miércoles, 10 de febrero de 2016

¡Perurimá y la ansiedad del capitalista!

De cuando Perurimá vendió
su lechuza como loro*
Pe gua'i ha pe gua'a
akóiva ikû jere porâ.
(El guaireño como el loro
suelen ser de pico de oro.)
Refrán popular

Ocurrió que un día Perurimá andaba más necesitado que nunca, ya había mal vendido todos sus enseres y utensilios para sobrevivir a su crónica miseria. Sólo le había quedado una vieja lechuza que, después de cazar algunas lauchas de albañal por la noche, dormía exhausta durante el día sobre su letrina. Pero como buen pícaro que era Perú y protocapitalista, digno representante de la antigua picardía que constituye el antecedente más lejano del capitalismo propiamente dicho, a la hora de sacar provecho y hacer negocios con su alquimia y embuste todo lo convertía en oro y plata.
De pronto escucha un pregón que rompía el silencio de la siesta pueblerina: “compro loro hablador”, “compro loro hablador”, pasaba vociferando el comprador, especificando que no aceptaba de cualquier especie sino el loro proclive al habla y que goce de buena salud.
Una chispa en el cerebro le estalló a Perú y salió al paso del hombre que arrastraba una jaula con ruedas donde iba juntando los loros.
Pase a la vuelta, tengo un buen loro hablador para vender dijo el pícaro ruin e indicó con señas que su papagayo andaba entre los naranjos del patio y lo prepararía en un rato para entregar.
¿Seguro está Ud. que habla su loro?. Porque sólo quiero loro hablador, porque hay muchas otras especies como el “tû'i” o cotorro, el “maracaná”, el “gua’a”, el “arapacha”, el “arará” o guacamayo y el papagayo común que son todos muy parecidos unos a otros, pero sólo alborotan, graznan y gritan sin hablar nunca advirtió el comprador.
El mío se llama luego “Pico de oro” por lo bien que habla, además, usted sabe, a buen entendedor poca palabra contestó Perurimá y cerró trato en el momento, dando por concluida la negociación.
Como no, pasaré en cuestión de una hora contestó el hombre que ya llevaba en su jaulón varios ejemplares de cotorros adquiridos.
Perurimá sorprendió a la lechuza en su sueño más profundo y se agenció para teñirla de un intenso verde, con algunas plumas pintadas de rojo y amarillo, otros plumones, de blanco, y lustró su pico con aceite. Para asemejar más al loro, le recortó las pestañas y desaliñó un poco las patas y pezuñas que en un loro son feas sin comparación.
Pasada la hora, volvió el hombre y adquirió de gusto a Perú su mentado loro hablador que pronto se confundió con los otros que embarullaban en la jaula. Contento el comprador se marchó pero más contento quedó Perú con el dinero que le salvó el día, demostrando como siempre que todo puede ser negocio siempre que no se pille el embuste, porque sino no es negocio, sólo robo. De ahí que el ilustre pensador y genial escritor Rafael Barrett tenía mucha razón al escribir: “El ladrón es un capitalista ansioso.”
El asunto de este negocio terminó de la mejor manera para Perú, un itoso energúmeno que ha hecho escuela e imitado por siglos en el Paraguay, cuando otro día volvió el comprador al pueblo y pregonaba otra vez: “compro loro hablador”, “compro loro hablador”.
Pasaba el hombre frente a la casucha de Perurimá y pareció que nada extraño tenía contra él, por lo visto no se había dado cuenta del engaño sufrido, no conforme con la estafa el pícaro muy suelto de cuerpo lo interrogó, a sabiendas siempre de que nada tiene para perder pero todo por ganar en cualquier ocasión:
Que tal mi amigo, cómo resultó el loro que le vendí, ya habla bien? preguntó muy sonriente Perú y audaz para recibir cualquier respuesta, sin posibilidad alguna de que le afecte nada por su acostumbrada insolencia e insolvencia.
Aún no habla, pero se le nota en la mirada que presta mucha atención en el aprendizaje...! contestó el comprador de loros sin percatarse de la chanza y engañifa de que fue objeto por el inefable Perurimá.
Octubre, 2005.

*Relato extraído del libro inédito "Espiridión y el arte de la manipulación", de Gilberto Ramírez Santacruz, con ilustración de "El vendedor de loros", óleo de Rufino Cardozo.

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