
Acuarela sobre el primer poeta paraguayo
Natalicio de Maria Talavera
(1839 – 1867)
Por Eugenio Lucas York
Es curioso que nadie se acuerde de Natalicio Talavera, aunque la fecha 11 de octubre, Día del poeta paraguayo, fue instituida, ya en el año 1971 mediante Resolución Nro. 248 del Ministerio de Educación y Cultura, como un homenaje a su figura. Mas, esta fecha siempre pasa sin el rumor que produce en su caída una hoja amarilla de otoño. Pareciera que entre las autoridades hay un temor de recordarlo, de hurgar en la memoria, en la cósmica soledad del olvido y recobrar ese punto de luz que la Historia Oficial borró de sus hojas polvorientas por ser demasiado viva, enceguecedora y cuestionadora.
Entonces, esa sociedad heredera de los verdugos de la Patria, de los que “transaron” con los exterminadores de la población paraguaya, no tocan ni dejan tocar al pueblo ese monumento acrisolado, hecho de transparencia y ternura, de acendrado patriotismo y coraje.
Natalicio, fiel seguidor del Héroe, asumió los atributos del Héroe (los mereció) hasta llegar al Parnaso de los dioses, con su corona de laureles, con la ebúrnea limpidez de su Poesía, con su palabra ardiente a cuyo ardor se conmovieron los campamento sombríos y las fragorosas trincheras. ¡Mejor que no la toquen!, que para celebrarlo basta la memoria del pueblo, la memoria imborrable y viva, la memoria inmortal.
Ahora, a casi siglo y medio de su caída, detengámonos un momento en su figura legendaria. Con una mano componía versos encendidos: ¡Paraguayo... Corred a la Gloria! Y con la otra empuñaba el fusil, era el primero en el combate. Natalicio de María Talavera fue poeta y guerrero. Como poeta cantó a la patria, al pueblo, a sus compatriotas humildes, modestos y abnegados; a la madre y al amor... Y como hijo de esta tierra de leyenda, defendió palmo a palmo su heredad, defendió sus tradiciones milenarias, su lengua y su identidad primigenia con la pluma y con las armas.
Los “ilustres” de la intelectualidad paraguaya, herederos de la legión amarilla y de los “centauros” claudicantes, le dan la espalda para ocultar las pústulas de sus rostros, ateridos en la soledad de sus cobardías y conocidas traiciones a la Patria. Mientras al gran guaireño y paraguayo le aguardan generosos corazones populares, descendientes de aquel a cuyo lado él, Natalicio de Maria Talavera, convirtió la ira en fuego, y en puntiagudas lanzas la palabra premonitora.
Natalicio se inspiró en los sueños de los revolucionarios de Mayo, en el duro tiempo de la Dictadura Nacional Revolucionaria francista y en la acción estelar de aquel prohombre que fue don Carlos Antonio López, para acompañar al Mariscal Francisco Solano López en la vorágine de una guerra de agresión y de premeditado exterminio hasta aquel día..., ¡no aciago!, sino de esplendente sol en la florida primavera de sus 28 años de edad en Paso Pucu.
Creador de un periodismo de combate, cuya influencia forjó el espíritu indoblegable del soldado paraguayo que “Ya marcha altivo en ademán guerrero/, ya se detiene al empuñar su lanza/ y alarde haciendo de marcial pujanza/ al aire blande el matador acero”.
A las autoridades nacionales y municipales les preguntamos: ¿Dónde está el monumento al poeta paraguayo? ¿Dónde está la calle Cabichu’í, el Instituto Periodístico El Semanario, la plaza o el parque Cielito?, ¿En qué texto escolar figuran los poemas como Himno Patrio?, ¿Dónde están las señales de la dignidad paraguaya, enarbolada antes con singular coraje e hidalguía por Natalicio Talavera y sus compañeros de luchas? “¡Oh sombras, oh sombras sagradas: de vuestras hambrientas fatigas y glorias pasadas, dadme que se nutra de fe y de constancia mi vil corazón!”..., dijo Ortiz Guerrero, en Diana de Gloria.
Ojalá que esta pequeña parada del Tren Rojo inspire a los responsable de formar y fomentar la identidad paraguaya y, que sea el comienzo de un verdadero proceso de reivindicación de nuestro próceres civiles, como la egregia figura del primer poeta de la patria; así también, el primer paso en el proceso de la construcción de un mausoleo que honre la memoria de tantos artistas nuestros que, hoy, la mayoría aguardan sus días de reposo en columbarios prestados u olvidados en ignotos cementerios, sin una señal material que los recuerden con la dignidad que se merecen quienes lucharon para engrandecer el territorio espiritual del Paraguay.
