Los galleros de Poncho Korá*
“¡Oh Critón! Le debo un gallo a Esculapio,
paga mi deuda y no la olvides.”
Sócrates, en su último deseo
al discípulo antes de beber la cicuta.
Platón
(Extracto de su
obra Fedón)
El gallo fue un animal mitológico para la
antigüedad y un personaje bíblico para la cristiandad, desde siempre ha
despertado adoración como temor por marcar la hora de la traición. Y en la riña
de gallos de Poncho Korá no se sabía nunca al final, verdaderamente, quien
ganaba y quien perdía, porque a menudo el que ganaba llevaba la peor
parte y el que perdía, terminaba imponiéndose.
Después de la ardua tarea semanal, de
ida y vuelta a los cerros más farragosos y fatigosos, cada fin de semana
los trabajadores y carreros reponían fuerza practicando los juegos
más habituales del pueblo. Una vez depositados los rollos de madera
alrededor de la Estación de Tatakua y soltados los bueyes para apacentar en el
campo comunal, mientras los arrieros se dirigían a su posada para
descansar, cenar y despuntar algunos vicios, como tomar caña, jugar a las
barajas y así hasta llegar al día señalado para armar de nuevo
el "poncho korá" o reñidero de gallos en Los Taleros, un
lugar en las afueras de Tatakua donde se aserraban parte de los durmientes
y tablones antes de cargar en los vagones del tren.
Entonces, era habitual la pelea de
gallos los domingos, después de la segunda misa de las 10, los
arrieros y carreros se reunían e improvisaban un reñidero formando con sus
ponchos un redondel (Korá), llegaban cada uno con su gallo bajo el brazo y
se largaba el grito del desafío de las apuestas y comenzaba a
correr el aguardiente, la caña blanca de pico a pico y garganta a
garganta. Algunos curiosos que pasaban por el lugar a menudo se acercaban
al ruedo atraídos por el griterío y el ambiente festivo que reinaba, a pesar de
que los participantes parecían poco amigables y no hacían ningún esfuerzo
para disimular que andaban bien armados y decididos a todo, ya que
portaban ostentosos revólveres y puñales de doble filo y cabo de colores.
La fama de Poncho Korá fue ganando adeptos y
aficionados cada vez más entre la gente más respetable del pueblo,
principalmente por la cantidad de dinero que apostaban los galleros y
cualquiera podía, con un golpe de suerte, convertirse en rico en un solo
domingo al acertar y dar con el gallo ganador. Fue así que un domingo
primaveral, en una jornada de las más concurridas, apareció el
alcahuete comisario de Tatakua, cuyo nombre nadie quiere recordar en el
pueblo pero sí su marcante "Mbarakaja hû"(gato negro) que bien
remite a su carácter cobarde y traicionero, por acusar a cualquiera de contrera
del dictador Tembelo y aplicarle "la constitución" del
"tejuruguái" o látigo trenzado con alambre, que vino como era
habitual para cobrar por el permiso que otorgaba la alcaldía para el
juego, pero esta vez se apareció con la pretensión de participar como dueño
también de un gallo pintoresco y chusco que dijo llamarse "Copetudo",
por tener el animal la cresta poco recortada y muy caída hacia un costado de la
cabeza, que lo acercó y exhibió uno de los cuatro soldados que
le acompañaban bien armados.
Al principio, todos quedaron
descolocados, por la presencia inaudita del comisario como reñidor y dispuesto
en la palestra, a él se le esperaba siempre como cobrador y era temido y
conocido más por su condición de malechor que de autoridad, pero se
vieron intimidados como forzados los organizadores y lo aceptaron a
regañadientes como participante, y presentaron de inmediato a su gallo un
contrario bien parado y conocido como "Pericón", cuyo estilo de
pelea representaba a un bailarín y parecía danzar en la riña al
lanzar sus estocadas, un gallo popular
que contaba con muchos seguidores en Poncho Korá. Luego comenzaron las
tratativas con un depósito inicial y luego fue subiendo la apuesta hasta
llegar a una cifra nunca vista ni oída en aquel reñidero, que se jactaba hasta
entonces, a lo mejor para propagandear y fanfarronear un poco los
fanáticos de las riñas, de juntar tanto dinero comparable a los que
tenían la propia administración forestal de los Fasardi como sus mensúes y
capangas de los extensos dominios forestales o "Infierno verde".
