viernes, 3 de octubre de 2014

Diluvio en Yabebyry: mito y realidad

ABC, ASUNCION, 03 DE OCTUBRE DE 2014

Yabebyry, aislada por lluvias

                                   Por Miguel Ángel Rodríguez, corresponsal


El distrito de Yabebyry, distante a unos 32 km
de Ayolas, se encuentra aislado del resto del
departamento de Misiones por las intensas
lluvias registradas en la zona. Según una leyenda,
de acuerdo al relato de "La carcajada" 
de Gilberto Ramírez Santacruz, publicado
en su libro "Relatorios", Yabebyry, ya había 
sufrido otras veces verdaderos diluvios 
y nadie sabe el porqué.



Dos personas caminan sobre la peligrosa ruta. / Miguel Ángel Rodríguez, 
ABC Color

Las aguas cortaron la ruta principal de ingreso a la ciudad. Otro camino que conduce a Yabebyry con el distrito de San Ignacio, a 65 kilómetros, hace que la comunidad también esté aislada por el mal estado del trayecto y el lento avance en las obras de empedrado que se está realizando.

En las imágenes se pueden constatar los peligros por los que atraviesan quienes se arriesgan a transitar por la ruta de tierra, llena de agua.




La carcajada

Estaban por venir las aguas; 
señor incestuoso oró, cantó, danzó; 
ya vinieron las aguas, sin que el señor 
incestuoso hubiera alcanzado la perfección. 

