viernes, 31 de enero de 2014

¡Adiós al gran poeta José Emilio Pacheco!


José Emilio se fue a caminar por ahí*


Toda la noche estaba en esa humedad sombría

que de repente

iluminó la luna.

 Por Mempo Giardinelli
 Ha muerto el poeta mexicano José Emilio Pacheco. Como acaba de escribir mi amigo Catire Hernández D’Jesús, también poeta y venezolano: “Salió ayer domingo 26 de enero a buscarnos por esas calles silenciosas y oscuras y luminosas”.
Fue un gran poeta y basta leer sus poemarios más poderosos, entre ellos No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970), Islas a la deriva (1976), Los trabajos del mar (1984), El silencio de la luna (1996) y La arena errante (1999). La edad de las tinieblas, de 2008, fue uno de sus últimos trabajos. También escribió cuentos y un par de novelas, entre ellas una joya breve: Las batallas en el desierto, de 1981, para mí una de las mejores narraciones latinoamericanas del llamado rito de pasaje.
Miembro de una enorme generación de literatos mexicanos (contemporáneo de Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Eduardo Lizalde y Vicente Leñero, entre otros), Pacheco fue un poeta siempre preocupado por la síntesis y la precisión, y con una mirada fija en la ironía, la significación y el sentido ético de la vida. En la suya personal fueron, de hecho, sus características, y eso era parte de su encanto. Su permanente distracción, fuera pose o naturaleza, formaba parte de personalidad, así como su buen humor y sus puntadas y chascarrillos siempre oportunos.
En la única foto en la que estamos juntos, en Sevilla y hace ya muchos años, estamos orinando una pared con otros colegas. De aquella experiencia me nació la idea de escribir un minirrelato que publiqué en 2008, en mi libro Soñario, y con este título: “El pretencioso Bonfanti, el Rey y orinar en Sevilla”. Helo aquí:
En el sueño platico con José Emilio Pacheco en Sevilla, mientras orinamos suavemente contra una pared de la judería, en el Barrio de San Bartolomé. Con nosotros están dos poetas: Fernando Operé y otro de cuyo nombre no quiero acordarme y aquí llamaré Bonfanti. Es una madrugada caliente, hemos bebido como esponjas y no hay polis a la vista. Los cuatro alardeamos de las dudosas punterías de nuestros pises hasta que Bonfanti suelta que la primera vez que viajó a España, cuando el peso argentino nos permitía turismo barato, en Madrid se alojó una noche en el Hotel Ritz y después de la cena se encontró en el baño nada menos que con el rey Juan Carlos. Con el estúpido orgullo de los ignorantes, cuenta que orinaron democráticamente uno al lado del otro, y que al terminar de sacudirse, a la par, no tuvo mejor idea que saludar a Su Majestad en nombre del pueblo argentino mientras se subía el cierre de la bragueta. Por supuesto no le creemos ni una palabra, y la discusión que sigue es perfectamente olvidable.
Estoy de acuerdo en que éste es un sueño inútil, si no fuera porque una noche de 1998 los mismos cuatro sí orinamos una pared en Sevilla, bajo un cartel pintado que rezaba: “Por favor no orinen aquí”. Por eso mismo lo hicimos, como cuatro viejos muchachos traviesos y al amparo de estos versos de Pacheco:
Una gota de lluvia temblaba en la enredadera.
Ahora que ando advirtiendo que he entrado en la edad de escribir obituarios, al menos hasta que alguien escriba uno mío, sugiero fuertemente a los lectores que, si no han leído a Pacheco, no se lo pierdan. Vayan a leerlo y verán. Gugléenlo y descubrirán sus poemas, fáciles de encontrar en la web. Y piensen que el poeta, segundo Premio Cervantes que se nos muere en dos semanas, ha de andar por ahí, caminando y feliz de ser leído. Que es todo lo que quiere un poeta.

