En memoria y aniversario de Emiliano R. Fernández,
poeta.
Tráiganle azahar del monte
al cantor que se nos fue,
una flor del horizonte,
ramas de niñoazoté.
Que todo a su lado esté.
Que todo a su lado esté:
lo que alimentó al soñar,
su esperanza y su querer,
el verdeolivo de ayer,
la guitarra y el cantar.
La guitarra y el cantar
le den lo que no le dio
la vida en su batallar.
No sienta lo que sintió
la bala que lo alcanzó.
La bala que lo alcanzó,
no disparada al azar,
enturbió en su corazón
la fuente de su cantar.
Fue una bala militar.
Fue una bala militar
la que le quitó la vida,
negra en herir y matar;
bala fiera y forajida
en sombra de noche herida.
En sombra de noche herida
mano alevosa lo hirió
y a su sangre conmovida,
del pecho a la frente alzó
la luna que lo bañó.
La luna que lo bañó
hoy nos pudiera contar
cuánto amó, cuánto soñó,
cuánto fue su caminar.
¡Que fue tan largo su andar!
Que fue tan largo su andar,
nos lo dirán las centellas
que encendió en su trajinar
por el amor, por las huellas
del cendal de las estrellas.
Del cendal de las estrellas
que hablarán de su alegría,
pesadumbres y querellas,
y de la melancolía
que en el pecho le crecía.
En el pecho le crecía
claror de luna menguante,
un andar de vía en vía,
noche a noche y día a día,
con alma de caminante.
Con alma de caminante
partió como a descansar
hacia la muerte, en instante
triste de su caminar.
Partió en una nube errante.
Y nos dejó su cantar.
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