Por Gilberto Ramírez Santacruz *
La lectura de Espontaneidad me dejó a la deriva dentro de las líneas literarias del Paraguay, tal vez por configurar una literatura genuina y urbana que no abunda entre nosotros. Me remitió de inmediato a obras célebres que golpearon en su momento mi sensibilidad de lector ingenuo.
Desde el ámbito nacional podemos rescatar Los hombres de Celina de Mario Halley Mora, que pinta muy bien el submundo asunceno, y La isla sin mar de Juan Bautista Rivarola Matto, que contrasta la épica colectiva o utopía revolucionaria con el desidealizado minimalismo de los individualistas personajes retratados en el libro de Sebastian Ocampos.
Asimismo, la lectura nos lleva inexorablemente al Bestiario de Julio Cortázar, en el que la anodina realidad, en apariencia, produce metamorfosis constante y kafkiano en los personajes de cada relato; o la angustia y la soledad que refleja el mundo de cemento de Manuel Vicent al describir en sus Crónicas urbanas la vida en la ciudad.
Las sordas paredes y las burocracias urbanas que incomunican y anulan las relaciones interpersonales al final terminan condenando a los seres humanos a vivir o revivir en forma salvaje, y a sobrevivir más que en un conglomerado habitable en una suerte de cárcel de agonía entre cuatro paredes, cuando no en una calle de orfandad colectiva al quedar fuera de un sistema que no es para todos.
Pero la mayor virtud de la obra responde a la mímesis aristotélica. Entre las páginas de Espontaneidad estallan los flashes o destellos que descubren por un instante y nos guían por un itinerario de la dura realidad paraguaya, echando luz de relámpagos sobre la vida opaca y sin futuro de los personajes jóvenes, que arrastran su frustración como una bolsa de sueños que no tienen cabida dentro del coto de unos pocos privilegiados.
La vida casi marginal de la mayoría de los personajes sensibles nos pinta una sociedad en total decadencia, atrapada por la corrupción institucionalizada y colonizada por la cultura más alienante de los países centrales que promueven la globalización imperial.
Sin duda, Espontaneidad también nos obliga asociar la realidad que describe a aquella magistral obra de Erich Fromm, La patología de la normalidad, en la que la realidad normal resulta terrible y lo anormal por oposición viene a ser la parte consciente y sensible de una sociedad anestesiada, zombi, para usar un apelativo en boga como sinónimo de autómata o persona alienada.
Unos contados «normales» son dueños del 90 % de las tierras y las riquezas, mientras una mayoría absoluta de la población de campesinos, trabajadores, desocupados y pobres urbanos constituyen los «anormales» de un sistema monstruoso y perverso, que rige la vida de los personajes del libro y de la realidad misma de los paraguayos.
Por estas consideraciones que producen la lectura de Espontaneidad, primera obra brillante, Sebastian Ocampos dejó de ser una promesa de escritor y se convirtió en una realidad literaria, en uno de los protagonistas clave de la literatura actual del Paraguay, además de ser un formidable promotor literario de sus pares a través de RevistaY.com.
Nuestros augurios son los mejores para sus futuras obras y también nuestro apoyo constante a su labor incansable de promoción cultural.
Buenos Aires, abril de 2016.
* Gilberto Ramírez Santacruz (Abaí, 1959). Escritor y periodista. Fundador y director de la revista Todo Paraguay (en Buenos Aires). Autor de Primeras letras (1981), Poemuchachas (1983), Golpe de poesía (1986), Fuegos y artificios (1988), Esa hierba que nunca muere (1989), Poemas descartables y otros baladíes (1990), Relatorios (1995), Razones de la sangre (1999), El maleficio y otras maldades del mundo (2008), El grito de Antequera I y II (2014), Espiridión y el arte de la manipulación (2017), entre otros.
**Publicado y extraído de: https://cienciasdelsur.com/2021/12/17/espontaneidad, diciembre 17 de 2021.</