*Publicado en el diario Página/12 de Buenos Aires, 29 de enero de 2014.-

PALABRAS DE JOSÉ EMILIO PACHECO, 

PREMIO CERVANTES 2009

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señora Ministra de Cultura, Señor 
Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Señora Presidenta del Consejo 
Nacional para la Cultura y para las Artes de México, Presidenta de la Comunidad 
de Madrid, Sr. Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales 
y académicas, amigas, amigos, señores y señoras.

1947 es una fecha tan lejana como 1547. Ambas se han hundido en la sombra 
eterna y son irrecuperables. Tal vez la memoria inventa lo que evoca y la 
imaginación ilumina la densa cotidianeidad. Sin embargo, del mismo modo que 
para nosotros serán siempre gigantes los molinos de viento que acababan de 
instalarse en 1585 y eran la modernidad anterior a la invención de esta palabra, en 
algún plano es real otra experiencia: la de un niño que una mañana de Ciudad de 
México va con toda su escuela al Palacio de Bellas Artes y asiste asombrado a una 
representación del Quijote convertido en espectáculo.

Salvador Novo adapta y dirige la obra con música de un mexicano, Carlos Chávez, 
y un español, Jesús Bal y Gal. Novo pertenece al Grupo de Contemporáneos, 
equivalente exacto del Grupo de 1927 en España. Mucho tiempo después sabré 
que Novo había conseguido que en julio de 1936 su amigo Federico García Lorca 
estuviera precisamente en ese Palacio de Bellas Artes para presenciar el estreno 
mexicano de Bodas de Sangre interpretada por Margarita Xirgu.

A telón cerrado aparece el historiador árabe Cide Hamete Benengeli a quién 
Cervantes atribuye la novela. Cide Hamete Benengeli ha decidido abreviar la 
historia para que los niños de México puedan conocerla. La cortina se abre. De la 
oscuridad surge la venta que es un castillo para Don Quijote. Quiere ser armado 
caballero a fin de que pueda ofrecer sus hazañas a la sin par Dulcinea del Toboso, 
la mujer más bella del mundo.

Dos horas después termina la obra. Desciende de los aires Clavileño que en esta 
representación es un pegaso. Don Quijote y Sancho montan en él y se elevan 
aunque no desaparecen. El Caballero de la Triste Figura se despide: “No he 
muerto ni moriré nunca… Mi brazo fuerte está y estará siempre dispuesto a 
defender a los débiles y a socorrer a los necesitados”.

En aquella mañana tan remota descubro que hay otra realidad llamada ficción. Me 
es revelado también que mi habla de todos los días, la lengua en que nací y 
constituye mi única riqueza, puede ser para quien sepa emplearla algo semejante 
a la música del espectáculo, los colores de la ropa y de las casas que iluminan el 
escenario. La historia del Quijote tiene el don de volar como aquel Clavileño. He 
entrado sin saberlo en lo que Carlos Fuentes define como el territorio de La 
Mancha. Ya nunca voy a abandonarlo.

Leo más tarde versiones infantiles del gran libro y encuentro que los demás leen 
otra historia. Para mí el Quijote no es cosa de risa. Me parece muy triste cuanto le 
sucede. Nadie puede sacarme de esta visión doliente.
En la mínima historia inconclusa de mi trato con la novela admirable hay a lo largo 
de tantos años muchos episodios que no describiré. Adolescente, me frustra no 
poder seguir de corrido la fascinación del relato: se opone lo que George Steiner 
designó como el aparato ortopédico de las notas. Me duele que las obras eternas 
no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los 
sentidos de las palabras. 

También me asombra que necesiten nota al pie términos familiares en el español 
de México, al menos en el México de aquellos años remotos: “de bulto” como las 
estatuillas de los santos que teníamos en casa: “el Malo”, el demonio”; “pelillos a la 
mar”, olvido de las ofensas; “curioso”, inteligente. Y tantas otras: “escarmenar”, 
“bastimento”, “cada y cuando”.

