viernes, 11 de julio de 2014

¡El recuerdo luminoso del poeta Gómez Sanjurjo!

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Gómez Sanjurjo: prisionero de su sombra

Por Maybell Lebron*

A finales de mayo de 1988 partió en silencio de este mundo, pero a quienes tuvieron el privilegio de conocerlo es imposible olvidarlo. Su poesía lo distingue como uno de los mejores poetas paraguayos.


Portada (parte superior) del libro Poemas, publicado en 1978 en Buenos Aires, Argentina.

Su obra no necesita halagos. No hace falta ser entendido en la materia para quedar subyugados por la belleza de cada uno de sus versos, deslumbrados por la dolorosa sensibilidad de sus poemas. Las delicadas imágenes, fruto de ese espíritu privilegiado, transmiten sin esfuerzo sus estados de ánimo. La nostalgia aletea, levísima, aun en los poemas de amor. El vuelo de sus versos se vuelve casi onírico en su eterno interrogante sobre el sentido del ser. Una tristeza sin asidero, plena de melancolía, ensombrece la vana búsqueda, más allá del amor y el tiempo, y desnuda una inconformidad habitada de ráfagas de esperanza despeñadas en el abismo de su soledad íntima e irredenta.

En la Antología poética dedicada a este autor, dice José Luis Appleyard: «José María inunda todo con su voz de matices graves que, en momentos, pueden disimular el suavísimo trémolo de su emoción. Cada palabra del poeta se me abre como una henchida cápsula de situaciones, nostalgias, tristezas y belleza constantes, conjunción que solo un gran artista puede lograr, pues ella surge de la alegría que brota de los hondones del espíritu.»

En el poema Tú sabes, nos confía:

Tú sabes cuánto alcanza a doler sobre la vida,
el sueño de llevar los ojos siempre abiertos.

Con su habitual maestría y «los ojos siempre abiertos» lega inolvidables poemas que nos colman de agradecido gozo ante tan generosa ofrenda.

Buenmozo, de atrapante personalidad y eximio conversador, fue siempre bien acogido en las lides del amor y supo de la fidelidad y afecto de sus amigos, sobre todo unos pocos íntimos que lo acompañaron, de cerca o de lejos, hasta el final.

En su juventud, cuando fundó la Academia Universitaria del Paraguay, en el Colegio San José, bajo el mecenazgo y estímulo del padre Alonso de las Heras y algunos jóvenes intelectuales, dedicó tiempo y esfuerzo en impulsarla.

Novel e importante empresario en el negocio de telas y afines —recibido como parte de herencia familiar— tenía una holgada posición económica que le permitía dedicarse también a su más grande vocación: la poesía.

Cuentan de que noviando en su juventud con una distinguida jovencita de nuestra sociedad, y en aprestos para la boda, llegó a sus oídos el despectivo comentario de su prometida: «Ya, otra vez, me escribió un poemita.» El poemita era nada menos que Yo no sé qué palabras decirte… Al día siguiente rompió la relación y nunca más se le acercó.

Casado con una valiente mujer algo mayor que él, rodeado de amor, tuvo cinco hijas —la muerte de una de ellas fue un duro golpe del que no llegó a reponerse. Su negativa a aceptar el desafío de la cotidianidad, además de destruirlo, destruía a su familia y su entorno: Sentía como una espesa sombra la angustia de ser hombre.

Gracias al apoyo y los contactos de Elvio Romero, el escritor paraguayo recientemente fallecido, consiguió editar en 1978 su primer libro: Poemas, en la prestigiosa Editorial Losada, de Buenos Aires; y luego, en 1979, Otros poemas y una elegía.

Su poesía tiene dos características: El tono intimista, de estilo desnudo, extraordinaria belleza y calidez, y el de una poesía unívoca pero incapaz de abrirse al mundo y la alegría —todo poeta debe saber pulsar la amplia gama de los sentimientos humanos— circunscrita al amor perdido, la tristeza, la nostalgia, la incomunicación.

