viernes, 26 de junio de 2015

El Refutador de la Infamia contra Francia

El Refutador de la Infamia contra Francia 

Stroessner y Perón sellan su abrazo 
con la emoción creadora de los hombres 
que vencen al destino 
y hacen en la historia a golpes de verdades
 vivientes como himno de los hombres. 

¡Venid y ved, pueblos del mundo, cómo 
el peso de la espada es justiciero 
cuando se yergue en defensa de la paz 
y su eje de diamante 
busca lo vertical de la esperanza! 

En sus hombres soldados 
en sus pueblos de paz, en su destino 
común de patrias enlazadas, 
Paraguay y Argentina están unidos 
de corazón a corazón, 
hermanos para siempre, 
eternamente...

 ¿Y ese poema de qué se trata y qué nos trae ahora como novedad…además de su exasperante incendio visceral por estas horas, Augusto? La maledicencia en el Paraguay, estimado Montiel, es una disciplina ejercida con eficacia por muchos, con intencionalidad o por puro deporte. Una vez elegido el objeto como blanco hasta los novatos afinan su puntería, haciendo trizas el buen nombre y fama profesional como en mi caso. Imperdonables aprendices de canallas que serán a su vez el blanco de mi certero dardo más temprano que tarde. No toleraré a esta altura de mi vida el más mínimo de los desaires. Seré implacable con mis azuzadores como lo fue el Supremo con sus enemigos portadores del yugo colonial o falsos patriotas como aquellos que pretendían solamente “cambiar unas cadenas por otras y mudar de amo”. Cálmese, Augusto, cálmese. Póngase cómodo hoy en la perezosa, dejemos el diván para otro tipo de sesiones. Que Marina nos aguarde en el zaguán, mientras tanto. Cuéntenos su desazón por los versos publicados que, al parecer, ya estaban en el olvido, según creo, o ¿me equivoco, Augusto? Nada de zaguán para Marina, que permanezca con nosotros más que nunca, para ella no hay secretos ya de mi pasado ni presente y puede entender mejor que cualquiera por dónde pasa el meridiano de mi vida hoy día. Pero de verdad vengo en llamas, Montiel, por la indignación que me causó leer aquel poema escrito con ingenuidad y que me hubiera gustado olvidar para siempre. Pero la inquina no tiene compasión de nadie, menos de mí que estoy en la picota de amigos y enemigos. Aunque en Paraguay nadie pierde ni gana reputación, según dijera un célebre político, en mi caso saben que ahí está mi talón de Aquiles, en la conducta intachable que mantuve siempre. Tratan de menoscabar la consideración que me tienen en el extranjero, por eso me endilgan obras del pasado que la propia historia se encargó de corregirlas o, como en este caso, de borrarlas. Me viene a la memoria todo lo que leí e imaginé en mi novela sobre Rodríguez de Francia, me vienen como atropellándose las ideas imaginadas y los recuerdos de la infinita lectura que me demandó mi obra literaria más comentada. A decir verdad, creo que me siento igual que El Supremo entonces, al conocer aquel pasquín que simulaba su testamento, que amaneció clavado en la puerta de la catedral y los guardias recogieron para desatar su ira y volverse fiero e implacable contra los conspiradores, como yo mismo ahora me siento montado en la ira contra mis burladores. En aquel falso testamento ordenaba el Supremo que, entre otras cosas, al morir su cadáver fuera decapitado y todos sus funcionarios y colaboradores fuesen condenados a la horca2 . Imaginemos la escena, después de leer dicho pasquín, el Supremo de inmediato conminó a su “fiel de fechos”, secretario y amanuense, el inefable Policarpo Patiño, husmear perrunamente toda la ciudad y la República completa en busca del audaz libelista y malicioso autor de marras. Sin sospechar siquiera el Supremo que, aún después de muerto, seguirían infamándole por generaciones sus jurados enemigos y resentidos descendientes, como Juan Francisco Decoud, Ciriaco Peláez y los hermanos Machaín que sus retoños formarían luego la traidora Legión Paraguaya para luchar contra el Paraguay en la guerra de la 2 “Yo el Supremo, Dictador de la República del Paraguay, ordeno que al acaecer mi muerte, mi cadáver sea decapitado; la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Al término del dicho plazo, mando que mis restos sean quemados y las cenizas arrojadas al río...”. (Texto del pasquín o falso testamento del doctor Francia insertado en Yo, el Supremo de Roa Bastos). 12 Triple Alianza, figuraban entre otros principales contrarios, al propalar el vengativo libelo escrito por el porteño José María Villarino al acaecer la muerte del dictador Francia y que fuera, contra todo pronóstico de sus detractores, tan llorado el “Karaí Guasu” por el pueblo paraguayo, y que por el motivo de dicho libelo fueran juzgados y condenados los mencionados enemigos en la cárcel durante el mandato de los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso en 1841, y que cuyas célebres décimas difamatorias comenzaban diciendo: “Grandísimo mulatón, / canalla vil indecente, / cobarde el más excelente, / y refinado ladrón” .Como puede observarse, Montiel, los enemigos del Supremo también tejían finas su añagaza y ardid, igual que los míos, pero aún las ara- ñas más venenosas nunca aprendieron a destejer