Ignoro si podría demostrase que el primer ejemplar del Quijote llegó a México en el
equipaje de Mateo Alemán y en el mismo 1606 de su publicación. El autor del 
Guzmán de Alfarache había nacido en 1547 como Cervantes y estuvo en aquella 
Nueva España que don Miguel nunca alcanzó. 

Tal vez el gran cervantista mexicano de hace un siglo, Francisco A. de Icaza, 
hubiera rechazado como una más de las Supercherías y errores cervantinos
esta atribución que me seduce. Por lo pronto me permite evocar en este recinto 
sagrado a Icaza, el mexicano de España y el español de México, a quien no se 
recuerda en ninguna de sus dos patrias. En todo caso sobrevive en el poema que 
le dedicó su amigo Antonio Machado: “No es profesor de energía/ Francisco A. de 
Icaza, sino de melancolía”. Y en la inscripción que leen todos los visitantes de la 
Alhambra. Otra leyenda atribuye su inspiración al mismo mendigo de quien habló
también Ángel Ganivet: “Dale limosna, mujer/ pues no hay en la vida nada/como la 
pena de ser/ciego en Granada”.

Como todo, Internet es al mismo tiempo la cámara de los horrores y el Retablo de 
las Maravillas. No me dejará mentir la Red si les digo que el 30 de noviembre de 
2009, en una rueda de prensa en la Feria de Guadalajara me preguntaron, con 
motivo del Premio Reina Sofía, si con él yo estaba en camino del Premio 
Cervantes. “Para nada”, contesté. “Lo veo muy lejano. Nunca lo voy a ganar”.3
Al amanecer del lunes 30 la voz de la Señora Ministra de Cultura, Doña Ángeles 
González Sinde, me dio la noticia y me hundió en una irrealidad quijotesca de la 
que aún no despierto. Por aturdimiento, no por ingratitud, apenas en este día doy
gracias al jurado por su generosidad al privilegiarme cuando apenas soy uno más 
entre los escritores de este idioma y hay tantas y tantos dignos con mucha mayor 
justificación que yo de estar ahora ante ustedes.

Para volver al plano de la realidad irreal o de la irrealidad real en que los 
personajes del Quijote pueden ser al mismo tiempo lectores del Quijote, me 
gustaría que el Premio Cervantes hubiera sido para Cervantes. Cómo hubiera 
aliviado sus últimos años el recibirlo. Se sabe que el inmenso éxito de su libro en 
poco o nada remedió su penuria.

Cuánto nos duele verlo o ver a su rival Lope de Vega humillándose ante los 
duques, condes y marqueses. La situación sólo ha cambiado de nombres. Casi 
todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante. No 
es culpa de nuestra vileza esencial sino de un acontecimiento ya bimilenario que 
tiende a agudizarse en la era electrónica. 

En la Roma de Augusto quedó establecido el mercado del libro. A cada uno de
sus integrantes -- proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, 
editores, libreros--le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El 
único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría. Cervantes 
resultó la víctima ejemplar de este orden injusto. No hay en la literatura española 
una vida más llena de humillaciones y fracasos. Se dirá que gracias a esto hizo su 
obra maestra.

El Quijote es muchas cosas pero es también la venganza contra todo lo que
Cervantes sufrió hasta el último día de su existencia. Si recurrimos a las 
comparaciones con la historia que vivió y padeció Cervantes, diremos que primero 
tuvo su derrota de la Armada Invencible y después, extracronológicamente, su 
gran victoria de Lepanto: El Quijote es la más alta ocasión que han visto los siglos 
de la lengua española.

Nada de lo que ocurre en este cruel 2010 --de los terremotos a la nube de ceniza, 
de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta a países como México--
era previsible al comenzar el año. Todo cambia día a día, todo se corrompe, todo 
se destruye. Sin embargo en medio de la catástrofe, al centro del horror que nos 
cerca por todas partes, siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos 
respuestas, el misterio y la gloria del Quijote.
                                                                                     JOSE EMILIO PACHECO

Adiós a Juan Gelman

Antes de su muerte el pasado domingo, el gran poeta mexicano había dedicado sus dos últimas y brillantes notas en el semanario Proceso a su vecino y colega Juan Gelman. Justamente después de escribir la segunda sufrió el golpe que terminó en su sorpresiva despedida. Esta es la primera, de lectura imprescindible, que sirve de homenaje a ambos.