Natalicio de Maria Talavera, nació en Villarrica el 7 de septiembre de 1839. Fueron sus padres Doña Antonia Alarcón y don José Carmelo Talavera. En los registros del obispado de la Villa Rica del Espíritu Santo (Folio 228) figura que fue bautizado el 11 de septiembre con el nombre Natalio de Maria siendo su padrino el Presbítero Luciano Romero.
En la Capital Guaireña, Natalicio o Natalio, realizó sus primeros estudios, luego se trasladó a Asunción donde ingresó en la escuela de matemática de Cevallos-cué, dirigido por los profesores Miguel Rojas y Francisco S. de Dupuis; allí estudió Filosofía y Literatura con don Ildefonso Bermejo.
Tempranamente manifestó su vocación de poeta y un inmenso amor a la Patria. Con su ex compañero de estudio, el Coronel Juan Crisóstomo Centurión, fundó la celebre revista Cabichu’i. Así mismos, fue Director y Redactor de El Semanario.
A poco de iniciado el conflicto contra La Triple Alianza (1865-70), se incorpora al pueblo en armas. Redactó las crónicas de las batallas y de los campamentos. Participó en el frente de batalla de la cruenta guerra contra los aliados, donde con sus canciones y recitados contribuyó a levantar la moral de los combatientes paraguayos. Independientemente de su función de cronista, Talavera oficiaba de comentarista de las alternativas guerreras, de sus antecedentes y concomitantes, por virtud de un criterio ponderado que se resuelvía en agudas y sagaces consideraciones. El Mariscal López le impuso, el 12 de mayo de 1866, la Estrella de Caballero de la Orden Nacional del Mérito.
El primer poeta paraguayo, de la era independiente, murió en Paso Pucu, Departamento de Ñe'èmbucú, el 11 de octubre de 1867. En su homenaje el Centro Guaireño de Asunción, siendo Presidente el Dr. Víctor I. Franco y Vicepresidente el poeta nativo Gumersindo Ayala Aquino, había solicitado al Ministerio de Educación y Cultura la institución de aquella fecha como el Día del Poeta Nacional.
Algunos Poemas
Reflexiones de un Centinela
en la Víspera del Combate
El sol iba a morir. Su lumbre pura
Doraba los lejanos horizontes
Y vibrando en la cresta de los montes
Rasgaba su luciente vestidura.
Sobre un cerro que, corvo y empinado,
A la florida selva el paso cierra,
Con todo el aparato de la guerra,
Centinela sagaz vela un soldado.
Ya marcha altivo en ademán guerrero,
Ya se detiene al empuñar su lanza
Y alarde haciendo de marcial pujanza
Al aire blande el matador acero.
Contra los duros árboles lo esgrime:
El eco al golpe con dolor suspira,
En los cristales de la fuente gime
Y entre las olas murmurando espira.
“¡Muerte, idea de horror! ¿Y la esperanza
Que en este ardiente corazón se agita?
¿Y mi noble ambición caerá marchita
Al rudo golpe de enemiga lanza?
Y ya no más amor, no más pasiones...
El porvenir me cerrará sus puertas...
Ni blandas al pasar las ilusiones
Darán calor a mis cenizas yertas.
¿Y por qué he de morir? ¿La muerte acoso
A todo hiere con sus negras alas?
Entre las nubes de encendidas balas
¿No podrá mi valor abrirse paso?
¡Y yo pude temblar, necio y cobarde!
Mañana cuando el sol haya apagado
Su antorcha en los celajes de la tarde
¿Quién osará decir que yo he temblado?
Tiemble aquél cuyo brazo con la tea
El odio armó, o en la ambición se lanza;
Nunca en mis manos temblará una lanza
Que defiende a la patria en la pelea.
Al combate, al combate, no más calma,
Emoción del peligro ¡yo te ansío!
Que al fuego del valor templada el alma
Recobre altivo su indomable brío.
¡Qué hermoso es el corcel, cuando tendido
Al rumor de los bélicos clarines,
Barre la arena con sus largos crines
Al par que con su ardiente resoplido!
Y como un par de acero refulgente
Girando en caprichosos oleajes
Lanzas, pendones, sables y plumajes
Avanzan en tropel confusamente.
