La
verdad de Perogrullo
y
la mentira de Perurimá*
América
fue conquistada por la avaricia del oro, la plata y las especies
portando tres filosas armas, la espada, la cruz y la lengua. La
espada siempre se observó en las manos de Colón y sus soldados
blandiendo contra indefensos nativos. A la cruz portaban trogloditas
espirituales abocados a tragar almas primitivas para el cielo
cristiano y acompañaba bendiciendo toda acción piadosa e
impiadosa. Y a la lengua se la conoció de sur a norte y este y
oeste, cuyo estandarte más memorable recorrió todo el continente en
la verba de Perurimá, en guaraní, y Pedro Rimales o Pedro
Urdemales, en español, Pedro Malasartes, en portugués, y en otros
nombres popularizados como americanizados heterónimos.
En
realidad, eran todos pícaros pero el artífice de la verdadera
conquista fue el último, no fueron los Reyes Católicos y sus
argonautas en busca del “país del birú ni pirú o del
Paitití(Sierra del Plata)”, Ciudad Resplandeciente o El Dorado
(Mba’e
Vera Guasu),
ni los más abnegados cristianos y jesuitas en sus misiones
fundadoras de paraísos terrenales (Yvy
marâ’y)
sino el pillo de Urdemales, colado de polizonte en las carabelas,
llegó a tierra americana y arrasó con su baba poderosa toda señal
de resistencia que ostentaba la palabra sagrada de los originarios.
Los
más audaces fabuladores hablan de que Urdimales integraba el selecto
grupo de colectores de oro y plata entre los conquistadores en el Perú,
incluso fue de él la idea de embaucar al emperador inca Atahualpa y
quitarle toda su riqueza en falso rescate y por ingenuo antes de asesinarlo. Hablan
también de que la ciudad de Lima y el río Rimac del Perú le deben
su nombre a su fama de incomparable pícaro y apocopada gracia de
Perú Rimá, derivado de Pero Urdimales.
Luego
de acabar Perurimá con los tontos e ingenuos del Perú, oyó hablar
de una república insólita llamada Guairá, con su población venida
del Brasil por asedio constante de los malocas o bandeirantes esclavistas de
Sao Paulo, era un lugar dónde todo funcionaba al revés y que todos
habían perdido su capacidad de asombro, entonces juntó a un grupo de
paisanos con ciertos recursos monetarios y los convenció para venir
a invertir lo recaudado en tan mentada nación guaireña. Sólo tenía
que mudar de nombre según acostumbraba al llegar a cada pueblo y
lugar y exigían las circunstancias para ganar confianza.
Pronto
en Paraguay, Perúrimá fundó un caserío llamado Isla Perú, en un
potrero de la compañía de Santa Clara que luego se llamaría
Iturbe, luego otra que la bautizó como Ticumperú o La Nueva
Picardía que pasaría a la postre denominarse Yegros, y una
pintoresca ciudadela en honor a su propio prestigio y el de su
contingencia atraída por la rara república, con el nombre de
Perulero, geográficamente ubicada en las afueras de Villarrica,
capital del Guairá, levantada al pie del cerro Ybytyrusu y sobre un
riacho homónimo que corretea la región entre otros arroyuelos de
llamativos nombres como Guarapo, Caundy, Bola Cuá, Bobo, Mita’i y
Orory.
Una
vez que había llegado y se ha rebautizado con el nombre de Perúrimá,
comenzó a envolver con su lengua a todos los que tenía a su
alrededor y dejó para siempre impregnado el modo de ser rufianesco,
imaginero y sabio al mismo tiempo en el ser sui géneris del
guaireño.
No
dejó un pueblo a salvo donde no haya hecho su fechoría, sin haber
cortado con la lengua un retazo de su embuste e imbatible engaño. No
pasó en vano por el Paraguay, se dice que dejó también a un hijo
llamado Pychâi, que no conoció a su padre pero siguió la
tradición de buscavidas como embustero por las campiñas paraguayas
y que a su vez tuvo a su propio hijo, conocido como Pychâichî
entre los vulgos y que mataba el hambre conchabándose de criado o
mandadero en casa de familia, pero también honró a su ancestro
Perurimá en su condición de rascayuyos, sobreviviendo al ayuno
obligado y a la escasa ración a costa de los ingenuos, crédulos y
los poco precavidos habitantes del mentado terruño.
Lamentablemente,
Tatakua no fue la excepción, sufrió una sola vez la hazaña
embaucadora de Perurimá y su hermano Zonsorimá, “de cuando se
transformó en burro por castigo divino” dice la leyenda, pero suficiente para no
olvidarla nunca y precaverse luego de los otros pícaros herederos
que continuaron por todos los pueblos con el negocio de proveerse de
lo ajeno, relatando irresistibles cuentos y provocando delirantes
casos.
Sin
embargo, la batalla dialéctica exigió a la lengua de la conquista
su espada más brillante, para lucirla tanto en la verdad de
Perogrullo como en la mentira de Perurimá, cara y ceca de la misma
moneda que trocaría su miseria en todo el oro y la plata de América
en un abrir y cerrar de ojos, lucrando una y otra vez sin parar
sobre la sagrada palabra de los nativos y burlando su hospitalidad,
desde la llegada de Colón hasta hoy día, al pagarles con los
despreciados y despreciables espejuelos de colores.
Enero, 2003.
*Relato extraído del libro "Espiridión y el arte de la manipulación", de G.R.S., editado por FAUSTO EDICIONES, en junio de 2017, y presentado en la última Feria Internacional del Libro 2017, Asunción, Paraguay.
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