  No hay datos en la memoria reciente que nos permitan comparar la resonancia de la muerte de Juan Gelman con la de ningún otro de nuestros poetas contemporáneos. Nacido el 3 de mayo de 1930 en Villa Crespo, que es hoy un barrio central de Buenos Aires, Gelman fue hasta el 14 de enero el mejor poeta vivo de la lengua y a partir de ese día se ha vuelto uno de nuestros clásicos modernos.

1930 y el futuro

Vino al mundo seis meses después de que la quiebra de Wall Street señaló el comienzo de la gran crisis económica que la Historia recoge bajo el nombre de la Depresión. Sus contemporáneos fueron el pintor Jasper Johns, el cineasta Clint Eastwood, Sean Connery, Neil Armstrong –primer astronauta que caminó en la Luna–, Harold Pinter, Jean-Luc Godard y Jean-Louis Trintignant. En El ángel azul surgió como gran estrella Marlene Dietrich.
Los libros del año son la Autobiografía de Trotsky, La civilización y sus descontentos de Freud y dos novelas que no han dejado de leerse: Mientras agonizo de William Faulkner y El halcón maltés de Dashiell Hammett. En su camino hacia el poder los hitlerianos apedrearon las tiendas judías en Berlín. En Detroit se reabrieron las armadoras de automóviles y 150 mil obreros recuperaron su trabajo. Empezó un movimiento en contra de la prohibición de bebidas alcohólicas que sólo había logrado aumentar la fortuna gangsteril y el número de bebedores. El consumo de cigarros ascendió a 11 mil millones. Murieron sir Arthur Conan Doyle, Ana Pavlova y D. H. Lawrence. Stalin justificó la purga de 6 mil 500 miembros del Partido Comunista supuestamente por ser partidarios de Trotsky.

El esplendor de Argentina

La joven pareja ucraniana del señor Gelman y su esposa decidió emigrar a Argentina porque si antes vivieron bajo el terror de los pogroms, los asaltos de bandas contra tiendas y hogares judíos, al término de su juventud y con varios hijos su matrimonio se vio amenazado por las medidas stalinianas para imponer el socialismo.
Argentina, gracias en parte a las grandes inversiones inglesas, tenía niveles de vida europeos. No era, como las demás repúblicas, una simple exportadora de materias primas, sino alimentaba a Europa con su carne y su trigo. Su gran capital, Buenos Aires, comparable a Londres y a París, era un modelo inalcanzable para el subcontinente. Pero en aquel 1930 de la Depresión el golpe del general José Félix Uriburu, quien derrocó al presidente radical (“radical” en el sentido argentino), desató una crisis cuyas consecuencias se resienten hasta hoy, una sucesión de gobiernos militares y una inflación irrefrenable.

Tres momentos de Perón

Gelman tenía 16 años cuando las masas peronistas movilizadas por Eva Duarte llevaron al general Juan Domingo Perón a la presidencia. Evita murió en 1952 y Perón fue derrocado en 1955. Veinte años después volvió brevemente a la Casa Rosada. Murió en 1976 y su viuda Isabel, manejada por su brujo particular José López Rega, precipitó a la Argentina en el horror de los campos de muerte, la más extrema violencia y la tortura.
La guerrilla no logró, ni podía lograr, vencer a los genocidas. De ello se encargó el ejército de lady Thatcher en la guerra de las Malvinas (1982). Los generales que más se habían encarnizado en secuestros y tormentos también fueron los que más cobardes se mostraron ante el embate del cuerpo expedicionario británico, apoyado por Ronald Reagan.

