nubes adormida,

Blanca en el cielo apareció la luna.


(Campamento de Paso Pucú, 1867)



Himno Patrio


¡Paraguayos! Corred a la gloria

y colmad vuestra patria de honor,

escribiendo, al luchar, en la historia

Nuevos timbres de noble valor.


El feroz y cobarde enemigo

Que cien veces tembló a nuestra vista

Viene audaz a buscar la conquista

De la tierra que el cielo nos dio;

Y sus pasos resuenan confusos

Ya se escucha salvaje alarido:

¡Paraguayos! El suelo querido

El infame agresor profanó.


Del viva donde cuenta sus glorias

Esforzado y valiente guerrero,

Y do aguza constante el acero

Contra el vil y perverso invasor,

¿No observáis al contrario insolente?

¿No miráis ya sus tiendas plantadas?

¡Extinguid sus feroces mesnadas

De las armas al rudo fragor!


Al tañido marcial del clarín

Y al clamor de la guerra horrorosa

Se levanta gigante y hermosa

La bandera de fuerza y unión;

Dulce emblema de gloria y poder,

Que dio patria honor a esta tierra;

En la lucha, en la lid, en la guerra

Invencible te ostentas León.


Ese suelo inocente y hermoso

Que al gran río le debe su nombre

Es la tierra gloriosa en que el hombre

Con su sangre le dio libertad;

Aquí alzó la justicia su trono

Levantando su espada iracunda:

Aquí el ciervo su infame coyunda

En corona trocó de igualdad.


De la patria los templos y altares

Si es forzoso con sangre reguemos;

Y en sus aras de hinojos juremos

A ¡morir antes que esclavos vivir!


Desplegada en los aires se mira

De los libres la hermosa bandera,

Sus colores mostrando altanera

Del rubí, del diamante y zafir.


A mi Madre


Ya para mí no hay gloria

Todo mí bien llevóse la cruel muerte;

Triste recuerdo la fatal memoria

Me pinta en los dolores de mi suerte;

Pues la pasada historia

Paréceme ilusión forjada en sueño;

Y despertando del letal beleño

Al golpe de la parca, furibundo,

Atónito y lloroso considero,

Que cual brilla el relámpago ligero,

Así pasan las glorias de este mundo.


Cuan pura rosa en mayo,

No bien brilla argentada

Al golpe de aquilón,

Así súbito rayo

De la parca homicida

Cayó en su cara vida

Y abrió mi corazón.


¿Quién podrá consolar mi aguda pena?

Cada vez que a mi vista dolorida

Parezca objeto alguno que recuerde

La antes dichosa vida

Que al dulce arrullo de mi madre amada

Gocé... Más ¿qué gocé? No gocé nada;

Siempre ausencia, y eterno descontento

Y si algunos instantes de alegría

Hurtarles pude a los sañudos hados

¿Puede con el dolor ser comparado

Lo que siente en este trance el alma mía?

Nada respeta la segur airada

De la muerte cruel, ni la hermosura

Ni la virtud preciada;

Todo hunde en la tiniebla oscura.


Veintiuno de octubre, nunca, nunca

Pasará sin que llore el alma mía,

Con tanta exaltación como otro tiempo,

Tiempo dichoso “¡Cuando Dios quería!”

Me llenabas de júbilo y de gozo

Y de fino placer y de alborozo

De mí, por ser el venturoso día...

Y ya no podré verte tan hermosa

Cual la aurora risueña

Y con faz halagüeña

Cantar a los sones del arpa,

Ni brindar expresiva

Por la salud del hijo a cada instante

Y en tono alegre, con gentil semblante,

Repetir cariñosa ¡viva! ¡Viva!

(Octubre de 1858)



La Botella y la Mujer


Disputaban por saber

Un pastor y un lechuguino,

Cuál es el tesoro más fino:

¿La botella o la mujer?

