domingo, 22 de noviembre de 2009

El hombre tigre o el humor de los bárbaros


El hombre tigre
o el humor de los bárbaros


La cultura dominante siempre creyó que el humor le venía adosado al poder que ostentaba, que los dominados no estaban en condiciones de aspirar a semejante atributo de una civilización en apogeo y debían padecer la sorna de sus opresores.
Los antiguos egipcios, con su poder y esplendor, seguramente, pensaron que el pueblo hebreo no era capaz de la ironía y el humor, por estar sometidos a la servidumbre y lejos de la tierra prometida que aguardaba allende el mar.
En Grecia y en la democracia perfecta de La República de Platón a los esclavos se les negaba tener alma y ni hablar del humor, pero sí se les otorgaba el privilegio de la fuerza en su condición de bestias indispensables para el trabajo que necesitaba el sistema político para funcionar.
Pero el humor no es patrimonio exclusivo de nadie ni de ningún pueblo, aunque se lo haya ejercido también en forma ilegítima junto al poder de dominación a través de la historia. Los llamados conquistadores de América, que no son sino invasores y salteadores de aldeas, también en sus crónicas exhibieron una mirada llena de burlas y humoradas sobre la cultura desconocida, que tan pronto estaban dispuestos a aniquilar.
En las Misiones Jesuíticas de Sudamérica el milagro produjeron los guaraníes, como los esclavos de Atenas ayudaron a desarrollar la democracia, ellos construyeron, a pesar de la explotación inhumana a que fueron sometidos por la Orden de Loyola, un imperio teocrático de vida comunitaria, inspirado abiertamente en la Ciudad del Sol de Campanella y otros utópicos. Las manos esclavas posibilitaron el desarrollo vertiginoso, rápidamente las Misiones se convirtieron en el mayor polo de desarrollo económico y cultural de América, ganando prestigio en el mundo europeo y un apologista de la talla de Voltaire.
Sin embargo, los nativos tenían su propio humor para calificar o denigrar a sus invasores y sobrevivieron a los intentos de exterminio guardando por siglos los valores culturales, como en una suerte de vida paralela llena de secretos espirituales.
Los guaraníes fueron catalogados por los estudiosos más encumbrados como los profetas de la jungla, por su gran espiritualidad y religiosidad ligadas a la vida y la naturaleza. Pero nadie llegó tan a fondo en sus investigaciones para dar cuenta del refinado sentido del humor que practicaban y disfrutaban, en contrapartida a tanta tragedia que sufrían.
En medio de sus tantas creencias, el tigre para el guaraní es un animal de doble condición, terrenal y sagrado al mismo tiempo, se lo distingue uno del otro sólo por el color de la piel con que se presenta ante el indígena.
El guaraní cree que el tigre tradicional, el de pelaje dorado y trazos negros, está para aportar al guerrero sus destrezas y furia sin par antes de envolverse con las luchas. Pero está el otro, el tigre azul(Jagua hovy) que en algún momento aparecerá y conducirá al guaraní a la Tierra sin mal(Yvy maräeÿ).
De ahí que en la comunidad guaraní existe el ilustrador de la tribu, que graba en el cuerpo de los indígenas éstos motivos profundos y entrañables. Llegado el acontecimiento, religioso, festivo o guerrero, cada uno de los miembros solicita ser ilustrado en el cuerpo y participar del acto como corresponde.
Ante un inminente enfrentamiento de la tribu con otra etnia hostil e invasora, se presentó de urgencia el joven cacique de nombre Ombligo Caído(Puru’â Saingó), muy mentado entre las doncellas de poseer extraordinarios dotes varoniles y ejemplar talento para la guerra.
- ¿La imagen de qué genio animal cubrirá tu cuerpo? – preguntó el ilustrador.
- Sueño con el dorado intenso para mi cuerpo y los trazos negros que resaltarán el furor del tigre en mi figura – respondió exaltado el cacique.
El artista de la ilustración se abocó a su tarea y cubrió de oro el atlético cuerpo del luchador. La naturaleza ha obrado su arte en la figura escultórica del joven pero la práctica de la caza y la guerra la dibujaron delineadamente.
Pero surgió un problema. El ilustrador al terminar las delicadas rayas negras en el cuerpo, desde los pies a la cabeza, le quedó suelto y colgante el inocultable genital del cacique que rompía la armonía.
-- ¿Qué sugiere hacer con el detalle no menor de su cuerpo? ¿Lo dejamos en dorado que se confunda con su figura? –interrogó como sugiriendo una solución a semejante disyuntiva artística.
-- ¡No, píntale también los trazos negros! – respondió seguro contra las dudas del ilustrador.
-- ¿Para qué te serviría pintarlo si la guerra se gana con arcos y flechas? – ironizó el artista.
-- ¡Lo usaré para mi rabo, da exacto su largor! ¿O te olvidas acaso que el más valiente de los tigres suele tener también la más extensa cola?

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