“Cólera Buey”

En 1955 Gelman fue parte de una agrupación de jóvenes poetas comunistas reunidos en El Pan Duro. Publicó su primer libro, Violín y otras cuestiones que halló su modelo en un autor de los años veinte: Raúl González Tuñón.
Es poesía de la ciudad, prosaica y crítica, pero escrita con la habilidad de un niño que, como todos los de su época, se adiestró en la versificación de los poetas populares, como Almafuerte. Tras El juego en que andamos (1958), Velorio del solo (1961) y Gotán –es decir, “tango” en “vesre”– (1962) en que ya aparece su fluida conexión entre lo culto y lo popular, pues no tiene reparos en llamar a sus poemas con títulos de tangos clásicos –“Mi Buenos Aires querido” y “Anclao en París”–, Gelman da a la imprenta Cólera Buey (1968), uno de los libros centrales de la década y obra insignia de una generación que va del propio Gelman hasta Eduardo Lizalde y Enrique Lihn (ambos de 1929) y, en el extremo opuesto, a Antonio Cisneros (1942-2013), el más joven del grupo.

Gelman y el periodismo

En esta época Gelman tiene su más brillante actividad como periodista: jefe de Redacción de Panorama, director del suplemento de La Opinión, secretario de Redacción de Crisis y de nuevo jefe de Redacción de Primera Plana. Su labor en prosa, sostenida hasta la semana anterior a su muerte, es tan vasta como su obra poética e incluye volúmenes muy importantes, como Ni con el flaco perdón de Dios, en que colaboró con su esposa Mara Lamadrid.
La producción poética crece en vez de mermar o detenerse. Inicia la serie de Comentarios (1979), un sorprendente diálogo con los místicos españoles, como san Juan de la Cruz; y Citas, del mismo año, una compenetración casi sexual con santa Teresa.

Dos crímenes y una ruptura

El 26 de agosto de 1976 su hijo Marcelo Ariel y su esposa Claudia, ambos de 20 años, fueron secuestrados en Buenos Aires y asesinados poco después en dos diferentes campos de exterminio. Allí nació la hija de ambos que, como muchos otros bebés, fue entregada a un policía uruguayo que la crió como si de verdad fuera su niña. Gelman logró recuperar a su nieta Macarena tras muchos años de búsqueda.
Había ingresado al grupo Montoneros que en 1980 lo envió a Europa para exhibir en las publicaciones de allá los crímenes de la junta militar. Respetó el heroísmo personal de los guerrilleros pero hizo una crítica demoledora de la organización que se militarizó y perdió el rumbo. Los Montoneros no perdonaron la crítica y condenaron a muerte a Gelman, fatwa que más tarde fue revocada. Pero él ya no pudo regresar a la Argentina. Comenzó un prolongado y doloroso exilio que lo llevó a refugiarse en varios países. Su trinchera, su refugio y su autodefensa fue la poesía. Inventó poetas con todo y sus poemas (Sidney West, José Galván y Julio Grecco, entre otros).
Uno de sus libros más dolientes y bellos es Bajo la lluvia ajena (Notas al pie de una derrota), poemas en prosa escritos en Roma, quizá la autocrítica más feroz que se ha hecho del intento guerrillero argentino. Así como la imposición del realismo socialista culminó en la URSS con la obra de un novelista formado dentro de esta corriente: el Archipiélago Gulag de Solyenitsin, la poesía comprometida de Hispanoamérica terminó hasta el momento con esta condenación de Montoneros hecha por un montonero que al mismo tiempo resultaba un gran poeta.
*Publicado en el diario Pagina/12 el 30 de enero de 2014.-

jueves, 30 de enero de 2014

¡Gelman, el poeta necesario!