su trama y a menudo quedan atrapadas en su propia red. He aquí la paradoja que aleccionará a mis intrépidos perseguidores y renegados escritorcillos de pluma corta. Pero yo me niego a chapotear en los charcos de estiércol que me ofrecen, prefiero imaginarme otros campos de batalla, otras encrucijadas más relevantes a mis personajes y para mí mismo como autor que puja y pugna por reivindicar la cultura de su pueblo. En ese sentido y ante semejante ataque artero, me pongo en la piel del Dictador ante el pasquín que le fabricaron, y no me quiero imaginar lo que hubiera sentido y pensado Francia sobre mi novela “Yo, el Supremo” al hojear sus páginas, libro concebido solamente como ingenio creativo y literario que es mi obra. ¡No! No hubiera entendido jamás que yo, en el fondo, lo admiraba y lo admiro profundamente al escribir mi obra que evoca su mentada fama, porque mi libro enfoca su figura literariamente y no sólo desde lo historiográfico, brindándole una oportunidad inmejorable para defenderse con la propia pluma contra sus incontables detractores. Pero él, con su severidad voltairiana y robespierriana, no hubiese admitido la consideración siquiera y menos la publicación de los escritos de sus detractores e infamadores, a pesar de que algunos de ellos también, quizás sin proponerse, escribieron positivamente sobre su papel histórico o protagonismo excluyente en la creación y conservación del Paraguay como una república libre y soberana, aunque en general en forma crítica fue presentado el Dictador pero desde la admiración y el gran interés que despertaba la enigmática figura de Francia en Europa. Sin duda, estoy muy persuadido de que su opinión sobre mi trabajo hubiese sido también la misma que vertió sobre las pretenciosas obras de los médicos suizos Rudolf Rengger y Marcelin Longchamp, “Viaje al Paraguay en los años 1818 a 1826” y “Ensayo histórico sobre la Revolución del Paraguay”, en su célebre artículo publicado en 1830 en el diario El Lucero de Buenos Aires, “Notas hechas en el Paraguay por el Dictador Francia sobre el volumen de John Rengger”, en el cual refuta como “un ensayo de mentiras, lleno de historias no sólo acomodadas al gusto de los interesados, sino inventadas por ellos, en venganza por la frustración de sus repetidas conspiraciones, maquinaciones y complots. Todos ellos, cuentos forjados al paladar de Europa. Ensayo de puras mentiras, en el que todo se desfigura de modo que conduzca al intento de desconceptuar al Dictador”. Asimismo, el inglés Robertson en sus Cartas sobre el Paraguay, pero muy influido por Rengger y hasta el punto de copiarle varios pasajes de su obra, describió a Francia como un “moreno, de ojos negros muy penetrantes, su umbrosa cabellera que peinaba hacia atrás descubría su amplia frente para desvanecerse en naturales ondas sobre sus hombros, le daba un aire de dignidad que atraía la atención. Aunque tenía una expresión severa y una inflexibilidad latente en su semblante, se esfumaban apenas se sonreía, produciendo por el solo contraste un efecto cautivante en quienes con él conversaban”. Sin embargo, el doctor Francia tenía una gran formación intelectual para la época, formado y recibido en Córdoba en 1785 como Licenciado en Filosofía y Doctor en Teología, hizo una admirada carrera jusus errores de apreciación inevitables) de “el Paraguay lúgubre de Francia”, sin darse cuenta que quienes habían creado la leyenda del Paraguay “lúgubre” de Francia eran los mismos que hablaban de la Francia lúgubre de Robespierre y de los jacobinos”. (“José Gaspar de Francia, el Robespierre de la Independencia Americana”, Georges Fournial). 15 rídica como experto en Derecho Español ante sus contemporáneos, y era un gran lector de las obras de su tiempo. Tenía como única compañía la lectura, en medio de esa tremenda soledad del poder absoluto. Mandaba importar regularmente los libros y recibía remesas enviadas por algunos de sus destacados y anoticiadores que tenía repartidos por el mundo, rubro mayoritario de importación que compartían los libros y los juguetes para niños con los instrumentos musicales, mucho más que los armamentos y herramientas de labranza, según consta en algunos cuadernos que llevaba personalmente Francia. Hay que tener en cuenta que Francia no fue sólo Dictador honorario ni honorífico, sino ejerció el poder rigurosamente en todas las áreas de su gobierno, siendo nombrado por el Congreso de 1816, al tiempo de ser “Dictador perpetuo de la República durante su vida, con calidad de ser sin exemplar”, asumió “el Supremo” los cargos y funciones plenos de “Ministro de Guerra, Comandante en Jefe, Auditor de Guerra, Juez Supremo Militar y Director de la fábrica de Armamentos”, así mismo tomó en sus manos la responsabilidad de “instructor de las tropas, particularmente de caballería”, de la de las Cuentas Públicas o Finanzas, de la del fomento de la Agricultura, de la del Comercio Exterior y de la de Educación Pública por si fuera poco. Vaya si asumió y cumplió con todos aquellos mandatos, sobradamente comprobadas su eficiencia y eficacia en la consolidación del Paraguay como una república libre y soberana. Pero sobre todo, Rodríguez