Y selvas de apiñadas bayonetas
En la inflamada atmósfera vomiten
Nubes de fuego, en tanto que repiten
Los ecos del sonar de las trompetas.
Y se oigan en confusa gritería
Del ataque el clamor, voces de mando,
Y el rugir de la ronca artillería
Los aires con estrépito rasgando.
¿Quién no hará entonces de valor alarde?
¿Quién sordo al eco del marcial estruendo
En más la vida que el honor teniendo,
Huirá el peligro, el corazón cobarde?
Nadie: que todos buscaran la gloria,
Y al centro de las huestes enemigas
Iremos a clavar en sus lorigas
Los pendones que anuncien la victoria.
¡Y qué dulce será para el soldado,
Aún coronado de fatiga y gozo,
A su patria anunciar con alborozo
Nueva feliz del triunfo conquistado!
¿Qué hermosa entonces de su noble pecho
Rechazará el amor y sus caricias?
Cuando la gloria brinda en su lecho
¿Podrá el amor negarnos sus delicias?
Entonces, a los bélicos redobles
Sucederán cariños hechiceros:
La gloria y el amor son compañeros
Y por amor y gloria somos nobles.
Calló el guerrero: el alma enardecida
Fingió sueños de gloria y de fortuna,
Y en su lecho de nubes adormida,
Blanca en el cielo apareció la luna.
(Campamento de Paso Pucú, 1867)
Himno Patrio
¡Paraguayos! Corred a la gloria
y colmad vuestra patria de honor,
escribiendo, al luchar, en la historia
Nuevos timbres de noble valor.
El feroz y cobarde enemigo
Que cien veces tembló a nuestra vista
Viene audaz a buscar la conquista
De la tierra que el cielo nos dio;
Y sus pasos resuenan confusos
Ya se escucha salvaje alarido:
¡Paraguayos! El suelo querido
El infame agresor profanó.
Del viva donde cuenta sus glorias
Esforzado y valiente guerrero,
Y do aguza constante el acero
Contra el vil y perverso invasor,
¿No observáis al contrario insolente?
¿No miráis ya sus tiendas plantadas?
¡Extinguid sus feroces mesnadas
De las armas al rudo fragor!
Al tañido marcial del clarín
Y al clamor de la guerra horrorosa
Se levanta gigante y hermosa
La bandera de fuerza y unión;
Dulce emblema de gloria y poder,
Que dio patria honor a esta tierra;
En la lucha, en la lid, en la guerra
Invencible te ostentas León.
Ese suelo inocente y hermoso
Que al gran río le debe su nombre
Es la tierra gloriosa en que el hombre
Con su sangre le dio libertad;
Aquí alzó la justicia su trono
Levantando su espada iracunda:
Aquí el ciervo su infame coyunda
En corona trocó de igualdad.
De la patria los templos y altares
Si es forzoso con sangre reguemos;
Y en sus aras de hinojos juremos
A ¡morir antes que esclavos vivir!
Desplegada en los aires se mira
De los libres la hermosa bandera,
Sus colores mostrando altanera
Del rubí, del diamante y zafir.
A mi Madre
Ya para mí no hay gloria
Todo mí bien llevóse la cruel muerte;
Triste recuerdo la fatal memoria
Me pinta en los dolores de mi suerte;
Pues la pasada historia
Paréceme ilusión forjada en sueño;
Y despertando del letal beleño
Al golpe de la parca, furibundo,
Atónito y lloroso considero,
Que cual brilla el relámpago ligero,
Así pasan las glorias de este mundo.
Cuan pura rosa en mayo,
No bien brilla argentada
Al golpe de aquilón,
Así súbito rayo
De la parca homicida
Cayó en su cara vida
Y abrió mi corazón.
¿Quién podrá consolar mi aguda pena?
Cada vez que a mi vista dolorida
Parezca objeto alguno que recuerde
La antes dichosa vida
Que al dulce arrullo de mi madre amada
Gocé... Más ¿qué gocé? No gocé nada;
Siempre ausencia, y eterno descontento
Y si algunos instantes de alegría
Hurtarles pude a los sañudos hados
¿Puede con el dolor ser comparado
Lo que siente en este trance el alma mía?
Nada respeta la segur airada
De la muerte cruel, ni la hermosura
Ni la virtud preciada;
Todo hunde en la tiniebla oscura.
Veintiuno de octubre, nunca, nunca
Pasará sin que llore el alma mía,
Con tanta exaltación como otro tiempo,
Tiempo dichoso “¡Cuando Dios quería!”