A Gelman, por su militancia política, siempre se lo puso en la cajita de “poeta político”. Un poeta antes de ser poeta es un hombre, y por lo tanto, un ser atravesado por la política. A pesar de que Gelman tiene poemas explícitamente políticos, por lo general entendió la poesía como un lugar de reflexión íntima sobre un montón de cuestiones, filosóficas, del lenguaje, de la existencia. Para mí toda su obra versa sobre “la metafísica de la tribu".
http://www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2012/04/gelman-580x386.jpg
A mi generación, Gelman llegó como llegaron otros poetas como Leónidas Lamborguini, Amelia Biagioni, Paco Urondo, Luis Luchi, Julio Huasi, Roberto Santoro, Ramón Plaza o Juana Bignozzi, por poner sólo algunos ejemplos. Esos nombres y apellidos, yo los rescataba de alguna antología perdida en librerías de viejo. Los libros estaban agotados o quemados en las hogueras de la dictadura. Lo primero que me llamó la atención fue que los poetas que en la década del 80 ocupaban el centro de la escena, tenían un rechazo absoluto a todo lo que oliera a “sesentismo”, “coloquialismo” o “poesía comprometida”.
En aquellos  primeros “ochentas” se empezaron a afianzar poéticas cerradas como el neobarroco, el neorromanticismo y luego el objetivismo. A pesar de su diferencias, todas coincidían en ese odio a la “poetas del 60”, se salvaban muy pocos de esos anatemas.
Como a mí me gusta meter los dedos en el enchufe y andar contra la corriente, empecé a investigar y a leer a esos poetas y, si bien respondían a mandatos de una época marcada por una politización generalizada, había un compromiso con un lenguaje directo y popular, que intentaba llegar a cualquier tipo de lector, y también la recuperación de los poetas del tango, de la canción popular y la exploración atenta de la ciudad, su dinámica, sus habitantes. Recuerdo un título de un libro de José Portogalo: “Poemas con habitantes”. Me gusta eso: los poemas tienen que tener gente adentro. Pero este tipo de consignas “populistas” no suelen ser bien vistas en el campo cultural. “La poesía se hace con la palabras y no con ideas”, escuché decir tantas veces en mesas de café a personas que se decían “progresistas” y “bienpensantes”. El intelectual argentino promedio tiene bastante aversión hacia lo popular, hasta cierto asco, pienso que ahí está el problema básico. Es lo que yo  llamo “el enano Borges que todos llevamos adentro” Cuando a un autor es “legible”, empieza a transformarse en sospechoso y se lo rebaja, se lo difama, se lo degrada, se lo da de baja, se lo cajonea.
Cada época responde a una sensibilidad particular pero no por eso voy a dejar de leer a Rabelais o escuchar a Mozart porque son “viejos”. Con respecto a lo que “se usa” y lo que “no se usa” en poesía me parece que ese pensamiento es más aplicable al mundo de la ropa o a la televisión. Un peinado, el programa de Tinelli o el de Marley pueden pasar de moda, pero un buen libro, una buena película o una buena canción no pasan de moda se los pueden seguir consumiendo siempre, no se pudren, no se pican como los vinos.  Hay gente que anda muy preocupada por los “ratings” y la tabla de posiciones pero el arte no evoluciona como la ciencia, no depende de un resultado como un partido de tenis que es al mejor de tres sets y donde hay un solo ganador. El arte se acumula como la ropa sobre una silla pero hay quien lo quiero ordenar todo, no se bancan el kilombo, los ríos revueltos. En la literatura argentina hay varias tradiciones pero hay una tendencia a unificar todo y construir un sistema de integraciones y expulsiones, les gusta hacer “castings” y tocarse debajo del escritorio, lo que me parece tremendamente reaccionario.
