Arsenio Erico fue uno de los jugadores más importantes de nuestra historia. Así pensaba el paraguayo que hace pocos días hubiera cumplido un siglo de vida.
POR DAMIAN DIDONATO

Hace pocos días, fue el centésimo aniversario del nacimiento de Arsenio Erico, el máximo goleador de la historia del fútbol argentino y el más grande fútbolista paraguayo de todos los tiempos. Fechas como esta sirven como excusa para traer al recuerdo a las glorias del pasado.
No es que sea necesario recurrir a un pretexto para hablar de uno de los hombres que hicieron grande a nuestro juego, sino porque a veces es más fácil rememorar con la ayuda de un disparador. Estos días se ha hablado de la cantidad de goles que marcó, de su campaña con el Rojo, de su sociedad con Sastre y De la Mata y de lo cerca que estuvo de jugar para la Selección Argentina. Todo eso sirve para conocer a un personaje, pero más sirven sus palabras. Por eso decidimos rescatar su pensamiento y lo que algunos otros pensaban de él. Para
contextualizar un poco mejor aquello de “perdimos, pero nos divertimos”.
No es que sea necesario recurrir a un pretexto para hablar de uno de los hombres que hicieron grande a nuestro juego, sino porque a veces es más fácil rememorar con la ayuda de un disparador. Estos días se ha hablado de la cantidad de goles que marcó, de su campaña con el Rojo, de su sociedad con Sastre y De la Mata y de lo cerca que estuvo de jugar para la Selección Argentina. Todo eso sirve para conocer a un personaje, pero más sirven sus palabras. Por eso decidimos rescatar su pensamiento y lo que algunos otros pensaban de él. Para
contextualizar un poco mejor aquello de “perdimos, pero nos divertimos”.

pelota. Vivía prácticamente jugando, ensayando, practicando. Nunca me cansaba de entrenar. Era una especie de enfermo del fútbol, por decirlo así. No existía otra cosa que me gustara más”. Así vivía el juego en su juventud, sin embargo al mismo tiempo expresaba su disgusto por todo lo que es accesorio a lo que sucede dentro de la cancha: “Más que hablar de fútbol, prefiero jugarlo. No solo ahora no me gusta hablar de fútbol, sino siempre. En la historia de toda mi carrera —ya sea con mis compañeros— jamás hablaba de fútbol. De cualquier cosa menos de pelota. Ni siquiera con mi mujer lo hago, a pesar de que ella es hincha fanática de Independiente. Yo siempre le digo a quienes vienen a visitarme: ‘Entren, pero ya saben: nada de hablar de fútbol”.
Erico falleció en 1977, cuando el fútbol ya estaba convertiéndose en una mercancía: “No quiero caer en eso de que todo tiempo pasado fue mejor. Al menos a mí me parece que fue más brillante. En la vida hay cosas buenas y malas que no se pueden explicar así nomás. Por ejemplo, tengo docenas de anécdotas sobre la responsabilidad que significaba en mis tiempos jugar al fútbol. No vivíamos vigilados ni concentrados rigurosamente. Había indisciplinados, igual que siempre, pero de lo que no se dice nada es de los centenares de jugadores que, ganando mucho menos dinero que hoy, nos cuidábamos más sin necesidad de ser encerrados. Yo nunca salí de Merlo, no teníamos como ahora dos automóviles por cada jugador. Viajaba en colectivo hasta Avellaneda y volvía y me encerraba solo a esperar el partido, y nos entrenábamos los martes y jueves, nada más. En la actualidad se entrenan como atletas no como futbolistas. Corren y corren. ¿Están mejor físicamente? ¡No! Si al fútbol no se juega físicamente, se juega corriendo, pero corriendo no se juega… El que juega quiere jugar y nada más. El fundamento del fútbol, lo principal, es el dominio de la pelota, y con ese dominio, la presencia del gambeteador que limpia la cancha. Ahora dicen que gambetear es un defecto”.



Muchos han elogiado a Arsenio Erico. Hinchas, compañeros, rivales, entrenadores, dirigentes. Todos. Pero hay un elogio que vale la pena destacar. El de Alfredo Di Stéfano: “Mi ídolo de pibe fue el máximo goleador del fútbol argentino, Arsenio Erico. Porque era un artista del gol, un acróbata, un bailarín del área, un genio para jugar balones aéreos con la cabeza o con los tacos y, sobre todo, porque metía goles. Yo sólo fui un imitador de Erico”.
*Publicado en www.revistauncanio.com.ar

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