El día que los niños dejaron de jugar*
“ Niño, deja ya de joder con la
pelota;
que eso no se
dice, que eso no se hace,
que eso no se
toca.”
Joan
Manuel Serrat
—¿Quiénes son los que nos tiran
tantas bombas? –preguntó Sadeq a su padre Ismail, militar a cargo de la defensa
de Bagdad durante la Guerra del Golfo..
— Son los infieles de Occidente
–contestó sin parpadear y rumió con odio la respuesta.
— ¿Por qué matan tanta gente e
incendian la ciudad? –inquirió el niño con ingenuidad.
— Porque amamos
a Alá –respondió con énfasis y despejó toda duda de su hijo.
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— ¿Por qué no
debo juntarme con Yamil? –interrogó Yael al dejar el juego con el vecinito y
acudió al llamado de su padre.
— Porque no hay
que juntarse con los palestinos –argumentó sin vueltas Simón, director de un
colegio religioso de Jerusalem.
— Pero Muhama es mi amigo –protestó el niño al
tiempo que obedecía a su padre.
— Todos parecen amigos hasta que nos
ponen la bomba –añadió con ferocidad el ortodoxo.
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—¿Por qué vivir con la Jihad
permanentemente?–se iba preguntando en voz alta el niño Hamid en Teherán,
camino a la Mezquita y de mano de su hermano mayor.
— Porque manda Alá, es la única forma de repeler a los satánicos que nos quieren someter –disipó la duda el adolescente al hermanito.
—Entonces, seguirán matándonos quién sabe hasta cuándo –agregó el niño apesadumbrado.
— Los islámicos solamente debemos sumisión a Alá, el Misericordioso, a nadie más –concluyó categórico mientras se descalzaba las sandalias en el umbral del templo.
— Porque manda Alá, es la única forma de repeler a los satánicos que nos quieren someter –disipó la duda el adolescente al hermanito.
—Entonces, seguirán matándonos quién sabe hasta cuándo –agregó el niño apesadumbrado.
— Los islámicos solamente debemos sumisión a Alá, el Misericordioso, a nadie más –concluyó categórico mientras se descalzaba las sandalias en el umbral del templo.
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— ¿ Por qué se matan entre ellos los árabes
y los judíos? –preguntó Manolito a su padre, de ida a la escuela, al escuchar
por la radio del coche un bombardeo sobre Ramalah y Gaza.
— Porque los dos viven en un territorio
que reclaman como suyos –trató de explicar el hombre a su hijo, mientras iba
sorteando el tráfico céntrico de Madrid.
— ¿ Y por qué no parten el territorio
por la mitad para cada uno? –siguió interrogando el niño y, sin querer, planteó
una solución salomónica.
— Porque ellos tienen otros intereses y
no piensan como tú –dijo con sencillez el padre y levantó el volumen de la
radio para cambiar de tema.
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— ¿ Por qué tiran tantas bombas sobre
Bagdad? –preguntó Tommy a su padre que lo llamó por teléfono desde Kuwait.
— ¿Quién te contó eso, pequeño Tom?
–contestó con otra pregunta el teniente Harrison.
— En New York se ve todo por televisión
–aclaró el niño preocupado.
— ¡Ahhh! Pero nada para preocuparse,
hijo, pronto estaré en casa –tranquilizó el padre.
Tommy repreguntó angustiado sobre lo
mismo:
—¿Entonces,
quiénes son los que se mueren?.
Dijo finalmente el militar, al otro lado
del teléfono, casi cariñosamente:
—Pero no somos
nosotros, hijo, sólo son los extranjeros.
Enero, 1992.
*Fragmentos del libro "El maleficio y otras maldades del mundo", de Gilberto Ramírez Santacruz, editorial Arandurà.
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