De cuando Platón y Aristóteles
se cruzaron una mañana en Tatakuá*

Mientras íbamos aristotélica y peripatéticamente
deshojando los recuerdos con mi amigo cuando apareció de pronto Merardo Maidana, se
interrogaron un poco extrañados al principio, al reencontrarse mucho tiempo después, pero luego se fundieron en un
fraternal abrazo para borrar el tiempo ido. Al parecer, mi amigo muy pronto notó que Maidana resultaba un tanto altanero y envalentonado al parecer, hasta se mostraba despreciativo con su mirada y muy peyorativo en su modo de hablar al referirse al "valle" que los vio nacer o pueblo de origen, ya que el diálogo se deslizó con vertiginosa porosidad y tuvo un final abrupto con fricciones dialécticas propias de los sofistas presocráticos pero filosóficamente inescrutable.

— ¡Qué bien descripta y materializada su casa para su identificación! ¿Pero, entonces, compañero, si mal no entiendo, si su casa es la única constituida y construida de material y, por consiguiente, las otras casas de nuestro pueblo son todas
inmateriales? – contestó muy molesto interrogando y como
distraído, pero tajante mi amigo Catalino Bordón, al tiempo de despedirse bruscamente y dejar flotando en el ambiente
tatakueño la pregunta con reminiscencia platónica y cierto dejo aristotélico.
Enero,
2010.-
*Cuento extraído del libro inédito "Espiridión y el arte de la manipulación", de Giblerto Ramírez Santacruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario