La lectura de un diario siempre guarda la promesa de encontrarse con un material que relevando lo cotidiano, descubra circunstancias desconocidas, azarosas y particulares en la vida íntima de alguien. En el caso de Matsuo Bashô, cuya obra tiene el signo de trasuntar la experiencia, de que la escritura sea una forma de detenerse en la vida, el diario, lejos de ser el descubrimiento de una dimensión ignorada, ilumina y profundiza en lo central de su órbita literaria. Bashô es el gran poeta de Japón, el maestro del haiku, el que pasó gran parte de su vida en los caminos, una mezcla de bohemio, linyera y monje, creando con sus escritos una imagen cultural y simbólica de Japón que perdura hasta nuestros días.
Parece difícil acercarse a este enclave espacial y temporal tan lejano. ¿Cómo era la cotidianidad en el campo y las ciudades de Japón a mediados del siglo XVII? La aparición en un tomo de los Diarios de viaje de Bashô es una estación fundamental en este acercamiento. Porque parece difícil y lo es. Octavio Paz, en su famosa y discutida traducción de Sendas de Oku, el más extenso de estos cuadernos de peregrinaje, aconsejaba leerlos con la mirada distraída, como quien mira una “sucesión de paisajes”.
Pero la lejanía no es solo cultural, sino también lingüística. En ese sentido se han sucedido las traducciones de Bashô, tanto de sus bellísimos haikus, como de sus célebres diarios, dejando la sensación de que nunca hay una versión que pueda considerarse definitiva. Son conocidas las traducciones al español del mencionado Paz y Eikichi Hayashiya –publicada por Fondo de Cultura Económica y considerada por algunos como de “excesiva impronta paciana”– la de Antonio Cabezas –editada por Hiperión–, a la que se suma ésta, elaborada por Alberto Silva y Masateru Ito. Sucesivas etapas de la siempre renovada fascinación por Japón y esa figura tan central en su cultura, que no hay templo, oficina pública o plaza, que no tenga alguna imagen que lo recuerde.
LENGUA HAIKU
Alberto Silva es un especialista en cultura nipona, director de Zen Buenos Aires donde se difunden saberes y prácticas. De él conocemos esa hermosa pieza de la poesía japonesa en español que es El libro del haiku. Para esta nueva tarea fue acompañado por el traductor nacido en Osaka Masateru Ito, quien fue además embajador en Latinoamérica. Silva nació en Buenos Aires pero migró mucho, vivió en Chile, España y durante casi quince años en Kioto. Él cuenta sobre su ingreso en todo este universo: “Hacia el 73 descubrí el haiku. Estaba en Chile y lo que me cayó en las manos fueron las traducciones de Torres Agüero de algunos poetas desde el francés y también algunas desde el inglés. Tuve la sensación de que el haiku en el original daba para más que lo que mostraban las traducciones e intenté algunas versiones mías. Después pasaron los años, vivimos con mi familia en Europa, más quince años en Japón. Profundicé mi aprendizaje de la lengua, la cultura y el zen. Antes de volver a Argentina definitivamente, en 2005 publiqué por Bajo la luna el volumen de haikus, que eran una segunda o tercera traducción de los mismos tercetos que había hecho a fines de los setenta”.
Silva viene pensando en la transmigración de esas formas tan livianas, naturales y espontáneas que a veces pareciera que cualquier intento de traducción al español vuelve solemnes, aplana o conduce a un lugar de mayor determinación que en el original. Por eso su llegada a la traducción de los Diarios de viaje de Bashô está guiada por la misma impronta seria y vitalista con que trabajó antes. En este caso se acompañó de un hablante natural de la “lengua de salida” para juntos llegar a las mejores versiones posibles. “Desaconsejo meterse en la traducción del japonés un extranjero solo. Y viceversa. Hace falta una amplitud de registros, sobre todo en una lengua como la de Bashô, que es híper cultivada, muy atenta a las posibilidades semánticas que da un kanji o carácter simbólico. La lengua es un ente vivo, tiene su elasticidad, sus limites, su legalidad, fronteras que muchas veces son menos rígidas de lo que pareciera. Una traducción es otro género que el diccionario bilingüe.”
El libro editado por Silva incluye la totalidad de los textos de viaje de Bashô: Diario de una calavera a la intemperie (1684),
Viaje a Kashima (1687), Cuaderno en la mochila (1687), Viaje a Sarashina (1687), Senda hacia Oku (1689) y Diario de saga (1691). Todos cuidadosamente anotados, intentando reconstruir su contexto original de escritura. No solo histórica o geográficamente sino también de manera sensible: notas en referencia a la hermosura del paisaje que el poeta menciona, detalles sobre el tipo de luna que se alza sobre determinado monte, aclaraciones del estado de ánimo que podría estar haciendo alusión. Los textos de Bashô además, están plagados de referencias y chistes a poetas de la tradición japonesa y china. Cita mucho, pero cita estando de viaje y obviamente no lleva consigo su biblioteca. A veces la memoria le falla y hay que acudir a las notas para reponer y vislumbrar el brillo de la constelación poética que traza.
EN EL CAMINO
Obra: Diarios de viaje. Matsuo Bashô Fondo de Cultura Económica, 196 páginas.