Debido a una grave afección hepática tuvo que ser operado por el Dr. Juan S. Netto, mi marido, quien era su médico. En un momento dado, durante la intervención, sus signos vitales se iban apagando y, con esfuerzo, se lo pudo rescatar. Más tarde, relató emocionado que vio el famoso túnel y la luz tantas veces mencionados por enfermos en estado crítico. A medida que la luminosidad se aproximaba, su resistencia a dejarse llevar era cada vez más débil. En ese momento sintió la presencia de su padre —ya fallecido—, un fuerte apretón de manos y oyó su voz: Resiste. Volvió la negrura y, más tarde, despertó en la cama del sanatorio.

Luego de analizar en el taller literario Salón de Lectura la obra de Gómez Sanjurjo, Patricia Camp, joven poeta y narradora, publicó un trabajo sobre este autor en Acción Cooperativa, del que extraigo algunos párrafos. Comenta: «El poema Cierra tiene el sabor agridulce de una despedida. Del adiós a algo o alguien que se ha amado mucho. A la propia vida quizá, con la humildad de quien conoce el pequeño pero digno destino humano, de hacer algún día, inevitablemente, las paces con el olvido.»

Ya nadie va a venir. Mañana
nadie sabrá cómo eras hace tiempo.
Ya ves. Querías
olvidar de qué ausencia estabas hecho.

No soportó la angustia. Quebrado el finísimo cristal de sus anhelos buscó apartarse de la realidad lacerante. Su espíritu, sensible y frágil, sucumbe a la melancolía y la desesperanza en esa batalla perdida de antemano por el oscuro placer de no luchar. Arrumbando sueños, ilusiones y recuerdos de días felices, en versos maravillosos, se deja arrastrar hacia la nada. Alejado de un mundo que no acepta asume su culpa y busca la desmemoria en la soledad y el vino. Prisionero de recuerdos y tinieblas, se entregó al ocaso sin retorno.

Y él mismo, en un casi epitafio, nos dice:

Nadie sabe quién es.
Dejó su pausa,
su andar acompasado en la insegura
madrugada.

Nadie le recordará por lo que anduvo
trajinando en el alba,
sonando el lento crujido de las suelas
por las veredas ásperas,
por las veredas húmedas
por las veredas ávidas.

Nadie habrá de conocer
cuánto silencio llevaba a sus espaldas,
cuánta acera vacía,
cuánta nostalgia.

Murió, solitario, en Buenos Aires. Nadie se enteró de su partida. Su cuerpo, día después, fue hallado por un amigo que, ocasionalmente, lo fue a visitar.

Nota: esta semblanza fue publicada originalmente en la revista Acción Cooperativa en mayo de 2008.


*Maybell Lebron. Escritora (Córdoba, Argentina, 1923). Autora de los libros Memoria sin tiempo (cuentos, 1992); Puente a la luz (poemas, 1994); Pancha (novela, 2000); Ayer, tal vez mañana (poemas, 2004); El eco del silencio (cuentos, 2005); y Cenizas de un rencor (novela, 2010).

no sé si ibas o venías

a josé maría gómez sanjurjo

                                                   no puedo afirmar ni negar 
que ibas en cada trago del mundo hacia algún paraje más lejano
de la muerte que jugueteaba con tu bondad
de la soledad que cada día reventaba tus talones
del destino que te hacía paladear amarga la patria
y volvías malherido a tu infinita sed angustiada

no soy quién para aseverar
que venías de algún desierto lejano al oasis del bar
de la sequía en llamas en que te consumía la tristeza
de la imposible tarea de recobrar lo más querido
del encuentro no esperado con la desgracia
de la certeza fría de que la pérdida era irrecuperable
o si ibas siempre en busca de algunas gotas de esperanza

no puedo afirmar ni negar
no soy quién para aseverar
tampoco quiero ser alguien en esta historia
pero el cultivo de la amistad me dio sus frutos
el haberme puesto en muchas oportunidades
al otro lado del teléfono de josé maría
y escucharle hablar caballerescamente de sus penas
como un quijote apuñalado por el molino de sus sueños
y sentirle atrapado entre las rejas del dolor y la poesía

                                                                              Buenos Aires, Mayo, 1988.

*Del libro "Descalzo sobre el asfalto y otros poemas", de Gilberto Ramírez Santacruz.

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