Esa idea de que “hay mejores y peores” es nefasta, cuando el arte es una simple cuestión de gusto, como la comida o lo colores. El campo cultural argentino a veces se muestra muy “espartano”, quiere sacrificar a los débiles y dejar sólo a los más aptos. Todos tienen derecho a un lugar bajo el sol. Integración social y cultural, muchachos, por favor. Hay que defender el derecho a la expresión artística, es algo maravilloso y sanador. Las estadísticas hay dejárselas a los académicos y a los becarios, que se ganan el pan con eso, honestamente. A mí nunca me gustaron los huevos fritos pero no por eso voy a acusar de pelotudo al que come huevos fritos. Azorín decía  que “un clásico es un autor que no está terminado”. Hace poco descubrí a dos poetas extraordinarios: el argentino Jorge Melazza Muttoni y el uruguayo Liber Falco, publicaron sus libros entre la década del 50 y del 60 y también leo a poetas muy jóvenes que me gustan mucho. En una época hicimos con el poeta Pancho Muñoz una antología de poesía argentina para el portal de la Agencia Télam y nos divertía mucho pasar de un poeta de la época colonial a uno de los cuarenta y de ahí a otro nuevito. Pantaleón Rivarola, fue nuestro primer cronista de guerra en las dos invasiones inglesas de 1806 y 1807, escribió todo en verso con una precisión y una vivacidad extraordinaria y hoy se lo puede leer tranquilamente, no ha envejecido. Viejo es el viento y todavía sopla. El único juez es el tiempo.
Siempre pongo el ejemplo de Neruda e “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena”. Es un panfleto. ¿Y qué problema hay con eso? Neruda necesito expresarse de esa manera en ese momento y chau. No es delito que yo sepa. Antes había escrito Residencia en la Tierra o el Canto General, pero no todo puede medirse con la misma vara….Sólo es comparable lo parecido. Una manzana es diferente a una toronja. Acá siempre andan diciendo “es poesía política pero no cae en el panfleto”, “eso es poesía barrial porque nombra al Parque Chacabuco”, como si el panfleto fuese la lepra o el tifus. Las cosas graves pasan por otro lado, no por la literatura. Muchachos: no hay “poetas mayores” y “poetas menores”. Hay poesía nomás, dejad que toda fluya….
A Gelman, por su militancia política, siempre se lo puso en la cajita de “poeta político”. Un poeta antes de ser poeta es un hombre, y por lo tanto, un ser atravesado por la política. A pesar de que Gelman tiene poemas explícitamente políticos, por lo general entendió la poesía como un lugar de reflexión íntima sobre un montón de cuestiones, filosóficas, del lenguaje, de la existencia. Para mí toda su obra versa sobre “la metafísica de la tribu”. Es una obra arriesgada, sin concesiones, intransigente en cuanto a la especificidad del lenguaje poético. Por eso cada libro era diferente, se cansaba de los trucos e inventaba otros. Veo una diferencia notable entre su prosa periodística y su poesía. Son como dos Gelman. Para Gelman escribir poesía era como entrar a un templo.
Tuve la suerte de conocerlo personalmente. Creo que el año 1988 o 1989 volvió al país y un grupo de poetas jóvenes le dimos la bienvenida en el Teatro San Martín, fue un momento inolvidable. Después a través, de José Luis Mangeri, lo conocimos más. Solíamos encontrarnos en la Casa de la Poesía, que funcionaba en la casa de Evaristo Carriego en Palermo. Alguna vez fue a la casa de algunos de nosotros y escuchaba con atención y cariño nuestro poemas. Le gustaba contar anécdotas de su amigo Raúl González Tuñón. Recuerdo que cuando el equipo de Antropología Forense encontró los restos de su hijo Marcelo fuimos al velorio que se hizo en el Círculo de Prensa. Estuvimos ahí, acompañándolo. Me emociono al recordar esto….Abrazar fuerte a un hombre que era dos inmensos ojos donde parecía caber toda la tristeza y la desolación del mundo.
Por esos años también conocimos a Alberto Szpunberg, a Ricardo Zelarayán, a Leónidas Lamborghini, a Joaquín Gianuzzi, a Juanita Bignozzi. Pienso que mi generación no fue parridica, leíamos con fruición a todos estos poetas, nos gustaba escucharlos, compartir un café, una charla, felices de que la cadena de la poesía argentina no se rompía porque el amor es más fuerte.
Rodolfo Edwards
SÁBADO 18 DE ENERO DE 2014
http://www.agenciapacourondo.com.ar/ 


"Empuñé un arma porque busco la palabra justa"


“Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.


No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso y sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.

Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio 

que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito”.
                                                                                                                                      JUAN GELMAN