Su nombre era Matsuo y lo cambió por Bashô –que significa banano– cuando era un reconocido maestro, inspirado por el árbol que estaba al lado de su casa y bajo cuya sombra seguramente, debe haber escrito, recibido amigos y discípulos. Había nacido en una familia campesina a mediados del siglo XVII, una Japón feudal donde la movilidad entre estamentos era impensable. Sirvió a una familia de samurais y se hizo amigo del menor de sus hijos, con quien aprendió y tomó contacto con el nuevo viento artístico que corría por entonces. La muerte prematura de su amigo y la falta
total de perspectivas lo empujaron a abandonar su pueblo natal y lanzarse de lleno al mundo del haiku. En esa búsqueda de perfección que le llevó años, hasta hacerse conocido, eligió un camino de radicalidad, el de poeta itinerante. Demostró que el zen, más que una doctrina, era un modo de mirar. Viajero, despreocupado, caminante con lo puesto que encontraba en esa austeridad el silencio necesario para que la naturaleza se manifestara en sus gestos inesperados, los momentos preferidos del haiku: relampagueantes, llenos de gracia.
En ese peregrinaje Bashô escribió poemas y también diarios. El camino era la ocasión para entrenar su mirada. Como dicen Silva e Ito en el prólogo: observación exterior –los hitos de la tradición y la geografía japonesa– superpuesta con una observación interior. Sus textos transparentan una simpatía por todo lo viviente, una fraternidad en la impermanencia de hombres, animales y plantas. En esta suerte de igualdad universal, el poeta se funde con su entorno en la misma sencillez.
Hay que saber que los diarios son un género antiguo y popular en la cultura japonesa. Son ejemplos del haibun: texto en prosa que rodea, como si fueran islotes, un conjunto de haikus. En los de Bashô los poemas y las prosas se iluminan. Combinan reflexión, humor, melancolía, anécdota y contemplación. Es una mezcla de peregrinación religiosa, visita a lugares célebres y ejercicio poético. Como explica Silva: “En estos diarios hay un deseo de apropiación simbólica de Japón. El pasó sus últimos quince años en el camino, desde los cuarenta y cuatro hasta su muerte. Cuando empezó era un pichón muy brillante de poeta nacional. Y por lo visto no le alcanzaba. Era una persona conocida, que creó escuela, que refundó el haiku y vivía de manera holgada en Edo, la capital del país. Pero quiso irse al monte”.
Los textos están repletos de anécdotas en las que amigos lo buscan en el camino, lo alojan, le dan de comer y sake, o generosos tenderos fans le dan una cama a cambio de poemas. La austeridad de Bashô tenía por objetivo simplificar al máximo su vida para ir en busca de lo vivo, donde él encuentra la poesía. Silva aporta un vínculo interesante en la deriva que fue generando esta escritura: “Los diarios existen en Japón desde el siglo VIII y eran fundamentalmente una literatura femenina. Como las mujeres no estaban autorizadas a aprender el kanji, desarrollaron otro silabario paralelo que es el hiragana, en el que escribían diarios que los caballeros no podían leer. Textos como El libro de la almohada o Genji Monogatari dieron un poco la orientación de cómo era el temple de un diario. Crearon una dimensión donde la poesía y la prosa se entrelazaban. Todo me hace pensar que Bashô había leído historias de Genji o escuchado cuentos que se trasmitieron oralmente vinculados a ese registro. Los viajes de Bashô, podrían ser una excusa para escribir diarios”.
LO QUE ES UN INSTANTE
Hay entonces en esta escritura de la experiencia un lazo que la une con tiempos muy antiguos. La literatura oral está cerca, muchos de los haikus de Bashô fueron escritos al dictado por amigos con los que compartía un viaje, una noche, una celebración. Silva dice “Hay un carácter espontáneo, pero también una profunda reflexión sobre los sonidos, la música de las palabras, que puede llevar esa espontaneidad. La espontaneidad del arte es cultivada. Se llega a lo natural con mucho aprendizaje, se conquista lo natural. Y en eso Bashô es un ejemplo extraordinario ¿A qué se dedicó toda su vida? Pulir, pulir, pulir, escuchar, escuchar, escuchar. Predisponer la memoria y la imaginación a que cuando se produzcan ciertas circunstancias uno pueda soltar cierta cosa, quizás un haiku que se va a trasformar en central de su propia obra, pero que está encadenado a ese proceso de escucha y expresión que es propio de toda la poesía”.
Así como estas diarios tienen su fundación en géneros antiguos, al leerlos pareciera que vuelven a nacer en el presente. Hay algo en ese modo de uso de la lengua que parece muchísimo más cercano a nuestro oído que la poesía escrita en el mismo período, en español. Como si esa cercanía con lo oral en Bashô tomara nuevo significado e impulso hoy, cuando muchas de las escrituras vigentes parecen apoyarse en un registro inspirado en la oralidad. Para Silva esto estuvo preparado por el paso del tiempo y las escuelas poéticas que siguieron: “La lectura contemporánea de Bashô ha sido preparada por la poesía moderna occidental, como Ezra Pound o más cercanamente los beatniks. Me refiero a la forma compositiva y al espacio que propone: como si el material poético fuera de contextura nubosa y de lo que se tratara es de dejar aire entre medio de las palabras. La nube puede ser grande o pequeñita, pero se trata de que tenga una respiración importante. Otra poética que me hace acordar es Yves Bonnefoy, por su sentido del clímax de la poesía como abandono. Es una idea muy del haiku el abandono, hasta fónico”.
Pero la idea más fuerte de estos diarios de viaje, la que más resuena en el presente, es lo que Paz describía como “perderse en lo cotidiano para encontrar lo extraordinario”, el registro del instante. Como cierra Silva: “La idea de la experiencia es central. El flechazo de una palabra puesta en su lugar exacto. Parece que en nuestra sensibilidad está esa especie de veracidad de la palabra, fuera de toda ampulosidad, de toda segunda intención. Bashô no carga su escritura con su saber previo, por el contrario la despoja, la convierte en un momento del tiempo. Es muy difícil poder entender y trasmitir lo que es un instante. Pero el arte del haiku, que está en estos diarios, es llevar toda la densidad de lo vivo a un instante. Es lógico que nos interese, porque es lo vivo”
BASHÔ Y SORA