Aquél dijo, a mi entender

Es más sabrosa y más bella,

la botella.


Cuando exhausto de fatiga

Bajo un ombú me reclino

De Baco el licor divino

Todas mis ansias mitiga:

Allí es mi mejor amiga,

Mi sol, mi luna, mi estrella,

la botella.


El que empieza a envejecer

Se refocila, imagino

Más en dos cuartas de vino

Que en seis cuartas de mujer,

Porque siempre está en su ser

Sin melindres de doncella,

la botella.


Calla, – dijo el lechuguino-

Sólo un hombre sin templanza

Puede poner en balanza

A las mujeres y al vino;

¿Quién suaviza el cruel destino?

¿Quién da el supremo placer?

la mujer.


No hay contento comparado

Con los goces del amor,

Ni otra delicia mayor,

Que el amar y ser amado;

Es el don más delicado

Que Dios quiso al mundo hacer,

la mujer.


Sin ella todo sería

Caos de inmensa tristeza

Porque son de la natura

La más perfecta armonía,

Es del hombre la alegría,

Consuelo de su placer,

la mujer.


No siempre, dijo el pastor,

Porque salen camarada

A estocada por cornada

El fastidio y el amor,

Mas mi prenda es superior,

No es falaz como aquella,

la botella.

Cuantos más besos le doy,

Más me inflama y me enardece

Y cuando aquel desfallece,

Yo más animado estoy:

Papa, Rey, Príncipe soy

Sin que me cause querella,

la botella.


Dama que no pide y da

Grata aún después de gozada

Cuando la ves más preñada

Tanto más virgen está,

Sin mujer muy bien me va

Porque me suple por ella,

la botella.


Silenciosa y no profana

Un tapón tiene su boca

Aunque a celos la provoca

Tal vez cierta Dama-Juana

Espera su turno ufana

Y su rival no atropella,

la botella.


Mujer, dijo el lechuguino,

Bocado de Reyes es,

Pues dice el hombre al revés

De los reyes en latín,

Mas no conoce un mal sin

De cuanto puede valer,

la mujer.


A nuestros hijos, que humanos

Dan sus cuidados prolijos:

A ver si a ti te dan hijos

Botellas de damajuanas;

En sus angustias tiranas

Sabe al hombre sostener,

la mujer.


Tiene el hombre una aflicción,

Gime solo... y de repente

Va a su amada, y luego siente

Tas, tas, tas el corazón;

Porque innata afección

Le dice que es su placer,

la mujer.


En esto se dejan ver

Baco y Cupido abrazados

Y dicen: “Callad cuitados

Que no nos sabéis entender;

Todo puede complacer

Tomando en medida bella;

La mujer y la botella

La botella y la mujer.



***

Fallo

(de La Mujer y La Botella)

La sentencia pronunciada

No le cuadra al “Kavichu’i”

Porque el fallo sale ahí

De la parte interesada,

Que no puede al parecer

Dar sentencia equilibrada,

Ni juzgar si es más bella

La mejer o la botella.



Un tercero en la cuestión

Que intervenga es menester;

Y que, oída la razón

Del pastor y el lechuguino,

Con tacto justo y fino

De juez cumpla el deber,

Diciendo si es mejor

La botella o la mujer.


He aquí, pues, el parecer

Del leal “Kavichu’i”.

La botella y la mujer

No sufren comparación:

Porque a vicio huele aquella,

La botella,

Y virtudes suele oler

La mujer.


La mujer, más bien diré,

Es un astro de virtud,

Cuya luz nos acompaña

Más allá del ataúd.


NATALICIO TALAVERA

2 comentarios:

  1. ¿Y el Homo Parker?
    Menos cita y más reflexión. Sino pasa a ser Homo periodicus.

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  2. Me encantó poder leer poemas de Natalicio Talavera,si tenés más,te pido por favor,que me envíes a alimar2206@gmail.com.Gracias!

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