Me llenabas de júbilo y de gozo
Y de fino placer y de alborozo
De mí, por ser el venturoso día...
Y ya no podré verte tan hermosa
Cual la aurora risueña
Y con faz halagüeña
Cantar a los sones del arpa,
Ni brindar expresiva
Por la salud del hijo a cada instante
Y en tono alegre, con gentil semblante,
Repetir cariñosa ¡viva! ¡Viva!
(Octubre de 1858)
La Botella y la Mujer
Disputaban por saber
Un pastor y un lechuguino,
Cuál es el tesoro más fino:
¿La botella o la mujer?
Aquél dijo, a mi entender
Es más sabrosa y más bella,
la botella.
Cuando exhausto de fatiga
Bajo un ombú me reclino
De Baco el licor divino
Todas mis ansias mitiga:
Allí es mi mejor amiga,
Mi sol, mi luna, mi estrella,
la botella.
El que empieza a envejecer
Se refocila, imagino
Más en dos cuartas de vino
Que en seis cuartas de mujer,
Porque siempre está en su ser
Sin melindres de doncella,
la botella.
Calla, – dijo el lechuguino-
Sólo un hombre sin templanza
Puede poner en balanza
A las mujeres y al vino;
¿Quién suaviza el cruel destino?
¿Quién da el supremo placer?
la mujer.
No hay contento comparado
Con los goces del amor,
Ni otra delicia mayor,
Que el amar y ser amado;
Es el don más delicado
Que Dios quiso al mundo hacer,
la mujer.
Sin ella todo sería
Caos de inmensa tristeza
Porque son de la natura
La más perfecta armonía,
Es del hombre la alegría,
Consuelo de su placer,
la mujer.
No siempre, dijo el pastor,
Porque salen camarada
A estocada por cornada
El fastidio y el amor,
Mas mi prenda es superior,
No es falaz como aquella,
la botella.
Cuantos más besos le doy,
Más me inflama y me enardece
Y cuando aquel desfallece,
Yo más animado estoy:
Papa, Rey, Príncipe soy
Sin que me cause querella,
la botella.
Dama que no pide y da
Grata aún después de gozada
Cuando la ves más preñada
Tanto más virgen está,
Sin mujer muy bien me va
Porque me suple por ella,
la botella.
Silenciosa y no profana
Un tapón tiene su boca
Aunque a celos la provoca
Tal vez cierta Dama-Juana
Espera su turno ufana
Y su rival no atropella,
la botella.
Mujer, dijo el lechuguino,
Bocado de Reyes es,
Pues dice el hombre al revés
De los reyes en latín,
Mas no conoce un mal sin
De cuanto puede valer,
la mujer.
A nuestros hijos, que humanos
Dan sus cuidados prolijos:
A ver si a ti te dan hijos
Botellas de damajuanas;
En sus angustias tiranas
Sabe al hombre sostener,
la mujer.
Tiene el hombre una aflicción,
Gime solo... y de repente
Va a su amada, y luego siente
Tas, tas, tas el corazón;
Porque innata afección
Le dice que es su placer,
la mujer.
En esto se dejan ver
Baco y Cupido abrazados
Y dicen: “Callad cuitados
Que no nos sabéis entender;
Todo puede complacer
Tomando en medida bella;
La mujer y la botella
La botella y la mujer.
***
Fallo
(de La Mujer y La Botella)
La sentencia pronunciada
No le cuadra al “Kavichu’i”
Porque el fallo sale ahí
De la parte interesada,
Que no puede al parecer
Dar sentencia equilibrada,
Ni juzgar si es más bella
La mejer o la botella.
Un tercero en la cuestión
Que intervenga es menester;
Y que, oída la razón
Del pastor y el lechuguino,
Con tacto justo y fino
De juez cumpla el deber,
Diciendo si es mejor
La botella o la mujer.
He aquí, pues, el parecer
Del leal “Kavichu’i”.
La botella y la mujer
No sufren comparación:
Porque a vicio huele aquella,
La botella,
Y virtudes suele oler
La mujer.
La mujer, más bien diré,
Es un astro de virtud,
Cuya luz nos acompaña
Más allá del ataúd.
NATALICIO TALAVERA
¿Y el Homo Parker?
ResponderEliminarMenos cita y más reflexión. Sino pasa a ser Homo periodicus.
Me encantó poder leer poemas de Natalicio Talavera,si tenés más,te pido por favor,que me envíes a alimar2206@gmail.com.Gracias!
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