de Francia fue gran estadista como pocos en el mundo, por su incorruptible honestidad y filosofía del todo desinteresada en lo personal y generosa en lo social, cuya axioma era: “el bien particular debe ceder siempre al bienestar común y general”. Pero el mismo Robertson hizo justicia con Francia al decir que “de los pobres pedía honorarios reducidos, o a veces nada, mientras 16 que de sus clientes solventes pedía y recibía sumas considerables, así se hizo de fama entre la plebe. Aunque su integridad sin temores le ganó el respeto de todas las partes. Jamás defendía una causa injusta, estando siempre dispuesto a tomar la parte del pobre y el débil contra el rico y el poderoso”. Pero, Augusto, el doctor Francia fue un Dictador Perpetuo y era también implacable con la cultura y las expresiones artísticas como literarias en general. Fue tal cual como decía Lord Acton, la encarnación perfecta de su sentencia: “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”. A Rodríguez de Francia le construyeron sus enemigos que perdieron los privilegios en Paraguay y los célebres visitantes europeos una imagen mefistofélica que ni el propio Satán hubiera envidiado. Le atribuyeron frases tremendas y temerarias como aquella que dicen que dijo a su centinela que cuidaba la casa, para subrayar la supuesta personalidad malévola del Dictador, “si alguno de los que pasen por la calle se detuviere, fijándose en la fachada de mi casa, haz fuego sobre él; si lo yerras, haz otro tiro, y si todavía lo yerras, ten por seguro que mi pistola no ha de errarte”. O bien la otra que aseguran que dijo a los sacerdotes al nacionalizar la iglesia paraguaya y liberar también de Buenos Aires, España y el mismo Vaticano: “Si el Papa viniera al Paraguay, puede ser que le nombrara mi capellán, pero bien se está él en Roma y yo en La Asunción”. Para abonar dicha imagen tenebrosa, uno de los Robertson, joven comerciante inglés, como queda dicho y que lo había descripto su rostro como sombrío y con ojos muy penetrantes, en su primer encuentro con el Dictador se llevó un desencanto por la amabilidad y por lo hallado en su quinta de Ybyraí, residencia campestre heredada de su madre en las afueras de Asunción de entonces. Robertson encontró en la chacra donde vivía Francia al visitarlo no cráneos humanos ni pócimas diabólicas o abalorios de hechiceros ni de “payés” o chamanes indígenas, sino un globo astronómico, un gran telescopio y un teodolito, que el anfitrión utilizaba para indagar en los misterios del Cosmos y la naturaleza toda, y no precisamente en los submundos de Belcebú ni en las dimensiones del endemoniado “Añá” o diablo guaraní. Dijo que había muchos libros sesudos de derechos romanos y tratados de jurisprudencia colonial de España; algunos pocos volúmenes de ciencias experimentales y muchos de teorías sociales de los filósofos populistas y llamados utópicos; algunos de ellos en ediciones originales en francés, inglés y latín, con los cuales hacía cierta ostentación de su familiaridad con San Anselmo, San Agustín, Santo Tomás, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y Volney, en lo principal, parecía asentir con pasión y completa afinidad a la teoría del último que propugnaba sus ideas sociales igualitarias, autor de Ley natural o Catecismo del Ciudadano Francés, y de quien posiblemente tomó el modelo de su Catecismo del Patrio Reformado. Pero más que todo, se enorgullecía de ser reputado algebrista y astrónomo, según el comerciante inglés. Y aprovechando la ocasión, para más sorpresa del viajante, el dictador Francia solicitó a su huésped para que le trajera en su próximo viaje un telescopio, una bomba 18 de aire y una máquina eléctrica, elementos que develan a las claras las íntimas aficiones del Dictador y su familiaridad con la tecnología científica más avanzada de su tiempo6 . Pero bueno, mi gran Augusto, todas esas cualidades son muy valorables en El Supremo, pero volvamos nosotros al incendio de su paciencia por los versos publicados, seguramente desenterrados por alguien que vive en el subsuelo del rencor y ataca desde ese bajo nivel a sus presas elegidas. Además, hay que traducir el episodio en palabras para procesarlo y luego actuar en consecuencia para superarlo. Mirá, Montiel, como la envidia literaria en nuestro país llega a niveles deplorables que, en vez de estimular la creatividad en algunos que se hacen llamar escritores, todo lo contrario, mis reconocimientos cosechados les hacen saltar de sus entrañas un fauno de alimañas, sapos y culebras de los más ponzoñosos y letales. Sólo así se entiende el porqué de sus agravios y la necesidad de revolver mi pasado de poeta y literato en ciernes, a solo efecto de desacreditarme ante mis seguidores y, por qué no, admiradores. Cualquier escritor en sus inicios comete errores y prefiere corregir con el tiempo a través de la experiencia, dejando de lado las obras primerizas que no pasan de ser balbuceos de la verdadera voz que vendrá posteriormente. Pero la maledicencia utiliza precisamente esos tropiezos que uno realiza hasta encaminarse hacia la vocación auténtica.(Fragmentos de El Refutador de la Infamia contra Francia).