Aunque la presencia del comisario produjo un
alboroto en el público, parecido a lo que produce una comadreja en el
gallinero, murmuraba cosas ininteligibles pero preocupantes, parecían
estar todos nerviosos e inquietados al mismo tiempo. Para inspirar algo de autoridad
y respeto, propusieron como árbitro a Galo Valentín, un caudillo respetado del
lugar y de armas tomar en caso necesario, creían que era el único que podía
sopesar el carácter sobrador del comisario. El juez elegido llamó a los dueños
de gallos y estableció claramente el reglamento, para evitar cualquier
controversia y que en el resultado del juego no podrá pesar la autoridad
del comisario ni la fama de matador del gallo Pericón, que hasta el momento no
había sufrido ninguna derrota pero muchos tirados en la arena.
Al levantar la mano el juez produjo un
silencio aterrador, luego bajó la mano y se largó la pelea más inesperada de
Poncho Korá. Copetudo exhibió su elegancia y saltó aleteando sin lograr
con sus espuelas el objetivo del cuerpo de Pericón, que avanzaba y retrocedía
con estilo de espadachín. Al empezar la riña, éste parecía más moderado y
estudiaba a su contrincante en medio de sus imparables ataques, esperaba en un
descuido asestarle en cualquier momento su fatal espolón. Así pasó casi 30 minutos
y parecían los dos candidatos estar ya muy cansados y que podían ganar cualquiera en el menor descuido. El
público alentaba a Pericón en cada salto que pegaba y erraba una y otra vez el
esquivo Copetudo, que resultó mejor de lo esperado al resistir los embates de
Pericón. "Pericón, Pericón, será siempre campeón", canturreaban una
de las barras del querido gallito danzarín.
Cuando la pelea iba terminando
más por cansancio que por los efectos de los punzones y las estocadas, Pericón
saltó para atrás para defenderse de un ataque furibundo y al volver sobre
su paso, enzoquetó uno de sus míticos espolones en la axila izquierda de
Copetudo, inmediatamente, éste cayó boca arriba y quedó pedaleando en el aire.
Pataleó por un instante, luego de acusar la punzada quedó ensangretado y
moribundo, hasta terminar tirado y duro en el piso. Por su lado, Pericón no
parecía estar mucho más vivo que su rival por el cansancio extremo y
agotamiento feroz que se le notaba, al permanecer echado y temblequeando
en un rincón del arenero, pero nadie dudaba que era el aventajado y justo
ganador.
El juez levantó otra vez la mano
y pidió silencio al público, se dispuso con mucho nerviosismo a dar su
veredicto. Llamó la atención de todos y cuando iba a pronunciar el nombre del
ganador, el comisario descerrajó su revólver calibre 44, sorprendiendo a todos
al poner en la sien del juez Valentín y le ordenó, con su vozarrón aguardentoso
y temerario, que diera el resultado que él .
—¡…y ganó el muerto…! — dijo el juez
para salvar su propio pellejo y el comisario tomó a la fuerza todas las
apuestas, recogió del suelo muerto a Copetudo y abandonó Poncho Korá espantado
y con su gallo bajo el brazo, resguardado fuertemente por su séquito de
soldados que apuntaban al público con su fusil para que no les siguieran, y,
sobre todo, aceptaran una vez más con resignación la canallada o el veredicto
impuesto, por el mentado y maldito rufián de Tatakuá que fungía de comisario,
cuyo nombre “Mbarakaja hû” quedó asociado al desprecio y la repulsa de todos.
Febrero, 1990-
*Cuento inédito del libro Los colgados y otros cuentos pendientes,de G.R.S.
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