Creencia mbya 

En Yabebyry hasta hoy recuerdan a Noé Buenaventura sobre todo cuando llueve y crece el Paraná. Había llegado al pueblo una siesta de más calor, sin despertar curiosidad en nadie. Se aprovisionó en un almacén, como para ir a una guerra, llevando comidas enlatadas y varias herramientas de carpintería. Le comentó al almacenero que se instalaría en Yvypuâ, único cerro de la zona ubicado a pocos kilómetros del río Paraná, y que volvería periódicamente para aprovisionarse, canjeando pieles salvajes por alimentos y otras necesidades. 
Le dijo al almacenero que se llamaba Buenaventura, sin que le haya preguntado, y que vino con la misión de salvar al pueblo de la Gran Lluvia que vendría, inexorablemente, a lavar las suciedades del mal. El dueño de la tienda se presentó como Nazario Reyes y prefirió referirse a la posibilidad de comprarle pieles, dejando de lado su desconcertante misión. Optó por pensar que si el forastero supiera que Yabebyry estaba sufriendo la sequía más larga y cruel de su historia, perdiendo por esa causa todos los productos de su agricultura y algunas cabezas de su ganadería. Reyes se mantuvo prudente y Buenaventura partió al cerro, cargado como una mula con bolsas y bolsas. 
El pueblo parecía no haberse enterado de que un extraño iba cruzando camino a Ybypuâ y que pronto sería el comentario infaltable de todos. Cuando se encontró delante de la iglesia, bajó sus pesados bultos, se persignó y juramentó algo referido a la Gran Lluvia que mencionara al almacenero. Siguió caminando con el sol a plomo y se detuvo delante de la comisaría, a pocos metros del centinela. Echó maldiciones a diestra y siniestra contra el gobierno: que no da de comer al hambriento y de beber al sediento, pero el soldadito creyó que se trataba de un borracho o loco más que pasaba por Yabebyry. Muy pronto ya estaba en la plaza mayor, rodeado de unos carreteros que hacían su siesta en la sombra de los frondosos cipreses, después de haber colocado sus frutos en manos de los acopiadores, explicando su misión e invitando a prepararse para cuando llegue el momento de zarpar. 
La gente que, sin querer le escuchó, no pudo entender nada, no sabía si hablaba en serio o deliraba sencillamente en voz alta, después de unos tragos o por el efecto del calor infernal que azotaba enero. Pero Buenaventura dejó a su paso una polvareda de chimentos. Alguien echó a rodar que pasó por Yabebyry, mientras todos dormían su sagrada siesta, el anunciador de las lluvias y que habló con muchas personas que podrían atestiguar. Al rato ya estaban interrogando a Nazario Reyes y a los carreteros que ya marchaban a sus respectivas chacras. Quedaron un poco desanimados al saber que sólo había hablado de una gran lluvia que inundaría todo el pueblo, para limpiar todos los pecados y no para regar, precisamente. 
Cuando la gente se estaba olvidando de Buenaventura, bajó del cerro con bolsas llenas de pieles de lagartos, venados y onzas, y las canjeó con Nazario Reyes por comestibles y una larga lista de materiales para construir una suerte de balsa o barco pequeño, según explicó detalladamente en el almacén de ramos generales. Reyes siguió aumentando -113- su sospecha de que Buenaventura estaba totalmente fuera de sus cabales, aunque en ningún momento dejó de ser coherente con lo dicho y lo comprado para el descabellado proyecto. 
Pasó un tiempo y ya se comentaba en el pueblo que un viejo barbudo, aparentemente loco, vivía en la punta de Yvypuâ y que construía algo raro de madera. Grande como una casa pero sin tener forma definida todavía. El maderamen utilizado contrastaba con el precario rancho de empalizadas y hojas de palma. Buenaventura de sol a sol talaba árboles y labraba para convertirlos en tirantes y tablones. Solamente interrumpía su labor a la hora que debía revisar sus trampas, para retirar sus presas que le proveían de carne para secar y pieles para el trueque. 
En Yabebyry caía una hoja y se convertía en la novedad del día, la figura de Buenaventura trastocó totalmente la normalidad y la modorra pueblerina. Sus casas coloniales, con alargadas galerías, se vieron pobladas de comadres y amigos conversando sin parar sobre la amenaza de la Gran Lluvia de Buenaventura. Para más miedo y confusión, «el loco de Yvypuâ» se pasaba los días construyendo apuradamente un barco para salvarse y también para los que se preparen espiritualmente, según prometió. La gente ensayó apodarlo de muchas formas: «el viejo del fin del mundo», «el marinero loco», «el fantasma del cerro», entre otras; pero el cura del pueblo, después de visitarlo y tratar de persuadirlo de que dejara el cerro y la construcción de la balsa, lo apodó «Noé» y desde entonces se lo conoce como Noé Buenaventura, una versión propia de aquel legendario personaje de la Biblia. 
El rancho de Noé Buenaventura se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación para los curiosos y burlones. Bajaban casi todos riéndose de la ocurrencia e ingenuidad de Buenaventura. Él seguía lentamente construyendo su barco y parecía estar cada vez más seguro de que podría salvarse de la Gran Lluvia. En pocos días más, vino la tan esperada lluvia y se cortó la sequía que tanto le preocupaba a la gente y hacía que le prestaran más atención a Buenaventura. Volvió el optimismo en Yabebyry y los sembradíos recuperaron su verdor. Los -114- agricultores nuevamente retomaron su azada y plantaron confiados en el futuro, a pesar del negro augurio anunciado para el pueblo por el «loco de Yvypuâ». 
Cuando bajaba al pueblo Buenaventura caminaba apurado hacia la tienda de Reyes, permutaba sus pieles y retiraba a cambio clavos de distintas pulgadas, piolas de varios grosores, alambres y algo para comer. Salía del almacén tan repleto de cosas, ¡como para no llamar la atención!, y comenzaba a hablar con el primero que se le cruzaba. Se santiguaba al pasar por la iglesia, sin atinar nunca a entrar, maldecía siempre al gobierno como responsable de todos los males al detenerse frente a la comisaría y sermoneaba en la plaza amenazando con la Gran Lluvia, la gente se reía y cada vez le prestaba menos atención. Con el tiempo, la figura de Noé Buenaventura pasó a formar parte de Yabebyry, ya sea caminando por sus calles o instalado en la altura de Yvypuâ. 
Pasaron los años y la gente dejó de ir al cerro, perdió interés al no producirse nada raro en el pueblo y la lluvia caía regular y mansamente. Yabebyry entretenido en la lucha política, orquestada por el gobierno central y no dejando organizarse ni mínimamente a la oposición. Un sinfín de delaciones y apresamientos injustificados, remoción de autoridades y campañas electorales a muerte. Mientras, Noé Buenaventura ultimaba los detalles de su rudimentario barco, ampliando un sector para los animales que integrarían el salvataje. 
Habían pasado más de veinte años de la llegada a Yabebyry de Buenaventura y más de cinco, de haber terminado el barco. Nadie sabía nada más de él y, últimamente las veces que bajaba al pueblo había dejado de predicar sobre la lluvia, ya que sólo era motivo de risas para todo el mundo. Parecía que él mismo había perdido el habla de vivir tan solo y alejado de la gente. Le habían crecido unas largas y canosas barba y melena. Su aspecto había envejecido mucho más de lo que podía tener en edad. La mayoría de los que fueron a compadecerle en Ybypuâ ya murieron y otros tanto de los que no, también. 
Hasta que llegó un tiempo que empezó a crecer el río, debido a la intensa lluvia en su naciente, y sin llover siquiera. Crecía de una forma no vista nunca, pronto comenzó a desbordarse y cubrir los alrededores. Para empeorar, también empezó a llover en Yabebyry y no paró hasta llegar al cerro donde aguardaba Noé Buenaventura, desde hacía muchos años con su barco. Y botó su embarcación, cargada de muchos animales y él al timón. Dirigió su barco a Yabebyry y encontró al pueblo prácticamente hundido, mucha gente sobre el techo esperando la muerte, sin ninguna esperanza de salvación. Noé Buenaventura se acercó al tejado de Nazario Reyes y le alzó con su familia. Navegó siguiendo el mismo itinerario que hacía antes al salir del almacén. Al pasar por la iglesia que se veía solamente el campanario y la santa cruz, se santiguó y comenzó a reírse a carcajada en la cara de cada uno de los que le pedían socorro para subir al barco. Solamente recogió a los niños y los animalitos domésticos. Al pedido de auxilio del comisario que estaba sobre el techo dando órdenes, al intendente que seguía prometiendo oro y moro sobre la torre del Palacete Municipal, como si estuviera en plena campaña electoral y el cura rezando al compás de un redoble fúnebre en el campanario, Noé Buenaventura respondió con una interminable carcajada su venganza y felicidad, antes de orientar su destartalada embarcación hacia el caudal del río. 
Junio,1990

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