jueves, 29 de junio de 2017

La verdad de Perogrullo y la mentira de Perurimá

La verdad de Perogrullo

y la mentira de Perurimá*


América fue conquistada por la avaricia del oro, la plata y las especies portando tres filosas armas, la espada, la cruz y la lengua. La espada siempre se observó en las manos de Colón y sus soldados blandiendo contra indefensos nativos. A la cruz portaban trogloditas espirituales abocados a tragar almas primitivas para el cielo cristiano y acompañaba bendiciendo toda acción piadosa e impiadosa. Y a la lengua se la conoció de sur a norte y este y oeste, cuyo estandarte más memorable recorrió todo el continente en la verba de Perurimá, en guaraní, y Pedro Rimales o Pedro Urdemales, en español, Pedro Malasartes, en portugués, y en otros nombres popularizados como americanizados heterónimos.
En realidad, eran todos pícaros pero el artífice de la verdadera conquista fue el último, no fueron los Reyes Católicos y sus argonautas en busca del “país del birú ni pirú o del Paitití(Sierra del Plata)”, Ciudad Resplandeciente o El Dorado (Mba’e Vera Guasu), ni los más abnegados cristianos y jesuitas en sus misiones fundadoras de paraísos terrenales (Yvy marâ’y) sino el pillo de Urdemales, colado de polizonte en las carabelas, llegó a tierra americana y arrasó con su baba poderosa toda señal de resistencia que ostentaba la palabra sagrada de los originarios.
Los más audaces fabuladores hablan de que Urdimales integraba el selecto grupo de colectores de oro y plata entre los conquistadores en el Perú, incluso fue de él la idea de embaucar al emperador inca Atahualpa y quitarle toda su riqueza en falso rescate y por ingenuo antes de asesinarlo. Hablan también de que la ciudad de Lima y el río Rimac del Perú le deben su nombre a su fama de incomparable pícaro y apocopada gracia de Perú Rimá, derivado de Pero Urdimales.
Luego de acabar Perurimá con los tontos e ingenuos del Perú, oyó hablar de una república insólita llamada Guairá, con su población venida del Brasil por asedio constante de los malocas o bandeirantes esclavistas de Sao Paulo, era un lugar dónde todo funcionaba al revés y que todos habían perdido su capacidad de asombro, entonces juntó a un grupo de paisanos con ciertos recursos monetarios y los convenció para venir a invertir lo recaudado en tan mentada nación guaireña. Sólo tenía que mudar de nombre según acostumbraba al llegar a cada pueblo y lugar y exigían las circunstancias para ganar confianza.
Pronto en Paraguay, Perúrimá fundó un caserío llamado Isla Perú, en un potrero de la compañía de Santa Clara que luego se llamaría Iturbe, luego otra que la bautizó como Ticumperú o La Nueva Picardía que pasaría a la postre denominarse Yegros, y una pintoresca ciudadela en honor a su propio prestigio y el de su contingencia atraída por la rara república, con el nombre de Perulero, geográficamente ubicada en las afueras de Villarrica, capital del Guairá, levantada al pie del cerro Ybytyrusu y sobre un riacho homónimo que corretea la región entre otros arroyuelos de llamativos nombres como Guarapo, Caundy, Bola Cuá, Bobo, Mita’i y Orory.
Una vez que había llegado y se ha rebautizado con el nombre de Perúrimá, comenzó a envolver con su lengua a todos los que tenía a su alrededor y dejó para siempre impregnado el modo de ser rufianesco, imaginero y sabio al mismo tiempo en el ser sui géneris del guaireño.
No dejó un pueblo a salvo donde no haya hecho su fechoría, sin haber cortado con la lengua un retazo de su embuste e imbatible engaño. No pasó en vano por el Paraguay, se dice que dejó también a un hijo llamado Pychâi, que no conoció a su padre pero siguió la tradición de buscavidas como embustero por las campiñas paraguayas y que a su vez tuvo a su propio hijo, conocido como Pychâichî entre los vulgos y que mataba el hambre conchabándose de criado o mandadero en casa de familia, pero también honró a su ancestro Perurimá en su condición de rascayuyos, sobreviviendo al ayuno obligado y a la escasa ración a costa de los ingenuos, crédulos y los poco precavidos habitantes del mentado terruño.
Lamentablemente, Tatakua no fue la excepción, sufrió una sola vez la hazaña embaucadora de Perurimá y su hermano Zonsorimá, “de cuando se transformó en burro por castigo divino” dice la leyenda, pero suficiente para no olvidarla nunca y precaverse luego de los otros pícaros herederos que continuaron por todos los pueblos con el negocio de proveerse de lo ajeno, relatando irresistibles cuentos y provocando delirantes casos.
Sin embargo, la batalla dialéctica exigió a la lengua de la conquista su espada más brillante, para lucirla tanto en la verdad de Perogrullo como en la mentira de Perurimá, cara y ceca de la misma moneda que trocaría su miseria en todo el oro y la plata de América en un abrir y cerrar de ojos, lucrando una y otra vez sin parar sobre la sagrada palabra de los nativos y burlando su hospitalidad, desde la llegada de Colón hasta hoy día, al pagarles con los despreciados y despreciables espejuelos de colores.
Enero, 2003.

*Relato extraído del libro "Espiridión y el arte de la manipulación", de G.R.S., editado por FAUSTO EDICIONES, en junio de 2017, y presentado en la última Feria Internacional del Libro 2017, Asunción, Paraguay.

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