García Márquez:"Escribo para que me quieran más…”
La necesidad es la
marca más profunda de nuestro ser. Si cuando nacemos nomás ya necesitamos que
nos den unos chirlos en la cola para respirar. Venimos de un mundo donde las
necesidades no existían, el paraíso perdido que llaman los entendidos.
Ignorábamos todo cuanto nos esperaba en el porvenir, como ignoramos hoy lo que
nos aguarda en el más acá, para algunos, o en el más allá, para otros.
Pasaremos luego toda la vida buscando por recuperar aquella placentera estadía
en el vientre de nuestra madre, que grabó a fuego la memoria en nuestra carne y
marcó con amor la vida en nuestra alma.
Esa pérdida y esa
falta con que viviremos o moriremos le llamamos, a veces, querer y, otras
veces, amar. Todo lo que hacemos o
haremos con voluntad o no conlleva la esperanza de recobrar aquella felicidad
original, pero que quizás ya no regrese a nosotros como un estado permanente y
duradero, sino en forma subliminal o de modo ilusorio como fragmentados en esporádicos
momentos y contados instantes.
Pero hay hombres
que trabajan mucho para que los quieran más. Hay hombres que bailan muy bien
para que los quieran más. Hay hombres que juegan como nadie para que los
quieran más. Hay hombres que luchan como héroes para que los quieran más. Hay
hombres que dieron la vuelta al mundo para que los quieran más. Hay hombres que
fueron a la luna para que los quieran más. Hay hombres que cantan como dioses
para que los quieran más. Hay hombres que escriben maravillas para que los
quieran más. Hay escritores que escriben obras prodigiosas para que los quieran
más sus lectores.
Pero hay hombres que,
como Gabriel García Márquez, escribieron sólo “para que los quieran más sus
amigos” y vaya que lograron con creces, tal como soñara y quería el inspirado
poeta Vicente Huidobro, que consideraba un pequeño dios al verdadero creador
como fue el Gran Gabo, que partió hoy mucho más querido por sus amigos y además amado por todos nosotros que no fuimos sus amigos sino los cómplices necesarios en todas sus aventuras literarias, y, aunque con su partida nos sintamos más solos y huérfanos que nunca, dejó el cataqueño más universal todo un mundo pleno de alegorías que sus incontables adoradores sabrán apreciarlo de por vida como lo hizo él siempre, con su mágica mirada de niño inquieto y con su imaginativa pluma de cronista atravesado por la alegría de vivir.
Gilberto Ramírez Santacruz
Buenos Aires, 17 de abril de 2014.-
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