lunes, 8 de junio de 2015

EL REFUTADOR...EN LA FERIA DE ASUNCION 2015

Diario La Nación, , 7 de junio de 2015 

Gilberto Ramírez Santacruz lanza su nueva novela en la Libroferia
La muestra continúa con varias actividades
en el Centro de Convenciones Mariscal López.

Gilberto Ramírez Santacruz hace una breve visita al país para presentar su último libro.
La XXI Libroferia Asunción que se realiza en el Centro de Convenciones Mariscal López (J. Eulogio Estigarribia y Charles de Gaulle) continúa hoy y como evento destacado se resalta el lanzamiento del libro “El refutador de la infamia contra Francia” del escritor paraguayo residente en Buenos Aires, Gilberto Ramírez Santacruz.

El evento será en el Auditorio Defensores del Chaco a las 19 horas y está organizado por Punto de Encuentro Editorial y Arandurâ Editorial, se referirá a la obra el escritor Luis María Martínez, quien manifestó sobre el libro: “Una fuente inagotable de investigación ha sido la ejecutoria histórica del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, que mana, con consideraciones valiosas de incontables historiadores y escritores. Así lo hecho por Augusto Roa Bastos fue importantísimo, con su formidable monolito narrativo de ‘Yo el Supremo’.

Al grupo de escritores se une ahora Gilberto Ramírez Santacruz, quien con veraces consideraciones sintetiza su pensamiento e indica algunas leves inexactitudes conceptuales y personales de Roa”.