jueves, 30 de enero de 2014

¡Gelman, el poeta necesario!


A Gelman, por su militancia política, siempre se lo puso en la cajita de “poeta político”. Un poeta antes de ser poeta es un hombre, y por lo tanto, un ser atravesado por la política. A pesar de que Gelman tiene poemas explícitamente políticos, por lo general entendió la poesía como un lugar de reflexión íntima sobre un montón de cuestiones, filosóficas, del lenguaje, de la existencia. Para mí toda su obra versa sobre “la metafísica de la tribu".
http://www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2012/04/gelman-580x386.jpg
A mi generación, Gelman llegó como llegaron otros poetas como Leónidas Lamborguini, Amelia Biagioni, Paco Urondo, Luis Luchi, Julio Huasi, Roberto Santoro, Ramón Plaza o Juana Bignozzi, por poner sólo algunos ejemplos. Esos nombres y apellidos, yo los rescataba de alguna antología perdida en librerías de viejo. Los libros estaban agotados o quemados en las hogueras de la dictadura. Lo primero que me llamó la atención fue que los poetas que en la década del 80 ocupaban el centro de la escena, tenían un rechazo absoluto a todo lo que oliera a “sesentismo”, “coloquialismo” o “poesía comprometida”.
En aquellos  primeros “ochentas” se empezaron a afianzar poéticas cerradas como el neobarroco, el neorromanticismo y luego el objetivismo. A pesar de su diferencias, todas coincidían en ese odio a la “poetas del 60”, se salvaban muy pocos de esos anatemas.
Como a mí me gusta meter los dedos en el enchufe y andar contra la corriente, empecé a investigar y a leer a esos poetas y, si bien respondían a mandatos de una época marcada por una politización generalizada, había un compromiso con un lenguaje directo y popular, que intentaba llegar a cualquier tipo de lector, y también la recuperación de los poetas del tango, de la canción popular y la exploración atenta de la ciudad, su dinámica, sus habitantes. Recuerdo un título de un libro de José Portogalo: “Poemas con habitantes”. Me gusta eso: los poemas tienen que tener gente adentro. Pero este tipo de consignas “populistas” no suelen ser bien vistas en el campo cultural. “La poesía se hace con la palabras y no con ideas”, escuché decir tantas veces en mesas de café a personas que se decían “progresistas” y “bienpensantes”. El intelectual argentino promedio tiene bastante aversión hacia lo popular, hasta cierto asco, pienso que ahí está el problema básico. Es lo que yo  llamo “el enano Borges que todos llevamos adentro” Cuando a un autor es “legible”, empieza a transformarse en sospechoso y se lo rebaja, se lo difama, se lo degrada, se lo da de baja, se lo cajonea.
Cada época responde a una sensibilidad particular pero no por eso voy a dejar de leer a Rabelais o escuchar a Mozart porque son “viejos”. Con respecto a lo que “se usa” y lo que “no se usa” en poesía me parece que ese pensamiento es más aplicable al mundo de la ropa o a la televisión. Un peinado, el programa de Tinelli o el de Marley pueden pasar de moda, pero un buen libro, una buena película o una buena canción no pasan de moda se los pueden seguir consumiendo siempre, no se pudren, no se pican como los vinos.  Hay gente que anda muy preocupada por los “ratings” y la tabla de posiciones pero el arte no evoluciona como la ciencia, no depende de un resultado como un partido de tenis que es al mejor de tres sets y donde hay un solo ganador. El arte se acumula como la ropa sobre una silla pero hay quien lo quiero ordenar todo, no se bancan el kilombo, los ríos revueltos. En la literatura argentina hay varias tradiciones pero hay una tendencia a unificar todo y construir un sistema de integraciones y expulsiones, les gusta hacer “castings” y tocarse debajo del escritorio, lo que me parece tremendamente reaccionario.
Esa idea de que “hay mejores y peores” es nefasta, cuando el arte es una simple cuestión de gusto, como la comida o lo colores. El campo cultural argentino a veces se muestra muy “espartano”, quiere sacrificar a los débiles y dejar sólo a los más aptos. Todos tienen derecho a un lugar bajo el sol. Integración social y cultural, muchachos, por favor. Hay que defender el derecho a la expresión artística, es algo maravilloso y sanador. Las estadísticas hay dejárselas a los académicos y a los becarios, que se ganan el pan con eso, honestamente. A mí nunca me gustaron los huevos fritos pero no por eso voy a acusar de pelotudo al que come huevos fritos. Azorín decía  que “un clásico es un autor que no está terminado”. Hace poco descubrí a dos poetas extraordinarios: el argentino Jorge Melazza Muttoni y el uruguayo Liber Falco, publicaron sus libros entre la década del 50 y del 60 y también leo a poetas muy jóvenes que me gustan mucho. En una época hicimos con el poeta Pancho Muñoz una antología de poesía argentina para el portal de la Agencia Télam y nos divertía mucho pasar de un poeta de la época colonial a uno de los cuarenta y de ahí a otro nuevito. Pantaleón Rivarola, fue nuestro primer cronista de guerra en las dos invasiones inglesas de 1806 y 1807, escribió todo en verso con una precisión y una vivacidad extraordinaria y hoy se lo puede leer tranquilamente, no ha envejecido. Viejo es el viento y todavía sopla. El único juez es el tiempo.
Siempre pongo el ejemplo de Neruda e “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena”. Es un panfleto. ¿Y qué problema hay con eso? Neruda necesito expresarse de esa manera en ese momento y chau. No es delito que yo sepa. Antes había escrito Residencia en la Tierra o el Canto General, pero no todo puede medirse con la misma vara….Sólo es comparable lo parecido. Una manzana es diferente a una toronja. Acá siempre andan diciendo “es poesía política pero no cae en el panfleto”, “eso es poesía barrial porque nombra al Parque Chacabuco”, como si el panfleto fuese la lepra o el tifus. Las cosas graves pasan por otro lado, no por la literatura. Muchachos: no hay “poetas mayores” y “poetas menores”. Hay poesía nomás, dejad que toda fluya….
A Gelman, por su militancia política, siempre se lo puso en la cajita de “poeta político”. Un poeta antes de ser poeta es un hombre, y por lo tanto, un ser atravesado por la política. A pesar de que Gelman tiene poemas explícitamente políticos, por lo general entendió la poesía como un lugar de reflexión íntima sobre un montón de cuestiones, filosóficas, del lenguaje, de la existencia. Para mí toda su obra versa sobre “la metafísica de la tribu”. Es una obra arriesgada, sin concesiones, intransigente en cuanto a la especificidad del lenguaje poético. Por eso cada libro era diferente, se cansaba de los trucos e inventaba otros. Veo una diferencia notable entre su prosa periodística y su poesía. Son como dos Gelman. Para Gelman escribir poesía era como entrar a un templo.
Tuve la suerte de conocerlo personalmente. Creo que el año 1988 o 1989 volvió al país y un grupo de poetas jóvenes le dimos la bienvenida en el Teatro San Martín, fue un momento inolvidable. Después a través, de José Luis Mangeri, lo conocimos más. Solíamos encontrarnos en la Casa de la Poesía, que funcionaba en la casa de Evaristo Carriego en Palermo. Alguna vez fue a la casa de algunos de nosotros y escuchaba con atención y cariño nuestro poemas. Le gustaba contar anécdotas de su amigo Raúl González Tuñón. Recuerdo que cuando el equipo de Antropología Forense encontró los restos de su hijo Marcelo fuimos al velorio que se hizo en el Círculo de Prensa. Estuvimos ahí, acompañándolo. Me emociono al recordar esto….Abrazar fuerte a un hombre que era dos inmensos ojos donde parecía caber toda la tristeza y la desolación del mundo.
Por esos años también conocimos a Alberto Szpunberg, a Ricardo Zelarayán, a Leónidas Lamborghini, a Joaquín Gianuzzi, a Juanita Bignozzi. Pienso que mi generación no fue parridica, leíamos con fruición a todos estos poetas, nos gustaba escucharlos, compartir un café, una charla, felices de que la cadena de la poesía argentina no se rompía porque el amor es más fuerte.
Rodolfo Edwards
SÁBADO 18 DE ENERO DE 2014
http://www.agenciapacourondo.com.ar/ 


"Empuñé un arma porque busco la palabra justa"


“Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.


No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso y sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.

Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio 

que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito”.
                                                                                                                                      JUAN GELMAN

No hay comentarios:

Publicar un comentario